Opinión

Camino campechano

Será que el rey emérito está aburrido porque su reciente visita al taller para reparar la estenosis de canal y una hernia discal no le permite salir a navegar por las Rías Baixas. El viernes le han organizado un sarao en el Parador dos Reis Católicos de Compostela para entregarle su credencial como embajador de honor del Camino de Santiago. También puede que sea por las ansias de peloteo de alguno que quedó atrapado en tiempos pasados y no sabe interpretar la actualidad. A estas alturas de la promoción diseñada hace más de dos décadas por Víctor Manuel Vázquez Portomeñe en una servilleta de papel mientras apuraba unos vinos en una tasca cercana a la catedral, el Camino no necesita recurrir a la muleta del monarca campechano para ser reconocido en todo el planeta.

La Xunta aprobó el pasado 17 de noviembre que Juan Carlos de Borbón se convierta en el cuarto embajador tras el rey Felipe, cuando todavía era príncipe; el exseleccionador nacional de fútbol Vicente del Bosque, y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Dice un teletipo que la Casa Real recuerda que "el objetivo de estos nombramientos es posicionar el Camino como referente internacional, así como exportar la cultura y los valores de este itinerario". Pero ahora mismo el rey emérito no destaca precisamente por los valores, al menos los de los actos que le obligaron a entregar la corona a su hijo para mantener abierto el real negocio. Y es probable que la opinión de una gran parte del personal no varíe hasta el entierro, momento en el que todo el mundo fue bueno al proceder al repaso de sus obras.

Y ya si se quiere mantener este tinglado que ni aporta ni resta, tampoco estaría de más concederle al Camino una embajadora. 

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