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La gestión del sudor

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El sudar se va a acabar. Inicio con este artículo la cruzada definitiva contra los olores desagradables en los chiringuitos, contra los vapores inaceptables en las salas de espera, y contra los efluvios de esos jóvenes que atraviesan la calle con largas camisetas de basket que dejan al aire sus dos alerones, equipados con ametralladoras M240, a la caza de inocentes y despistadas pituitarias estivales. La guerra ha comenzado y la vamos a ganar, aunque para ello tengamos que vaciar tantos botes de spray que la capa de ozono termine entrando en el conflicto, y se alíe con el ejército de los guarros, o aunque los fabricantes de camisetas sin mangas decidan bombardear nuestras fábricas de cosméticos una y otra vez. En esta guerra sólo se puede ganar o morir. Sobrevivir significa seguir soportando el tufo del enemigo.

En el cuerpo humano hay dos glándulas sudoríparas. Las ecrinas y las apocrinas. De las primeras no tengo ni idea, pero sé que las segundas son las que provocan desmayos en el tren cuando algún viajero acalorado decide subir su bolsa al maletero del vagón. Amordazar a esas glándulas debería ser requisito indispensable para poder salir a la calle entre mayo y octubre. El objetivo de nuestro ejército ha de ser inutilizar las apocrinas a cualquier precio.


GUERRA AL MAL OLOR

Ziryab, un extrañísimo musulmán músico, meteorólogo, astrónomo, y filósofo, que vivió en Córdoba durante la dominación musulmana, fue el primero en plantear la urgencia de declarar la “guerra a los malos olores”, siendo respaldado por muchos de los moros del momento, no tanto por el asunto olfativo sino por esa incontenible pasión por lo bélico con independencia de quién sea el enemigo.

Era el año 822 y lo único realmente divertido que podía hacerse en la península ibérica era liarse a guantazos con alguien. Ziryab formó todo un ejército de tipos peinados con flequillo, que se lavaban los dientes con un mejunje recién inventado, y que se afeitaban regularmente. Cada día, estos valerosos musulmanes acudían al campo de batalla –el cuarto de baño- con el objetivo de acabar con el enemigo –el mal olor corporal- armados con un desodorante que fue probablemente el primero de la historia. Y, si resultó eficaz contra los vapores estivales que podía desprender un tipo en la Córdoba de 822, habremos de concluir que fue también el mejor de la historia.

Algunos investigadores afirman que ciertos romanos se ponían bajo los brazos sendas toallas perfumadas inmediatamente después del baño. No he podido comprobar esta tesis. Sin embargo, después de pasar los meses de julio y agosto en Roma, lo que sí puedo asegurar es que los romanos no han seguido manteniendo esa práctica con el empeño que todos los turistas desearíamos.

 

LA TRANSPIRACIÓN

El calor del verano provoca el sudor, y el sudor el mal olor, y luego no sé qué de las glándulas apocrinas, pero al final da lo mismo, lo importante es que todo apesta y alguien debería arreglarlo de una maldita vez. La transpiración se inventó inmediatamente después de que el hombre pisara la tierra, y desde entonces se ha convertido en el enemigo más difícil de batir en todas las sociedades. Entre otras razones porque numerosas civilizaciones han congraciado con este enemigo, hasta intentar hacer creer al mundo que es realidad un aliado. Y lo es, en efecto, pero de los guarros, de los inmorales, de los forajidos, y en general de todos aquellos a los que el agua con jabón les produce alergia.


POR LEY

Nunca he logrado entender por qué tenemos diez millones de leyes que prohíben fumar y ninguna que prohíba sudar. Mientras no existan las segundas, las primeras sólo contribuyen a aumentar el problema. En verano, en todos los lugares públicos donde no huele a tabaco, huele a sudor. Dicho de otro modo: la ley defiende al que suda. Un atropello.


HIGIENE DE INVIERNO Y VERANO

Durante el invierno la higiene es importante. Si bien, la mayor parte de las bacterias están muertas de frío, y el noventa por ciento de nosotros estamos acatarrados y con la nariz obstruida, por tanto los olores que emanan del cuerpo se convierten en asunto menor. Sin embargo, ya con la primavera suenan las primeras alertas, con esos calores repentinos, y con el verano la exposición prolongada al sol dispara los índices de sudoración en todo el cuerpo.

Además, nuestras pituitarias respiran sin constricción alguna, y los terroristas del sudor acostumbran a llevar al aire aquellas zonas que más segregan, con la esperanza de sentirse fresquitos, y a su vez, con la soterrada intención de envenenar a los enemigos, los amigos de la higiene, el buen olor, y el buen gusto.


OLOR A HOMBRE

Algún cerdo inventó que el mal olor que desprenden algunos sujetos era simplemente “olor a hombre”, en clara alusión a que sus vapores no son otra cosa que la prueba irrefutable de su masculinidad. Ese individuo debería estar en la cárcel, porque lo peor del terrorismo olfativo no son los guerrilleros del hedor, sino los ideólogos que los alientan, e incluso quienes los financian. Y esto incluye a los fabricantes de zapatos que facilitan la transpiración, a los que venden camisetas sin mangas, y a los creadores de desodorantes inodoros, cuyos usuarios acaban inevitablemente oliendo a inodoro.


OLOR A COLONIA

A menudo se critica a quien huele demasiado a colonia. Por antinatural. Por presuntuoso. E incluso por señorito, como si lo de oler a mofeta muerta pudiera justificarse por algún tipo de concepción ideológica social o política. Sin reparos, confieso mi adhesión inquebrantable a quien se entrega a la dura batalla de la colonia y los olores que salpican la calle, por la sencilla razón de que la mejor defensa es un buen ataque. En un cuerpo lavado al que se le han aplicado toda clase de lociones y perfumes desde primera hora del día, el sudor tiene todas las de perder.

El hombre que huele a colonia es un hombre de bien.


LA GESTIÓN DEL SUDOR

Por último, algunos consejos para tiempos de guerra:

Intenta siempre no sudar. Si permaneces inmóvil dentro de la nevera hasta noviembre, lo conseguirás sin esfuerzo.

Si a pesar de todo, sudas, mantén la calma. Aplícate de inmediato un desodorante. En cuanto a la cantidad, lo mejor es que te eches el triple de lo que te dicte tu sentido común.

Utiliza calzado incómodo, el único que retiene en su interior y bajo control los malos olores.

Dúchate a todas horas, salvo que tengas algo más importante que hacer.

Lleva siempre diez o quince desodorantes diferentes encima. Así puedes regalarlos sutilmente a los que apestan. Tal vez logres importantes deserciones en el ejército enemigo.

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