Cartas al director

O marrao do San Martiño

Ancestralmente los que peinamos canas, y sobre todo las generaciones anteriores, cuentan que era costumbre la circulación puerta a puerta de un cerdo que al cabo del año se cebaba con el aporte de todos con el buen fin de sacarle un cuerpo lustroso y en un momento que los vecinos acordaban se hacía una buena matanza, recogiendo así el fruto de todo un año en forma de viandas por preocuparse del susodicho marrano.

No era mucho lo que al final se recogía, pero algo era algo, aparte de lo que el hecho representaba, sobre todo la camaradería entre los vecinos.

A día de hoy está de actualidad algo parecido con el servicio que le prestamos a cantidad de acoplados, pero sin recibir nada a cambio. Grande la diferencia. Sobran formas de que los acoplados contribuyan en algo para compensar en lo mínimo lo que de gratis se le está dando, no se puede ir a comer a casa de un vecino sin aportar nada ni siquiera lavar los platos y además exigir muchas otras prestaciones, con unos derechos que las eminencias políticas le han dado para animarles a votar a sus colores.

Esto es algo así como pagar con nuestra cartera y seguir acomodados en los preciados escaños. Pero no hay más que ver cómo están de olvidadas las cunetas de nuestro rural que piden a gritos una manita de limpieza. Pues ahí está la solución, unos cuantos capataces recogen a esa gente que no está haciendo nada y hacer con ellos unos recorridos hasta dejar los cauces de las pistas libres de esa impertinente maleza. Puede que nadie de nuestros gestores se lo hubiera propuesto, pero sería una forma de sacarles un mínimo de contraprestación, y si alguno se niega, automáticamente le suponga la cancelación de eses ingresos que gratuitamente reciben; qué menos ¿no? Si no, lo que estaremos es alimentando vagos de forma permanente, que además esos vagos parirán más vagos.