Cartas al director

Tiempos de cambio

En los tiempos de crisis social la figura y el valor del maestro se amplía. La sociedad necesita un grado importante de estabilidad, de referentes con solvencia a los que adherirse. El papel de los maestros es definitivo.

Lo otro significaría un torbellino de ideas advenedizas y de costumbres nada motivadoras para la estabilidad necesaria y el progreso gratificador. Esos valores de referencia se aprenden en la familia, en la escuela. Los medios de comunicación no han logrado sustituir plenamente a los maestros, lo que hacen de ellos una piedra fundamental para la estabilidad, la cohesión y el progreso. Quizá el maestro en términos generales, sea la profesión más incomprendida. No es una casualidad.

El conocimiento significa no sólo el conocimiento descriptivo de lo que hay que aprender, sino también de valores, o de cómo vivir, qué hacer, qué formas de vida son las mejores y más meritorias y por qué.

La educación es una tarea hacia valores o ideales, hacia realidades impalpables. El trabajo del educador es inesquivablemente un esfuerzo ético que aspira al bien, a la justicia, a la verdad. Desde este enfoque teleológico-moral, la multiplicidad de los esfuerzos de los educadores ya se nos convierte en educación buena frente a la educación mala.

El educador ha de tener la capacidad, dentro de la ley, para enseñar lo que sea bueno, justo, verdadero y bello. Esta capacidad ha de adquirirla a través de una formación rigurosa, exigente, para satisfacer las necesidades de los tiempos. De esta forma, la aventura moral que anida en todo proyecto educativo queda reforzada, al margen si fuera necesario del monopolio del Estado. La educación tiene el derecho de tantear sus fines dentro del desarrollo integral del educando al margen de los poderes nocivos exteriores y con fines oscuros.

En una sociedad tan plural no se puede pensar en una educación neutra. La escuela debe despertar actitudes en torno al compromiso solidario de los hombres y mujeres, para superar el nihilismo que brota y rompe la cohesión social y la convivencia. Ante la injusticia y la opresión no cabe estar ausentes.