ÁGORA ECONÓMICA

Nuevas estrategias mundiales para los nuevos tiempos

US one hundred dollar bills surrounding against China Yuan note

A mediados del siglo XIX, en una época de crisis marcada por los conflictos bélicos y las amenazas de alzamientos populares, el economista John Stuart Mill ya señalaba que “la guerra hunde casi de inmediato el comercio, al reforzar y multiplicar los intereses personales que actúan de modo irracional”

En aquellos tiempos los conflictos respondían a una voluntad de gobiernos nacionales con el poder explicito como fin último. La directriz política se mezclaba con la iniciativa militar y lo modelos de decisión todavía recibían el eco de las formulaciones estratégicas de Napoleón o de Clausewitz (general del ejército prusiano coetáneo del emperador), ambos convencidos de la inevitable escalada bélica entre potencias con batallas decisivas de aniquilación total.

No fue hasta mediados del siglo XX cuando la visión estratégica de los conflictos cambió sustancialmente. La tecnología, la burocratización de las grandes decisiones gubernamentales  por comités de expertos, la reflexión que exigía la guerra fría y la dimensión económica de la mayoría de decisiones provocaron un salto cualitativo de los enfoques estratégicos. La teoría de juegos, el análisis de alianzas y los modelos que incorporaban múltiples factores entraron en escena. Con el fin de la Segunda Guerra mundial, las estrategias de aniquilación en  los campos de batalla involucrando directamente a las grandes potencias pronto parecían  meras antiguallas para nostálgicos de las recreaciones los soldados de plomo, dando paso al mundo de los espías, a las disputas en terrenos de países satélites de menor rango y a la importancia decisiva de la propaganda y la imagen para marcar una agenda de exteriores condicionada por la opinión pública. Estrategia moderna que contenía aspectos ideológicos complejos pero también, y cada vez en mayor medida, un trasfondo económico.                


EL MUNDO GLOBALIZADO


En los últimos años todo parece indicar que el mundo entra en una nueva era, también en lo que respecta a la estrategia geopolítica y en última estancia económica. Se observa ya en el lenguaje. Hace unos meses China hacía un llamamiento a Washington, enojada por la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU., en el que le invitaba a superar la mentalidad de la Guerra Fría. En el fondo parecía estar diciendo que los tiempos en los que los conflictos no medían las consecuencias económicas no tienen vigencia y que ni siquiera los modelos básicos de confrontación de acción-reacción en escenarios hipotéticos de guerra nuclear tienen la más mínima cabida. Ni que decir tiene que el país asiático pone encima de la mesa una retórica aparente conciliadora que no deja de esconder un afán imperialista también de antiguo cuño.

Todo parece indicar que se abre una nueva era en la estrategia geopolítica y en última estancia económica

Los chinos no ocultan su intención de lucha por la hegemonía a nivel mundial y Estados Unidos tampoco su intención de resistirse, pero el escenario es más complejo en un mundo global.  El universo productivo no tiene patria en un mundo interconectado, aunque los órganos decisores y agentes económicos, en última instancia personas con su vida vinculada a determinados espacios económicos, juegan las bazas de sus intereses en la defensa de un territorio concreto.    

La amenaza de guerra comercial por parte de Trump, el interminable conflicto en Siria, el supuesto intento de asesinato del espía doble Skripal en Reino Unido, el escándalo de la injerencia en la privacidad a través de Facebook para aprovecharlo con fines sociopolíticos o los recelos sobre las condiciones fiscales de los nuevos gigantes de la distribución como Amazon, son hechos de plena actualidad que tienen un denominador común: son muestras de un mundo en proceso de cambio, donde se cruzan intereses que acabarán afectando a todos los órdenes de carácter político y económico. 


LA TEORÍA DE RODRIK


Están en cuestión determinados aspectos de las teorías predominantes sobre las que descansaba el modelo socioeconómico de nuestras comunidades hasta hace bien poco. Uno de los aspectos críticos que ha cambiado con la globalización y que más condiciona la toma de decisiones económicas tiene que ver con el nivel de compatibilidad existente entre tres factores: 1) una progresiva integración económica, 2) la capacidad de mantener la soberanía nacional y al mismo tiempo 3) conseguir una sociedad abierta con valores de democracia plural. Esta síntesis es parte del análisis del economista turco Dani Rodrik, del cual extrae como conclusión el  famoso dilema el cual resume que en el mundo actual, de estas tres opciones, solo podemos optar por dos.

Y aquí surgen distintas visiones del mundo. Por un lado, el propio Rodrik sostiene que durante este siglo se ha potenciado la hiperglobalización en detrimento de la soberanía nacional y la democracia, circunstancia por la cual, según su criterio, han crecido los populismos ultranacionalistas y antisistema como respuesta natural a la pérdida de referencias de cohesión social y a la falta de respuesta eficaz de los gobiernos nacionales. El autoritarismo ha aprovechado el flanco débil y se ha extendido por el mundo. Ejemplos no faltan y el liderazgo de estilo caudillista se observa incluso en las dos superpotencias. China acaba de otorgar a  su presidente Xi Jinping un poder casi ilimitado a través de una campaña de culto a la personalidad similar al que en su día tuvo Mao, y en lo que respecta a Estados Unidos, el propio Trump refuerza el propio culto a sí mismo con una representación histriónica de las decisiones de su gobierno con cierto desprecio a los mecanismos de control democrático cuando menos en las formas.

Rodrik también recela de los ultraliberales que comparten su teoría pero ven con buenos ojos el concepto de  aldea global como apuesta por el lado del triángulo que se apoya en dos vértices: la integración económica y la democracia, dejando de lado el ángulo de la soberanía nacional. Según Rodrik, los que optan por el ideal de fortalecer la gobernanza global, haciéndola más justa y democrática no tienen una visión realista del mundo a corto plazo. Según el economista, la voluntad y capacidad de decisión de la sociedad reside en la soberanía nacional y es ahí donde habría que actuar. 

Independientemente de que la idea de un nuevo esquema de gobierno a escala mundial con organismos efectivos de carácter global suene como algo ingenuo, seguro que también lo es pretender volver a los años sesenta del siglo pasado. De hecho, si se pone el acento en la soberanía nacional y en la posibilidad de blindar el control de capitales, el proteccionismo comercial o el estimulo individual de la demanda en pequeños estados, se corre el riesgo de, paradójicamente, alentar un discurso nacionalista radical que a la larga pueda generar una espiral de frustración y un descontento aún mayor, si no se cumplen las expectativas. 

La economía mundial no dejará de estar interconectada, a la espera de un nuevo marco de relaciones auspiciado por las nuevas macropotencias

Lo que sí parece claro es que a corto plazo hay un camino intermedio para las potencias de gran dimensión, con sus respectivas áreas de influencia, donde tendrán cabida por el momento cierto equilibrio entre los tres ejes mencionados. De esta forma todo parece indicar que sólo Estados Unidos y China tendrán libertad de actuación para fijar con cierta autonomía sus propias líneas estratégicas, quedando al margen la incógnita de una Europa que, por el momento, tiene difícil emanciparse y situarse como el tercer macro estado – nación con capacidad para marcar un camino propio.   

Dado que no es posible parar la globalización, la UE podría dar un salto cualitativo en su integración para hacer frente a las otras dos superpotencias, al tiempo que podría ser deseable conformar un marco de aliados y definir una imagen y un patrón de éxito propios que actúen como muro de contención de las propias contradicciones internas que han quedado al descubierto con el Brexit o el auge de ideologías aislacionistas en determinados estados.  


CORTO PLAZO VS LARGO PLAZO


Lo que parece claro es que el orden surgido tras la Segunda Guerra Mundial en el que la soberanía de una multitud de estados con sus propias iniciativas políticas y margen de maniobra en lo económico, contando con el paraguas de organizaciones supranacionales que coordinasen unas normas pactadas de relación como la ONU, el FMI, la OMC, la OTAN y un largo etcétera, va dando paso a una simplificación en dos grandes potencias, a partir de la cual Estados Unidos y China fijarán sus acuerdos de forma individual según sus  intereses y voluntad propia con la pérdida de sentido de los distintos organismos transnacionales. En este sentido, la línea estratégica seguida por el gobernó de Trump no es la obra de un caprichoso ególatra, sino que responde a una estrategia defensiva a corto plazo en un nuevo escenario económico y de poder,  encuadrada en una nueva versión de la antigua doctrina del “realismo en las relaciones internacionales”, la cual surgió a mediados del siglo pasado como enfoque teórico que propugnaba que los países deben definir sus propios sistemas de gobierno internos sin ningún tipo de interferencia externa. Una versión de America First con una carga ideológica y emocional muy marcada. 

En todo caso, más allá de los réditos políticos inmediatos que se puedan obtener en Estados Unidos bajo la pretensión un tanto engañosa de una mayor autoestima y esperanza de futuro de la clase media americana y de la apuesta estratégica por frenar el liderazgo chino, antes disimulada y ahora explícita, incluso haciendo gala de un despliegue en el plano militar con efecto contagio a escala internacional y grandes beneficios para la industria del armamento, todo parece indicar que estamos viviendo una etapa de transición. La economía mundial no dejará de estar interconectada, a la espera de un nuevo marco de relaciones a nivel global auspiciado por las nuevas macropotencias y de nuevas ideas para lograr modelos de equilibrio entre crecimiento, libertad y cohesión social en los distintos territorios, poniendo el acento en los  grandes retos de este siglo: nueva distribución comercial, riesgo de oligopolio tecnológico, aceleración de la robotización, cambio climático y evolución demográfica, entre otros. De esta forma, más allá de que ahora los tambores de guerra sean comerciales o verdaderamente bélicos, sólo pretenden desgastar y condicionar al enemigo. La sangre no llegará al rio porque las estrategias modernas hace mucho tiempo que hacen caso a Stuart Mill y tienen claros ciertos límites. La guerra total es un mal negocio.  El único en el que todos pierden.

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