CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Manuel Fraga, postal de una vida exagerada

Yo lo sabía y también me lo dijeron. Al escribir sobre Fraga se queda mal con la mitad de los lectores, pero bien con la otra mitad, depende de lo que se diga.  Fraga no deja a nadie indiferente y se le pueden dedicar elogios e insultos en proporciones análogas. Lo que no se puede negar es su habilidad política para sobrevivir en las circunstancias más contradictorias y adversas. Tenía reflejos camaleónicos para adaptarse al paisaje político, fueran cuales fueran. También tuvo un lado pintoresco, más cerca de la leyenda que de la realidad. Iba barajando estas ideas cuando me dirigía al despacho de don Manuel aquella lejana primavera del 94 para firmar con él un convenio entre la Xunta y la Agencia Efe que yo presidía entonces. 

Habíamos tenido varios encuentros en los últimos años, tan cordiales como fugaces. La mayoría fortuitos. Después de la firma ofreceríamos una rueda de prensa y a continuación tendríamos una comida privada en un reservado del restaurante Vilas. El Vilas era el Sancta Sanctorum de la devoción gastronómica de Fraga, una devoción exigente pero comprensiva. Devoraba la comida con la misma prisa exagerada con que se tragaba las silabas y las palabras en la fogosidad de los mítines. Tenía más que decir que tiempo para decirlo y por eso, en ocasiones, degollaba las palabras, pero sus seguidores las interpretaban por la energía de sus gestos y terminaban comprendiendo todo. La firma fue ritual como ritual era el texto del acuerdo. Efe contribuiría a difundir  la cultura gallega y la Xunta se comprometía a pagar una cantidad por el servicio informativo y sobre esta base diversas variantes. Había muchos periodistas, en primera fila tres o cuatro de Efe, para hacer bulto si fuera necesario. No lo fue. Fraga me hizo una presentación muy elogiosa recalcando mi condición de gallego arrayano. A las preguntas siempre indicaba que respondiera yo, aunque el solía puntualizar detalles que redundaran a favor de la gestión de la Xunta. Lógico, yo hacía lo mismo con Efe.

En el Vilas todo estaba ya preparado para los dos comensales previstos, no podía ser de otra manera tratándose de Fraga. Recuerdo su frase: Para exigir a los otros lo primero que hay que hacer es exigirse a uno mismo. Yo llevaba en la mano el último libro del pensador francés Alain Minc, titulado "La borrachera democrática" que había comprado en el aeropuerto de Barajas para distraer el tiempo por si tenía que esperar. No hizo falta, el presidente acudió puntualísimo a todas las citas, cuando me recibió en su despacho echó literalmente a Cuiña para respetar la hora fijada para mi encuentro. Entre los dogmas de la convivencia con Fraga, el tiempo ocupa uno de los primeros lugares y de ahí se deriva su fanática puntualidad. 

El comedor reservado era reducido, creo que justo para cuatro comensales, lo que contribuiría al mantenimiento de los secretos que allí se contaran.

- ¿Qué libro trae? –preguntó-.

- Este de Alainc Minc: "La borrachera democrática -. ¿Lo conoce?

- Lo leí en la edición francesa cuando lo publicó Gallimard.

Me sorprendió y más cuando me comentó que Minc le parecía una de los pensadores franceses más interesantes del momento. Coincidíamos. Hablamos de lo que significaba para Alain Minc la opinión pública a finales del siglo XX y a comienzos del próximo milenio. La santa trinidad que se estaba estableciendo estaba formada por: La democracia representativa, el Estado-providencia y la clase media. Era una realidad, un mito y una psicosis a la vez, esta trinidad dominante.  A través de Minc se habían roto las reservas y empezamos a hablar con una sinceridad abierta, aunque por mi parte calculada. Al fin y al cabo estaba hablando con Manuel Fraga, el autor de la Ley informativa más abierta de la dictadura, según decía, pero que  a mí me habían procesado cuatro veces por el quebrantamiento del artículo segundo de dicha Ley. Lo recordé cuando hablábamos del peligro que los populismos representaban para las democracias representativas, tanto que pueden desestabilizar el reinado establecido por la democracia de opinión. Al recordarlo me basculó con fuerza el corazón, y pensé si debía decírselo o desencadenaría en él uno de sus famosos vendavales de ira, la conversación discurría con placidez de Danubio azul y podía crisparse, pero a pesar de la advertencia mental busque la mejor manera de contárselo.

- Con el artículo segundo de su Ley de Prensa, yo tuve algún tropiezo serio.

No se alarmó como yo creía

- ¿Qué tropiezo?

- Me procesaron unas cuatro veces.

- A veces ocurre eso cuando se quiere ir más lejos de lo permitido. Las  instituciones tienen que defenderse también en los regímenes autoritarios. Pero créame, esa Ley, a pesar de sus dosis de autoritarismo abrió los caminos de la libertad de información y de opinión.

 - Es posible, pero el artículo segundo era muy vaporoso y dejaba la interpretación al arbitrio de la autoridad administrativa. Entre otras cosas dice: "La libertad que consagra el artículo primero queda limitada por el respeto a la verdad y a la moral;  por el acatamiento a los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales".

- No siga, como puede comprender me lo sé de memoria –lo había dicho sin acidez, con media sonrisa en la boca-. 

 Tenía razón ¿para qué recordar? pensé, cuando el recuerdo ya es inútil. Me preguntó cómo  funcionaban las redes internacionales de Efe. Llegamos a la conclusión de que el periodismo, sobre todo el de las grandes agencias, es un determinismo tecnológico. Dependerá de las redes telemáticas y los avances en ese campo son vertiginosos. Estábamos de acuerdo en que los grandes avances del futuro cabalgarían a lomos de la telemática. La conversación se convirtió en una balsa de aceite.

Le recordé que entre las leyendas que circulaban sobre él figuraba su descomunal memoria, dicen que se aprendió la guía de teléfonos de Santiago de Compostela en una noche. Se río a carcajadas con una compacta sonoridad pulmonar. Después dijo, no es cierto, pero porque no me lo propuse, eran más difíciles los temas de Letrado del Consejo de Estado. Aproveché para contarle la anécdota de André Malraux: en una rueda de prensa un periodista preguntó al gran escritor francés como había construido un mito tan variado en torno a su vida, a  lo que Malraux respondió: Nunca desmentí las cosas que me atribuyeron, por desmesuradas que fueran. De ahí arranca mi mito y mi leyenda. Le aconsejo que usted haga lo mismo don Manuel, multiplicará su dimensión de ser mitológico.

- Lo tendré en cuenta, afirmó renovando la sonora risa anterior.

La verdad es que fue un sobreviviente, sobrevivió al franquismo, a pesar de ser una de los ministros más populares, en la transición se convirtió en padre de la Constitución, se perpetúo en la democracia creando el partido Alianza Popular y cuando se hundió por el excesivo peso de ex ministros franquistas creo otro con el nombre de Partido Popular. 

Viendo que a nivel nacional tenía un techo de cristal que le impedía lograr los votos necesarios para convertirse en presidente del gobierno, nombró a un sucesor,  Hernández Mancha, que cambió al comprobar que se había equivocado, designando en su lugar a José María Aznar que contra pronóstico  resultó caballo ganador. Entonces  tuvo nostalgia de poder y de Galicia donde no tendría techos de cristal sino los cielos abiertos para volar a su aire. La presidencia de la Xunta le dio nuevos bríos y creencias, de la desconfianza autonomista pasó a fervoroso partidario del estado autonómico. Hablamos mucho de eso. Entabló una profunda y constante empatía con los gallegos, se veía elección tras elección.  En su colección de anécdotas temperamentales hay que apuntar lo sucedido el 6 de mayo de 1977 en Palacio de los Deportes de Lugo. Fraga celebraba un mitin desbordado de seguidores en el Palacio, pero al que también se habían colado algunos centenares con voluntad de reventar el acto. Gritaban consignas como: "Fraga, Galicia no te traga"; "Galicia Ceibe y socialista", "Fraga fascista y terrorista", así como otras análogas. Por la megafonía pedían silencio, pero seguían gritando. En voz baja se oyó la voz de Fraga decir: "Espero que se callen sino tendremos que ir a por ellos". 

En menos de un minuto el líder se quitó la chaqueta y gritó, a por ellos. Bajó a la pista, seguido del periodista Alfredo Sánchez Carro y corrió hacia donde estaban los alborotadores que huyeron despavoridos ante aquel destemplado terremoto. Le gustó que se lo recordara unos meses  después cuando vino a desayunar a la Agencia.

En los últimos años le vi con frecuencia, asistía a los actos culturales que consideraba importantes en la Casa de Galicia que él había fundado. Nunca faltó a las presentaciones de mis libros. A pesar de que andaba basculando de un lado a otro en fatigosos movimientos seguía estando donde consideraba que tenía que estar. Especialmente en el Senado, adonde llegaba siempre el primero. Vocación de numero uno como en la juventud opositora.

Te puede interesar