Opinión

Don Serafín

Cada vez quedan menos nombres que no necesitan apellidos, como en todas las cosas, las modas imponen su ley, esa ley no escrita pero que, por lo que podemos comproba cada día, van siendo las únicas que no se cuestionan, y de esta forma vemos que ahora los padres, sin que lo ordene el Registro civil, eligen nombres para sus hijos que ya no siempre se inspiran en el santoral y que llevaban a poner frecuentemente Paloma, a las niñas de Madrid, Rocío a las andaluzas, Montserrat a las catalanas, Carmen, Antonio o Manuel , en Galicia, o Ginés a los niños de Murcia; ahora se llaman Lucía, Jonathan, Vanesa, etc., es lo que se lleva, y además ya no quedan valientes, tal vez viendo el aumento de la violencia inversa de hijos a padres, que castiguen a su niños con nombres como Sinforosa, Filomena, Salustiano o Abundio, no sea que en un futuro les den de leches.

Por esas casualidades de la vida, por las mismas que nacemos, vivimos y moriremos, escuché el otro día una melódica canción del grupo mexicano, “Paté de fuá” cuyo título me trajo recuerdos de mi infancia, se titula “El valsecito de Don Serafín”. Se la recomiendo, ahora es tan fácil, ya no hay que tocar, ni que comprar, nada, poniendo en el “san” Google “ , el valsecito..” ya sale automáticamente, estos son los milagros de hoy. Su letra, en parte, dice así:

Un acordeón, guitarra y violín/ Era la orquesta de Don Serafín

Un solo vals sabían cantar/ Y todo el pueblo salía a bailar

Suena la viola, suena el violín/ Suena la orquesta de Don Serafín.

Se la recomiendo, y si se tercia, arránquese a bailar este vals con su pareja, o con su soledad, un día es un día, pues ándele no más, y márquese este vals; no sé por qué, pero me estoy acordando de mis amigos, los hispanomejicanos, señores de Arias, Xochitl y Alfonso, el hombre que susurraba a los castaños allá por Larouco, en el Barco de Valdeorras.

Al oír este vals no pude evitar el recuerdo de otro Don Serafín, mi tío, hermano de mi madre, que fue el cura párroco de Barbadás durante muchos años, eran tiempos oscuros de verdades absolutas, afirmaciones contundentes, adhesiones inquebrantables, confesiones sin pecados y pecados sin confesiones, cuando todo estaba claro, atado y bien atado, tanto que no teníamos que buscar la verdad, no como ahora que siempre la andamos buscando y no sabemos nunca lo que pasó aunque tengamos videos, testigos y fotografías que nos lo explican perfectamente.

Qué contraste con aquellos tiempos en que llegando la Semana Santa sabíamos perfectamente lo que había pasado, quien eran los buenos y quien eran los malos, como era el huerto de los olivos, el Monte Calvario, el Vía Crucis, las tres caídas, la traición de Judas, el cinismo de Pilatos y la resucitación al tercer día, y eso, sin un triste video que nos lo demostrara, pero teníamos fe, la misma que mi tío Serafín le llevó a entregar toda su vida al servicio de sus feligreses de Barbadás.

Eran otros tiempos, aunque los sentimientos sean los mismos, los de siempre.

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