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La economía une y desune políticamente

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photo_camera La ciudad de Los Ángeles es un ejemplo para Gonzalo Caballero.

Es posible que Feijóo y Gonzalo Caballero coincidan en la defensa de los intereses de Galicia ante la reforma de la financiación autonómica y que discrepen sobre la gestión privada de los servicios públicos.

Hay gente que sostiene que todos los políticos son iguales, lo cual, evidentemente, no es cierto, por muchas similitudes que haya entre algunos de ellos en materias como la corrupción o el incumplimiento de promesas electorales. Otro tópico de la política suele considerar a todos los partidos iguales –especialmente a los grandes, los de la llamada centralidad– y demoniza los pactos como sinónimo de traición; máxime si un partido de izquierdas pacta con uno de derechas. Curiosamente, la derecha no suele considerar una deslealtad pactar con la izquierda, de lo cual podría suponerse que es siempre la izquierda la que cede.

Galicia es un pequeño país donde la cultura del pacto político se reduce prácticamente a dos partidos: el PSdeG–PSOE y el BNG. Ha habido más pactos entre fuerzas políticas –entre ellos el que dio pie al primer presidente socialista (PSdeG con CG y PNG), pero ninguno con tanta historia y tantos resultados en términos de gestión, especialmente en las grandes áreas urbanas. Con más o menos defectos hay una cultura de pacto entre socialistas y nacionalistas en Galicia.

Esta situación obliga en la práctica al PP a conseguir la mayoría absoluta para poder gobernar –caso de la Xunta de Galicia–, ya que en caso contrario suele ser relegado a la oposición, como sucede en A Coruña o en Lugo, por ejemplo.

Este es el contexto en el que acaba de producirse la primera entrevista entre el nuevo líder socialista, Gonzalo Caballero, y el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, a su vez líder del PP gallego. Lejos de centrarse el debate sobre los temas de los que hablaron –especialmente aquellos que pueden afectar a la vida de la gente–, se desató una polémica sobre si Caballero puede ser o no el jefe de la Oposición –al menos a ojos del presidente de la Xunta– y sobre los riesgos de que pueda pactar políticamente con Feijóo.

El concepto parlamentario británico de jefe de la Oposición no es posible aplicárselo a Gonzalo Caballero por una razón tan evidente como que ni siquiera es diputado. Pero, en cambio, no hay ninguna razón –ni objetiva ni subjetiva– para impedir que sea el principal interlocutor político de Feijóo, ya que dirige el partido de la izquierda con más poder municipal y provincial de Galicia, y tiene a su vez un grupo parlamentario que iguala al de En Marea en la cámara autonómica. Debate estéril negarle esa condición.

Como es lógico, Gonzalo Caballero aspira a desalojar a Feijóo –mejor dicho al PP– del poder en Galicia, lo cual no impide que ambos puedan dialogar y, en ocasiones, pactar asuntos de interés general. Así, es posible que coincidan en la defensa de los intereses de Galicia ante la reforma de la financiación autonómica y que discrepen sobre la gestión privada de los servicios públicos. O que estando de acuerdo en desarrollar las políticas demográficas discrepen sobre las vías a elegir. Feijóo cree que puede avanzar por la vía legislativa, mientras que Caballero centra el asunto en un nuevo modelo de economía productiva que tire del empleo y genere suficiente bienestar para que aumente la población. Ciudades como Los Angeles se construyeron como dice Caballero, pero no fruto de una ley. El ejemplo de Los Angeles no está elegido por casualidad, ya que cuando tenía los mismos habitantes que tienen ahora A Coruña o Vigo logró multiplicarlos por cuatro en menos de 20 años a base de hacer crecer su industria y su economía de servicios.

@J_L_Gomez

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