Cartas al director

Obituario: Manuel Feijóo Cuquejo

En la salud y en la enfermedad, ya sabéis, advierte el oficiante en el rito del matrimonio. En la salud no debería resultar tan difícil. O tal vez sí. Pero en la enfermedad… Conocí a Teresa hace muchos años porque necesitaba una batería. Así de sencillo. Me contó la infortunada historia de su esposo Manuel. Un accidente que en la mayoría de las ocasiones no hubiera ido más allá de unos simples hematomas, en su caso le condenó a permanecer inmóvil en una cama el resto de su vida, conservando poco más que el movimiento de sus ojos entusiastas. Así de crudo, en lo mejor de su vida.  ¿Cómo le pueden quedar ganas de sonreír con la mirada a alguien en semejante situación? Pues con muchas ganas de vivir la vida, esa existencia que comienza cada día con el sol abriéndose paso entre las tinieblas y que finaliza justo en el momento en que la vigilia cae derrotada por el sueño. El sueño de soñar. Son tantas y variadas las definiciones de sueño como las de vida. Una vida desbordante en este planeta nuestro, en forma de pájaro o de mariposa, de flores o de bacterias, un prodigio que nos afanamos en buscar incluso en los confines del espacio. De todas esas pequeñas cosas de las que Manuel intentaba disfrutar en ese pequeño universo suyo comprendido entre las paredes de su habitación. ¿Pueden unos modestos obsequios entregados en nombre del Real Madrid provocar tanta emoción? Por supuesto que sí, pero en un ser excepcionalmente hermoso, como Manuel.

Y a su lado estaba también Teresa, omnipresente. La madre de todas las enfermeras, aprendiendo a cuidar sin maestros ni libros, al pie del cañón cada día, un potente motor alimentado por ese precioso combustible llamado amor. Porque la frontera de su sacrificio cotidiano no se alcanza únicamente con cariño, misericordia o compasión, sino con amor, escrito con mayúsculas, bien grandes. Medio en serio, medio en broma, siempre le decía que en Ourense todavía falta una estatua erigida para honrar a todas esas heroínas anónimas como Teresa.

Repaso unos antiguos datos estadísticos y no puedo ocultar mi sonrisa: se espera que la población mayor de 80 años aumente su tamaño en un 66% entre 1986 y 2010. Seguro que ya hemos rebasado esas estimaciones. De largo. Y es que la mayor parte de los cuidados que precisan las personas con enfermedades crónicas y discapacidades se dispensan en el entorno familiar, no sólo en personas mayores, sino también en aquellas tantas otras todavía jóvenes como Manuel, que también existen. Las Teresas se multiplican y constituyen legiones de personas para las que el desamparo o la indiferencia de la sociedad se convierten en la mayor de las injusticias. La vida continúa, como el cauce de los ríos que desaguan en el mar. Quedan hijos y nietos para alumbrar los maternos desvelos. Me honra haber conocido a Teresa y a Manuel, gracias a una simple batería para un respirador. Porque algunos somos tan pequeños e insignificantes que anhelamos crecer al lado de tan colosales prójimos de mirada afable.