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Elegir un helado

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Frente al cartón, me tiemblan las piernas. La mirada nerviosa del camarero. La cola se revuelve a mi espalda. Un tipo alza la cabeza sobre mi hombro y me respira en el cogote mientras busca algo con piña. El camarero golpea nervioso su abrelatas contra una nevera, haciendo sonar un merengue epiléptico. Mil formas y colores. Mil precios. Los nuevos. Los extras. Con o sin cucurucho. Una gota de sudor recorre mi espalda. Suena la música de Psicosis. El tiempo se agota. Trago saliva. La guadaña está a punto de caer. Hiperventilo. Es hora de decidir y cargar con las consecuencias. No hay ritual veraniego más extenuante. No hay nada más difícil que elegir un helado.

Chocolate

El helado es la excusa que utilizamos los adictos para poder comer chocolate en la playa. Eso lo saben los fabricantes y por eso gran parte de la carta está formada por helados de chocolate con chocolate. Ingeniosa combinación de sabores que aporta además el 700% de las calorías, azúcares y grasas que necesitas por día.

Cucurucho

Comprendo a los amantes del cucurucho. Entiendo su psicosis. Y admito que el cucurucho cumplió un buen papel antes de inventarse la madera de los árboles. Pero desde que hay palito, el cucurucho es un apéndice que convierte al helado en un pastel.

En un intento por popularizar el cucurucho, en un tiempo en el que sufrían un severo descenso de valoración, se lanzaron varias iniciativas populares. La más famosa de ellas, la Dieta del Cucurucho, resulta absolutamente falaz. Nadie sensato concede poder adelgazante a una rima. Esto obviamente no incluye a los poetas.

Los fabricantes también trataron de respaldar al cucurucho haciéndolo de chocolate. Pronto comprendieron que los adictos al chocolate queremos chocolate, no cucurucho disfrazado. Lejos de su belleza estética y de su extraordinaria labor de sujeción del helado, el cucurucho carece de sentido e invade un lugar precioso que podría ocupar, por ejemplo, tu lengua.

Helados light

Un helado que no engorda es tan absurdo como un cocido light. Pero desde que hay tipos haciendo helado de cocido, el asunto ha pasado de ser competencia del Gremio de Heladeros a ser responsabilidad de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Servilletas

El sol acelera el proceso natural por el que el helado pasa de estar colgando del palito a estar colgando de tu ropa. Siempre hacen falta servilletas. Esos chorretones en los mofletes que quedan tan graciosos en los niños, pueden arruinar tu prestigio mientras paseas por la playa.

El regalo

En mi cercanísima juventud se puso de moda el palito sorpresa –otra ventaja sobre el cucurucho-. Al terminar el helado ibas corriendo a leer el veredicto del palito: “sigue buscando” o “premio”. El premio, otro helado. En mis mejores veranos llegaba a encadenar tres, para mosqueo del vendedor.

Ahora los premios se han sofisticado. Vienen en bolsitas, incluyen cruceros –no me explico cómo logran meterlos ahí-, o te aseguran que llevan oro en su interior, que es una forma como otra cualquiera de que se te quiten las ganas de comértelo; por más que el oro pueda resultar nutritivo, especialmente si logras venderlo y salir a cenar con los beneficios.

Los nuevos

No hay verano sin helados “nuevos” en la carta. Los fabricantes lo saben. Un helado “nuevo” de “mosca caramelizada con chorizo criollo” siempre tendrá más aceptación que un clásico de vainilla.

Los voladores

Existe un vacío legal que debería cubrir la UE. Hay un modelo de helado cada vez más extendido. El volador. Se trata de un trozo de hielo de sabor exótico metido en una funda que se aprieta para que el helado asome. No obstante, rebasado el medio helado, el mecanismo de hacer salir el mismo hacia el exterior se vuelve incontrolable y a menudo termina el helado saliendo despedido a la velocidad de la luz provocando daños a otros bañistas en su aterrizaje.

Conozco a gente que ha perdido un ojo por golpear con él un helado volador. Toma nota. No es buena idea sacárselo para defenderse.

Una chupada

Entre las prácticas de malas maneras más extendidas del verano se encuentra la solicitud o el ofrecimiento de darle una chupada al helado de otro. Nunca se debe dar una chupada al helado de nadie, ni mucho menos ofrecer a alguien que le propine una chupada al tuyo. El mejor lugar para las babas propias es en compañía de uno, en la boca, o triscando controladamente por los objetos de su dueño, como los dedos, las cucharas, o los helados.

Lo que no hay

Podría existir extensa literatura sobre la manera de señalizar lo que hay y no hay en los tablones de los helados. Aspas, círculos, flechas, tachones, y precios o ausencia de ellos, se comportan de forma totalmente diferente de un bar a otro. Suele utilizarse la señalización más ilógica y desconcertante, con algún oscuro propósito. Pero, como norma general, si te apetece el producto redondeado significa que no queda. Si no te apetece, será el único disponible.

Cuando no hay cartón

No te alegres si llegas a un bar y no hay cartón. Entonces el camarero te dirá que cojas el que quieras del congelador. Además de decidir tu helado, tendrás que encontrarlo entre el hielo y las cajas congeladas. Asomarte en traje de baño y con el torso descubierto a una cueva de hielo donde has de ponerte de acuerdo contigo mismo a una temperatura que haría temblar a oso panda adulto, no está exento de peligros. Algunos ilustres comedores de helados han fallecido de pulmonía por esta costumbre tan española. Walt Disney, no olvidemos, estaba tratando de decidirse entre cucurucho o palito cuando ocurrió lo que ocurrió.

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