Opinión

La fiesta del Magosto en Ourense

En estos días de noviembre de cada año, desde primeras horas de la mañana, cientos de jóvenes cargados con mochilas se encaminan hacia las cumbres que rodean la ciudad de As Burgas, como Montealegre, Piñor, Coto Berredo, la colina donde se asentó un día el Castelo Ramiro, San Juan de A Farixa, el alto del Cumial, los montes de Santa Mariña, el altozano donde se asienta la capilla de Santa Águeda de Seixalvo, San Marcos de Cudeiro, la Costiña de Canedo... Una vez allí encienden las hogueras, cuyas humaredas suben hasta el cielo, y al caer de la tarde bajan a la plaza de San Martiño del Couto, para participar en la fiesta urbana. Es la estampa típica de los magostos ourensanos. Los elementos integrantes de los magostos más 'enxebres' son los participantes (normalmente adolescentes y jóvenes), la leña (frouma y xestas), el fuego, las castañas, el vino nuevo, los chorizos, el canto, los bailes y los aturuxos. Se trata de una fiesta ancestral que tiene sus orígenes según unos en el Neolítico, y según otros en la época de la conquista y la colonización de la península por las tropas del Imperio Romano.

El marco de la fiesta comenzó siendo los soutos de castaños, el entorno de las mámoas, los atrios de los templos de las ermitas y de las capillas. Más tarde se llevo al monte, y en la actualidad, con la oficialización de la fiesta, se llevó a las plazas, a los jardines y las alamedas de nuestras villas y ciudades, a las lareiras de las casas y a las bodegas de nuestras aldeas. La fiesta del magosto comenzó haciéndose el día de Todos los Santos y el de Difuntos, días en los que no se trabaja y la parroquia de los vivos acude a los camposantos para pedir por los muertos para que también ellos participen en la fiesta. Allí mismo, al atardecer, después de visitar las tumbas de los seres queridos, se hacia una comida ritual.

En el interior de los templos, las mesas de los retablos hacían de aparadores de vasos y de platos, hasta que la Iglesia condenó esta costumbre tan arraigada. Siglos más tarde, la fiesta quedó reducida a la ciudad de As Burgas y a las parroquias que tienen como titular a San Martiño, o con ermitas y capillas puestas bajo esta advocación, y pasó a celebrarse su día por ser festivo.

La fiesta del magosto tiene entre nosotros múltiples significados: exaltación del comunitarismo agrario y carácter jubiloso y de acción de gracias por los frutos recogidos. Se trata de un ritual festivo mítico-religioso con el que sacralizamos el monte, el fuego, las castañas y el vino. El fuego del magosto es sepulcro y madre, dado que en el se da una muerte y una resurrección simbólica a la vez. Las castañas se asan, hinchan, revientan y pierden sus potencialidades fecundantes, y a la vez se da una resurrección a la vida nueva, dado que el vino fomenta la creatividad, la vida, la alegría y la fiesta. El magosto se convierte así en un ritual colectivo en el que hay música, canto, poesía y diversión.

Algunas veces, esa fiesta también se convierte en un ritual iniciático propio del emerger erótico de la adolescencia. Esto se palpa en los magostos que hacen los alumnos de nuestros centros docentes sin la presencia vigilante de los mayores.

En torno al magosto han surgido creencias que aún están vigentes en nuestro mundo rural. Hay personas que piensan que se liberan tantas almas del purgatorio como castañas calientes se puedan comer de un bocado. En torno al magosto ha nacido un rico 'Cantigueiro' recogido por Antón Fraguas en las tierras de Cotobade:


Acabáronse as vendimas xa/ veñen as esfollas para/ comer coas mozas catro/ castañas asadas. Moza que/ estas no cañizo bota/ castañas abaixo ainda/ que non teño mandil/ acollochas no refaixo.


En la actualidad esta fiesta está en crisis, igual que sucede con la de los Maios, por haberla oficializado en exceso los concejales de Cultura de turno. n

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