Cartas al director

La confianza de un joven honrado

En un acto litúrgico, en el banco delante, había solo, un joven alto y fuerte, de esos que da la impresión que cada vez se ven menos en las iglesias. A su derecha estaba una de las puertas de entrada y salida al templo.

En el momento en que el sacerdote dio la comunión, se acercó al altar dejando su móvil y algunos otros objetos personales en el banco. Me extrañó y me hizo pensar en la confianza que depositó en los que estábamos detrás, en unos tiempos de sospechas.

En mi entorno he visto en servicios, como aseguran los rollos de papel higiénico con candados para que no se los lleven; o bicicletas protegidas a las farolas y a los árboles con cadenas en su rueda trasera, algunas sin poner evitar que se llevaran las delanteras; los carritos de reparto de los mensajeros de publicidad, también atados con cadenas para impedir que se los lleven al buzonear en los portales; en las obras, fuera de las horas laborales, sin vigilantes suficientes, elevan con las grúas las hormigoneras y otras herramientas de construcción como medida de seguridad.

Todo eso y más, como síntomas de desconfianza en nuestros prójimos, en la tan deseada libertad democrática. Puertas de los domicilios privados, que antes se dejaban abiertas, y después se cambiaron por otras blindadas y con sistemas de alarma.

No solo los bienes materiales están más inseguros, sino que se ha desvalorizado a la propia vida. Porque se desprecia la experiencia de la vejez, se practican cientos de miles de abortos cada año, y se tiran niños a la basura.

En muchos ayuntamientos españoles han entrado nuevos concejales con una actitud contraria a los consejos evangélicos. Han juzgado, han condenado y no perdonan a los que les han precedido. Entre sus primeras acciones están las de cambiar nombres de las calles por otros personajes con menos méritos e historiales discutibles, suprimir símbolos y actos religiosos en fiestas tradicionales, y manipular la historia.

Que ese joven, al acercarse al altar, confiara en que los que estábamos allí practicábamos el séptimo mandamiento: no robarás, me hizo pensar en lo distinta que sería la sociedad, y en los muchos tratados de derecho penal, abogados, jueces y empresas de seguridad privada que serían innecesarios si en la convivencia existiera esa confianza que nos manifestó.