Cartas al director

La centralidad política

Las campañas electorales deberían ser el centro de la vida política democrática. Sin embargo nada de eso es cierto. Por una metamorfosis muy difícil de explicar, las elecciones en nuestro país se han convertido en una plataforma espacio-temporal y económica para desacreditar al otro y también con frecuencia a la política, a sus estrategias, a su falta del respeto al bien público.

Resulta extraño que los partidos se empeñen en reducir la disputa política a una competición por el “centro demoscópico”. Rajoy cada día acusa Sánchez de abandonar la centralidad. Lo sucedido en este país ha evidenciado que una cosa son los hechos y otra el sentido que esos hechos cobran dentro de la disputa política. Vivimos de las palabras y de las metáforas que esas palabras construyen. Lo que en realidad interesa a unos y a otros nos es el centro político, sino la centralidad de un discurso dentro de la disputa política. Esa disputa debe dar respuesta a los intereses de los ciudadanos.

En un momento, el terrorismo aparecía como el elemento que atraía más fuertemente la atención de los ciudadanos. En 1999 la corrupción era un problema casi inexistente; entra en tromba en 2013 coincidiendo con la salida a la luz pública de casos como el de Urdangarin, de Bárcenas, de la familia Puyol, el constructor Núñez de Barcelona, el PSOE de Andalucía, los diversos casos oscuros de Madrid. La crisis económica, la depauperización generalizada del país, el enriquecimiento de unos pocos, hacen que la corrupción ocupe el centro en la opinión pública, a pesar de los esfuerzos de los actores políticos hegemónicos para borrar del horizonte semejante baldón. La gente comienza a percibir que la política es mirada por algunos como un negocio. Un ministro del PP lo verbalizó de forma gráfica: él había entrado en política para hacerse rico.

Es comprensible que los dos partidos más afectados no quieran centrarse en la resolución del problema político por excelencia y tratan de colocar en el centro otros problemas accesorios. Al problema del paro tratan de restarle relevancia propia introduciendo “el trabajo precario”. La discapacidad, la dependencia, la justicia universal, el derecho a la salud universal, se han borrado del firmamento informativo, teóricamente ya no existen. Causa náusea cierta centralidad que se olvida de los problemas de millones de ciudadanos y trata de que la gente sólo piense en lo accesorio. La regeneración democrática ha de venir del centro. Pero ¿de qué centro?