CELANOVA

Las franciscanas echan el cierre

Franciscanas. Celanova
photo_camera Concepción Gándara, Esperanza Vidal, Manuela Fernández y María Díaz en la residencia del Areal.

La villa de San Rosendo dirá adiós este mes de enero a la comunidad de religiosas franciscanas que, durante 120 años, ha formado parte de la actividad educativa, social, caritativa, cultural y religiosa de la localidad.

Con tristeza y sin querer mirar mucho atrás, cuatro religiosas -María Díaz, Concepción Gándara, Esperanza Vidal y Manuela Fernández- son las encargadas de hacer las maletas y recoger la herencia de 120 años de historia de la congregación franciscana en Celanova. Si con la Desamortización de Mendizábal los monjes abandonaron forzosamente el Monasterio de San Salvador, en 2019 será el envejecimiento, un mal endémico en la provincia, el que lleve a las religiosas a dejar su residencia en el Areal tras 120 años de dedicación a la enseñanza y la atención social. "Al no haber relevo de hermanas, los años y los achaques no perdonan. También hay que pensar en que cuatro personas vivamos en esta casona...", explica la superiora, María Vidal, quien matiza que lo económico no ha sido determinante, la edad sí. 

Vilagarcía, Santiago de Compostela y Ourense serán las nuevas moradas de estas franciscanas acostumbradas a cambiar de aires. La sanitaria Esperanza Vidal lleva media vida viajando por las cuatro provincias gallegas y Concepción Gándara pasó 13 años en Chile y 42 en la selva venezolana antes de instalarse en Celanova. "Hacíamos una bonita labor (educativa) con 300 muchachos. Chávez nos quiso echar, pero no pudo", recuerda.

La "jefa", como se refiere cariñosamente el párroco local César Iglesias a María Díaz, fue durante su primera etapa en la villa, en los 80, maestra en el colegio fundado por la congregación. También lo fue Manuela Fernández, quien todavía tiene marcada en su memoria la imagen de las 100 internas que la recibieron en su llegada al colegio y la confesión que, tras años de dedicación a las niñas, le harían dos pequeñas antes de acudir a una visita fraterna. "Me dijeron que si no bajaba yo, ellas tampoco lo harían porque no conocían a sus padres", recuerda sobre un relato desolador de lo que representó la emigración para muchas familias.


Cooperativismo


El Instituto de Religiosas Franciscanas llegó a Celanova en 1897 para ocuparse de la entonces vacante escuela de niñas. Una labor que desarrollaron de forma casi ininterrumpida durante 100 años, salvo en el periodo 1936-1941 en el que una orden ministerial cerró el colegio y las religiosas pasaron a atender a los presos políticos de la improvisada cárcel del cenobio. Superado el primer centenario y tras varias vicisitudes, en 1997 una cooperativa formada por los profesores del centro tomó el testigo de las religiosas para sacar adelante el hoy conocido como colegio plurilingüe Sagrado Corazón de Celanova. "La cooperativa fue una solución de futuro para el colegio", matiza Iglesias, quien cree que "fue bueno para la comunidad religiosa, para la escolar y también para el pueblo".

Superada la edad de jubilación, y los tiempos en los que conjugaban las labores relacionadas con la enseñanza y la atención a ancianos y enfermos, las hermanas dedican su tiempo al rezo, a los quehaceres de la casa y a los paseos por Celanova. "Vamos a echar de menos esto", confesaban ayer al unísono sobre una villa que el próximo 19 de enero les organizará una ceremonia conmemorativa de despedida.

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