Opinión

La ceremonia del caos

El caos al que han conducido a Cataluña  las ininteligibles decisiones adoptadas por una suerte de coalición política de concepción imposible que ha juntado en un mismo ramo a representantes de la recalcitrante burguesía católica y clasista con integrantes de movimientos de izquierda radical, anarquistas y marginales, alcanzaba su expresión más bochornosa en la sesión parlamentaria en la que un trilero sin historia, ansioso de gloria efímera, proclamaba una independencia unilateral que suspendía unos minutos después para pedir –que no exigir- que se acudiera al diálogo. Entre medias de esta humillante farsa, el sujeto con hechuras de payés endomingado, firmaba en un documento que es a todos los efectos agua de borrajas, y lo hacía mirando al tendido para permitir que las cámaras perpetuaran el instante supremo de una progresión de delitos a los que ha puesto voz y cara, con su flequillo decimonónico y su sonrisa vacua y yo diría que ligeramente descompuesta. Echó después el risco para cumplir con el papel que en el libreto de la tragedia  él mismo se ha encomendado, y a continuación, y tras pavonearse para la galería, pedió árnica. Solicitó negociación sabiendo positivamente que no hay posibilidad de dialogar nada en el marco impracticable que la propia  sedición ha trazado. Antes dejó dicho un discurso construido de indefiniciones, disparates y falacias por si  alguien le da paso para trepar a la Historia. Sospecho que la Historia reclama más de sus hijos que lo que puede ofrecer este personaje bueno para la caricatura, asilvestrado y mediocre. Pero, por si se hiciere ilusiones, hay que recordarle que la soberanía popular por medio de sus instituciones democráticas desea saber si esta independencia de quita y pon se ha declarado. El saltimbanqui del flequillo pretende que el propio Gobierno le otorgue alguna gracia mientras trata de evitar que la CUP lo descalabre. En ese caso y tras consultar a ambas cámaras y con el mandato del Senado, aplicar el artículo 155 de la Constitución y el Gobierno y los poderes del Estado tomarán el control de Cataluña. Una Cataluña destrozada y partida en dos de la que en unos días han huido todas las empresas grandes y medianas que constituían su fortaleza económica y financiera. Ninguna de las que habitan en el IBEX 35 mantiene a estas horas su residencia en la comunidad catalana. Una Cataluña en la ruina y longitudinalmente enfrentada cuyas heridas tardarán años en cicatrizarse. Puigdemont ha coronado su viaje a las fauces de la locura. Pero la locura no ha sido aún cauterizada.  

Te puede interesar