Cartas al director

Indiferencia ante lo religioso

Siguen pululando aquellos que se declaran “indiferentes” ante lo religioso. La religión es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida.
Es un distintivo de las personas, la búsqueda de la razón de ser de las cosas. La indiferencia es el antídoto  más destructivo del progreso, del bienestar y de la paz. La lepra de la modernidad se alimenta con el  pasotismo de los ciudadanos deseosos de una justicia justa.
Una de las aportaciones del papa Francisco, y no pequeña, es que ha sacado de la indiferencia a no pocas personas practicantes y no practicantes religiosos y les ha abocado a pensar soluciones nuevas para problemas viejos. En contra de aquellos que creen que los problemas hay que aparcarlos, que ya se resolverán con el tiempo, el papa trata de afrontarlos y crear el mejor ambiente intelectual y moral para resolverlos en la medida de lo posible. Ante el mundo en constante cambio no se puede permanecer indiferente, ello significa que renunciamos a cooperar en una orientación de la justicia contra la desigualdad injusta. Hasta donde sea posible, los conocimientos y los modos de razonar tienen que descansar en verdades llanas que, en el momento presente, sean ampliamente aceptadas por el común de los ciudadanos o sean accesibles a él. De otro modo, la concepción política y religiosa no suministraría una base pública a la justificación.


Aquello que está  constantemente al alcance de la mano, de forma abundante y con toda naturalidad, tiende a ocultarse en la luz; es demasiado evidente para que se repare en ello, y  ya no digamos para suscitar una reflexión. No es posible sin la crítica  que sobreviva lo que hay de regenerador en la sociedad.
La indiferencia es el primer paso para el olvido de la memoria histórica. El cambio lo impulsan los que no están bien, los pobres con todas la clases de pobrezas, los oprimidos, los marginados por los indiferentes. El cambio no tiene por qué ser mejor, pero el mantenimiento de lo que hay implica una clausura del futuro: la desesperanza. Hay una motivación: por un lado los oprimidos intentando cambiar las cosas; por el otro, el hecho de que los débiles son cada día más. Se espera de los intelectuales religiosos o seculares, un liderazgo ético, político y cultural que las autoridades políticas han perdido. No se queden pasivos ante el deterioro de lo valores fundacionales de la religión.