Cartas al director

Sentimientos y política

Sócrates se negó a hacer depender la política de los sentimientos. Quizá esa fue una de las causas de su muerte. Todos los totalitarismos se han distinguido por la habilidad en el manejo de los sentimientos para hacer prevalecer sus proyectos políticos. Los políticos catalanes, pero no solo, han recurrido de una u otra manera a los sentimientos para fundamentar sus posiciones: el sentimiento nacionalista desemboca con frecuencia en victimismo. Desde siempre el victimismo ha servido para crear conciencia de “pueblo explotado”, en confrontación permanente, basada en la reclamación continua de un mayor techo competencial, ahora centrado en el derecho a decidir y el concierto económico. 

Victimismo y confrontación consiguen asentar entre muchos catalanes la dialéctica del “enemigo”, responsable de todos los males de Cataluña. Este proceso es fruto de la evolución política de los últimos cuarenta años. Algo que no hubiera sido posible sin la decisión de los diversos gobiernos de ser complacientes con los nacionalismos, de permitir no ya la versión, sino la inversión ideológica en el nacionalismo, responsable en última instancia de crecimiento de la mentalidad secesionista.

Los sentimientos no moderados hacen de la política un absolutismo destructivo. En nombre del patriotismo destierra el pensamiento crítico. El nacionalismo, enamorado de sí mismo, con sobrado énfasis muestra una continuada tendencia a la autoindividualización. Si la propensión es llevada demasiado lejos, evoluciona hacia un egoísmo patológico. Quien se toma a sí mismo, individuo o pueblo, como algo absoluto pierde el sentido de la realidad mucho más compleja y diversificada. Los sentimientos necesitan una dosis importante de pedagogía para que todo guarde el equilibrio crítico de la convivencia respetuosa con los valores de todos los otros.