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La llamada de Obama a Sanxenxo en 2012

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photo_camera Rajoy y Obama, en La Moncloa, en 2016.

El verano de aquel 2012 en el que el FMI suavizó un informe sobre España fue en el que Barack Obama, presidente de EE UU, había llamado al entonces jefe del Gobierno español, de vacaciones en Sanxenxo.

Con el Fondo Monetario Internacional (FMI) pasa como con tantas otras instituciones: edulcoran o manipulan sus propios análisis pero con el tiempo dejan que trascienda. Tiene algo positivo: en Occidente, en los países democráticos, es posible saber lo que pasó. Tarde, pero se sabe. Allí donde no hay democracia, las cosas primordiales –las importantes de verdad– no llegan a conocerse nunca.

Lo que ha pasado con el FMI, que suavizó su informe sobre España del crítico año 2012 para no generar más alarma, se revela ahora porque algunos miembros del consejo del Fondo criticaron las modificaciones al creer que vulneraban las normas de transparencia. El horno no estaba para bollos, a riesgo de haberse quemado todos los panes. La prima de riesgo –el sobreprecio que pagaba España para financiarse en los mercados en comparación con Alemania, el país de referencia en la eurozona– había subido de los 300 a los 550 puntos entre enero y mayo y el agujero Bankia se percibía como suficiente para arrastrar a la eurozona. Palabras mayores.

Entonces, como siempre, había ideología subyacente. Sobre la mesa estaban dos grandes visiones económicas: una de corte más estatalizado –incluso en EE UU, con la nacionalización de General Motors por parte del progresista Obama– y otra más liberal, impuesta por círculos tan divergentes como el FMI, la UE, el Banco Mundial o la banca, de tal modo que los planes de estímulo para los más keynesianos eran una vía de compensar la caída de la demanda privada, pero para los más liberales constituían un derroche y una injerencia del Estado.

Aquel 2012 se había celebrado la asamblea anual del FMI en Tokio con cuatro elementos de considerable gravedad, todos ellos interconectados: (1) España ocupaba el penúltimo lugar mundial en la previsión de crecimiento para 2013; (2) su rescate global por la UE podría evitar nuevos episodios de turbulencia que aumentasen la prima de riesgo hasta los 750 puntos; (3) si el Gobierno español lo pedía, los países más prósperos y saneados, como Alemania, deberían facilitarlo, y (4) había que conceder a los países periféricos como Grecia, pero también a España, periodos más amplios para cumplimentar sus compromisos de reducción del déficit público. Finalmente, no hubo rescate total pero sí parcial, acotado al sector financiero.

Aunque fuesen algo edulcoradas, la verdad es que, en 2012, desde el FMI no llegaban precisamente buenas noticias a España, donde llovía sobre mojado. Meses antes de la asamblea del FMI, en pleno verano de aquel año, el entonces presidente de EE UU, Barack Obama, había llamado por teléfono al ex jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, que a primeros de agosto estaba de vacaciones en Sanxenxo. Ambos hablaron sobre la crítica situación económica de España y de la UE.

¿Era tan extraño el interés de Obama? No. ¿Tenía que ver con el apoyo del FMI a España? Sí. Tanto EE UU como el FMI salían en auxilio de España y no precisamente por solidaridad, sino por su propio interés: la eurozona estaba adentrándose en una nueva recesión que amenazaba a la economía de la primera potencia mundial, donde el demócrata Obama tendría elecciones tres meses después, en las que revalidaría por cierto su mandato. Forzar a Alemania a echarle una mano a España y a Italia, mediante una rebaja de los tipos de interés, tenía un precio, pero aun siendo alto sería inferior al de contaminar la eurozona y EE UU, cuya interdependencia era grande.

@J_L_Gomez

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