Opinión

Amnistía redentora

Miles de gargantas han gritado ¡no!; no a la muerte de los gigantes bondadosos, no a la ejecución de los amigos de la humanidad, no a los inocentes aliados de la vida. Ha sido un clamor solidario que ha movilizado las conciencias de los defensores de un mundo mejor. He quedado sorprendido de la generosidad de muchos vecinos de la devastada Limia; han dedicado su tiempo, su imaginación y su esfuerzo en defensa de unos árboles que habían sido condenados a muerte en nombre de un progreso letal. Docenas de intelectuales, cientos de ciudadanos, artistas, dibujantes, profesionales de todos los campos, han apadrinado un árbol de la carretera de San Mateo, su solidaridad abre el camino a un futuro mejor para las tierras limianas.

Personas de distintas ideologías, de pensamiento heterogéneo, de generaciones diferentes, de militancia contrapuesta; un movimiento trasversal que ha hermanado a muchos ciudadanos anónimos con los humildes plátanos, que durante un siglo han convivido en armonía con los vecinos de Xinzo y que, sin embargo, incomprensiblemente habían sido condenados a muerte.

Ha sido una lucha corta, pero intensa, llena de esperanza y contratiempos; ilusionante y motivadora y, muchas veces, agotadora. Largas reuniones, entrevistas, informes, proyectos, prensa, escritos… se hizo todo lo posible e incluso lo que se creía imposible.

 Y un día llegó la noticia: los árboles han sido amnistiados; ahí están ellos, viejos plátanos con agujeros y grietas como muescas para vigas, como cuencos, surcos en la madera, huecos llenos de agua. Se oyen cantos de pájaros, el susurro del viento, gruñidos, silbidos, profundos zumbidos, alegres y tristes flautas. Una llamada despierta a otra y entablan un fecundo diálogo contando su odisea a cuantos quieran oírla ( así lo contó Chuang Tzu hace miles de años).

Para los celtas, la Naturaleza era divina. Pensaban que debía ser respetada y estaban convencidos que cualquier agresión contra ella sería castigada por la furia de los dioses. La arrogancia de cualquier responsable político cuando condena a un ser inocente antes o después recibirá un ejemplar castigo solo tiene un camino de salvación, la rectificación antes de que el mal sea irrecuperable. ¿Lo han entendido así los responsables que habían dictado la condena de los plátanos? ¿Temerían la venganza de Ésus, el dios de los árboles y protector de los bosques? ¿O sencillamente han sido sensibles a la voz del pueblo?

Lo cierto es que la avenida de Celanova luce con hermosura la vigorosa presencia de los gigantes bondadosos. Se han convertido en monumentos vivientes de la memoria colectiva, en los colegios, en los bares, en la calle y en la prensa ha quedado constancia de su importancia para la villa de Xinzo y ha sido el ilustre escritor Carlos Casares quien, anticipándose a la historia, ha escrito: “Nunca me decatara do fermosos que eran os grandes pradeiros de casca amarela que se aliñaban ao longo da estrada e que Arturo me acababa de dicir que os ían cortar a principios do outono porque resultaban perigosos para a seguridade…” (“O sol do verán” IV).

Carlos, en el mundo sideral, sonreirá y narrará a la eternidad la historia de los bondadosos gigantes.

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