Opinión

Los todólogos de la televisión

Creo que fue el sábado que precedió al día de hoy ¿se fijan que manera tan enrevesada tengo de decir el pasado sábado?- cuando, ya casi de madrugada, vi en la pantalla del televisor a un señor de pronunciado acento catalán, bigote de espesura staliniana y se diría que con muchos dedos de frente o incluso de frente amplia y muy despejada, fervorosamente dedicado a poner en evidencia la manipulación informativa a la que, unas veces por unos, por otros en otras ocasiones, nos vemos sometidos los españolitos de a pie, usted y yo entre ellos, mi querido y nunca bien ponderado lector de estos mis desahogos de los jueves que, los de los domingos, aun siéndolo, les son de otra intensidad y distinta consistencia.

El periodismo se nos fue al carajo a partir del justo momento en el que empezaron a surgir los gabinetes de prensa, perteneciesen estos a las grandes empresas o se alineasen en las huestes de los políticos porque, a partir de ahí, los redactores de los periódicos se convirtieron, en no pequeña proporción, en espléndidos hacedores de maquetas, en artistas del corta y pega, encaja y larga, que viene el trabajo hecho y yo hago aquí lo que me mandan.

Poco a poco, en una medida que se diría y es desproporcionada, el periodista de a pie dejó de informar (antes había dejado de investigar) y se limitó a transmitir la información, sesgada o no, que le llegaba ya elaborada por el colega a sueldo de la multinacional o del político de turno. Solo unos pocos rotativos se salvaron y aún se salvan de la malversación que se señala, pero deberán ser ustedes quienes los señalen con sus dedos pecadores.
También poco a poco fue esfumándose o al menos empequeñeciendo y difuminándose el periodismo de información, acrecentándose el de opinión y apareciendo los bustos parlantes que invaden las tertulias y los opinadores a sueldo, más opinadores que opinantes, encargados de impartir doctrina, ventrílocuos expertos en hablar con el estómago debidamente agradecido y la sonrisa de hiena siempre a flor de labios. Piensen ahora los lectores, si a bien lo tienen, en aquellos de sus mayores simpatías. Suelen saltar de una cadena de televisión a otra, como pajarillos de rama en rama y se dirían de ellos que sean todólogos, sabedores de mil ciencias y circunstancias, conocedores profundos de las moradas más oscuras sobre las que el poder se yergue en demasiadas ocasiones.

La pregunta derivada del paisaje señalado me la provocó a mí el señor del bigote espeso, el acento catalán espeso y la espesa, pero clarificadora, abrumadora argumentación utilizada en su discurso noctambulo y sabatino. ¿Se imaginan los lectores lo que sería este país de no existir la pluralidad de visiones de la realidad que nos ofrecen las distintas cadenas de televisión y los distintos periódicos que circulan por los quioscos, las televisiones y las redes?

El sábado que les digo, el arúspice que les indico hurgaba en las entrañas de la primera cadena de TVE induciéndonos así al conocimiento de lo que nos esperaría de no existir la posibilidad de señalar con el dedo la manipulación de la realidad a la que estamos siendo sometidos. El corta y pega y el suprime y resalta aparecieron así elevados a la categoría de arte y de modo tal que el antaño llamado el Bigotes, más tarde y a petición propia el Barbas -aunque sin demasiados resultados en tal sentido- el mismo que ahora pudiera ser también llamado el Cara Lavada, aparecía como el adalid de la honradez ajena o como el adalid que señalaba todo lo contrario.

¿Es que no hay tribunales de honor, organismos defensores de la buena práctica profesional, comisiones encargadas de velar por la ética periodística que intervengan en casos tan flagrantes como los que Ferrán Monegal señalaba ese otro día? Pues debiera haberlos. No se puede trocear, al menos no se debiera poder hacer impunemente, lo dicho por una persona en una intervención ante el juez, sin que aquí no pase nada que no sea la oportuna intervención de un señor al que es de temer que dentro de nada lo señalen como a un loco. Qué sería de nuestra democracia sin la variedad de opciones ideológicas, políticas y confesionales que nos ofrecen las distintas cadenas de televisión y a qué extremos estaríamos siendo conducirnos son cuestiones que todos deberíamos estarnos formulando. ¿Cómo se deteriora esa democracia con prácticas como la que se señala?

La realidad, también la realidad democrática, puede ser, incluso se diría que ya lo es, un espejo roto en cientos de pedazos de forma que cada uno de sus fragmentos ofrece no un ángulo de visión distinto, sino una distinta visión de una imagen que en principio era común, es cierto; pero es preferible contemplarla así, yendo de un fragmento a otro, como si contemplásemos un cuadro cubista del periodo analítico, hasta que consigamos obtener una visión cabal, cabal y reflexiva, que verla solo después de habernos de habernos puesto de perfil, sin posibilidad alguna de poder hacerla girar de modo que al final la hayamos contemplado desde todos los ángulos posibles y aun así. Aun así porque en ese caso el espejo suele ser solo de unos mientras que los fragmentos son de todos y ha de ser la imagen que contenga todas las visiones posibles la que prevalezca. Nunca la imagen única, siempre tan manipulable.

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