Cartas al director

Flaqueza de los humanos

Lo más grave de la corrupción política no es la aireada corrupción política de algunos políticos, sino la más oculta e insidiosa corrupción de la política democrática misma. Aquella otra es particular y ésta es general: una es tan sólo un efecto, la otra su causa o al menos su ocasión. 

Lo que importa no es tanto la conducta irregular de algunos particulares, aunque sean importante, como el hecho de que el sistema que en principio nos representa, anime a todo, ampare o deje sin sanción aquellas conductas corruptas. La mayor corrupción política sería que la sociedad civil se haga defensora de una tolerancia boba, y no se empeñe a fondo para acabar con los corruptos y corruptelas. Bastante desorientado, al ciudadano ordinario suele irritarle mucho más conocer que un político se lleve el dinero público en las múltiples formas de “mordida” al bolsillo, que enterarse de que ese dinero vaya a parar por caminos tortuosos a las alcantarillas del partido. Deja entonces de percibir que aquel delincuente no le mancha con su delito. Mientras que el partido que se apropia de ese dinero para una compaña electoral mancha el sistema político entero y atenta contra el principio de igualdad.

El ciudadano, sorprendido o asqueado por la porquería que aflora a la superficie, tiende a reafirmarse, equivocadamente, en su miserable prejuicio de que así es la política y de los propósitos de los políticos sólo cabe la más torcida interpretación. Brota así alguna disposición como: hacerse con una parte del pastel, volverse “idiota” y desinteresarse del todo por lo público y atender sólo a lo propio; o demandar con insistencia la necesidad de un profeta.

Los populistas nos quieren hacer creer que el mito de la inmaculada pureza de la sociedad civil, sofocada bajo la sordidez y crueldad del Leviatán estatal, vive todavía. Hace ya tiempo que suena a falso. Esa idílica sociedad que formamos constituye el mundo de los intereses más egoístas, de las clases sociales y de la desigualdad, dominado por el reino del mercado y de las finanzas. Hay corrupción porque esta lógica de lo privado contagia a la lógica de lo público, cuando los intereses generales se abandonan en manos de los gestores de los intereses privados, cada vez que la política misma se ofrece como un inmenso mercado de votos, de influencias o de puestos públicos.