EN OURENSE

Cuando el reloj del joyero ya no tiene cuerda: se van los Espino

Jesús Espino y Elvira Martínez. Joyería Espino.
photo_camera Cándido Jesús Espino mira a su mujer, Elvira Martínez, dentro de la joyería.

Una saga de artesanos dice adiós en el comercio ourensano: la joyería Espino cierra en Santo Domingo porque son malos tiempos. Detrás, tres generaciones y casi 70 años de historia.

"Señor Espino, usted es muy peligroso", le soltó un alcalde de Verín o de otra villa que ahora no recuerda. El joyero clavaba las firmas. En placas, trofeos, sellos... Las manos de 87 años de Cándido Jesús Espino dieron vida a las joyas que los ourensanos compraban en tiempos muy distintos. Precisamente el Cronos que marca el ritmo y las modas le dice a su hija, Teresa Espino, que empieza la cuenta atrás. La joyería Espino, en la calle Santo Domingo, echa el cierre. Atrás, tres generaciones de artesanos y 42 años abriendo las puertas de una casa de joyas en las que hasta el letrero es diseño del artesano. El señor Espino. Los tiempos difíciles para el comercio de siempre.

"Es duro", atina a decir una emocionada Teresa Espino. Es la hija que lleva al frente del negocio 22 años. La última pieza del negocio familiar, tras la jubilación de sus padres. La decisión, por supuesto, forzada. La sonrisa de los progenitores que tiran de anécdotas ayuda a contener la emoción. Y ella también prefiere que lo que quede sea la memoria. Una historia de joyeros en otro Ourense.

De una caja de cartón, el señor Espino saca una decena de dibujos de joyas, sobre todo sortijas, en tinta china. La mayoría los pintó en la mili, en A Coruña. Creció viendo a su padre, Luis Espino Cid, en el taller que tuvo en la plaza de la Magdalena y posteriormente en la Plaza Mayor. Hay que remontarse a mediados del siglo XX. El 12 de diciembre de 1951 abrió la primera joyería Espino. Cándido Jesús creció viendo a un joyero y quiso serlo. Con todas las letras. "Para mí la joyería es ser joyero", dice. Parece obvio, pero no lo es tanto. Reivindica un oficio tradicional y su mujer asiente tras el mostrador.

Ella, Elvira Martínez, es un pilar fundamental. Todos estos años fue la sonrisa para el cliente, junto a su tía hermana Lucita Martínez. Aún se nota la experiencia. Pregunto por clientela exclusiva y casi cuando Cándido Jesús se atreve a soltar, ella le corta con una sutileza envidiable. "Bueno, Jesús...", le mira. El secreto profesional. "A ver, de clientes no me acuerdo. Venía mucha gente importante de la ciudad, de Carballiño, de Verín...", sonríe el joyero, que además fue uno de los fundadores de la asociación de joyeros de Ourense.

Entra un cliente a por un portaminas que perdió hace tiempo y Teresa pronto saca un estuche con los posibles modelos. Elvira vigila. La experiencia. Pero, creo, también el orgullo de ver a la niña a la que ponían en vacaciones a montar paquetitos heredando la profesión. Al frente del negocio que ahora tanto le pesa dejar. "Los jóvenes son lo más importante ahora, son los que están haciendo todo y no se les está haciendo caso", se apena Elvira.

Y sin darse nadie cuenta, el jubilado joyero le abre la puerta a unos clientes con la sonrisa puesta en el rostro. "Pero ¡Papá!", se sorprende la hija. Emocionada. Ni el tiempo ni los tiempos matarán a los artesanos. O sí.

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