Opinión

La receta de Albor

Durante el Mundial que se celebra en Rusia este chófer de anécdotas se mudó de las páginas de Galicia, en las que se ventila la política, a las de Deportes, en las que no se abordan asuntos de vida o muerte, sino cuestiones mucho más serias, como acuñó Bill Shankly, mítico entrenador del Liverpool, y los futboleros repetimos como un mantra para justificar una devoción laica. Por el teléfono rojo del Mundial han pasado personalidades de todo pelaje ajenas al fútbol para charlar un rato con el pretexto de la pelota. Y Gerardo Fernández Albor estuvo hasta ayer en la convocatoria al desconocerse más achaques que los lógicos de un hombre centenario.

La intención era cambiar la llamada por una visita a Neverland para ver con el presidente Albor la final o el tercer y cuarto puesto del torneo, repitiendo la experiencia de hace un año con motivo de la celebración de la fiesta del 25 de julio y a menos de dos meses de que alcanzase la plusmarca de los 100 años. "Aquí me tienes, aburrido de leer, aburrido de ver la televisión... De lo único que no se cansa uno es de vivir", comentó al recibir al periodista en el salón de su casa sentado detrás de una mesa supletoria en la que amontonaba libretas con sus anotaciones. Resulta curioso que nunca quisiese publicar unas memorias que seguramente tenía al menos esbozadas en esas libretas que repasaba para confirmar algún dato. En una entrevista anterior había argumentado que no lo hacía "porque no vale la pena. Soy muy modesto y no creo que haya hecho nada más que trabajar y obedecer a Piñeiro cuando me pidió que la derecha galleguista debía ir al Parlamento. Él venía de la cárcel y era un hombre al que no se le podía desobedecer. Y por eso participé en política, no porque yo quisiera ni porque crea que soy un hombre importante".

Durante aquella tarde en Neverland, según reza el rótulo formado con azulejos en la entrada de su vivienda en una parroquia de Ames porque una hija estuvo enamorada de Michael Jackson, repasó con una lucidez pasmosa sus centenarias vivencias, como si los estragos del tiempo pasasen de largo en el País de Nunca Jamás. Fue aviador, se doctoró en Medicina por la Universidad de Salamanca, fundó la clínica La Rosaleda en Santiago de Compostela, presidió la Xunta entre 1982 y 1987 y en su etapa como eurodiputado desempeñó un papel decisivo en la reunificación de Alemania. Era el único español que podía fardar de tener un retrato en la sala de arte del Bundestag, también recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica, entre otras distinciones, pero se quedaba con dos reconocimientos más íntimos, según comentó durante aquel encuentro. 

El primero fue un aplauso al otro lado del teléfono cuando aceptó el ofrecimiento de 'Totora' –la periodista y política María Victoria Fernández España y Fernández Latorre, que firmaba sus artículos como Victoria Armesto– para encabezar la lista a la Xunta por AP. "En mi vida he tenido dos grandes ovaciones. Ésa y otra silenciosa la noche en la que me presentaron la moción de censura. Fui con Chon, mi mujer, a cenar a Pontevedra para despejarnos y en el restaurante la gente se puso en pie hasta que nosotros nos sentamos. Yo siempre dije lo que soy: un católico de derechas, un conservador. Y la gente sigue queriéndome, también los de izquierdas y los galleguistas".

Y es cierto. Un colega comentó al saltar la noticia de su fallecimiento que no conoce a nadie que hable mal de Albor. De muerto menos, pero tampoco sucedía cuando estaba vivo. Le confesó al chófer de anécdotas hace unos cuantos años que el secreto de su lozanía era "no enfadarse nunca", aunque la coquetería también ayuda a espantar la vejez. A la hora y media y ya cansado,"aunque nunca de vivir", el primer presidente de la Xunta elegido en las urnas recetó un consejo a los gallegos: "Que piensen que vivimos en un paraíso, en el mejor lugar del mundo. Aquí lo malo no es demasiado malo, el clima es estupendo y la gente es buena y encantadora. A Galicia y a los gallegos les recomendaría que piensen en vivir en paz y dejarse de coñas". No quería homenajes, sólo que Dios lo dejase "vivir un día más y después otro día más". 

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