Opinión

Orwell en Cataluña

Un nacionalista no solo no desaprueba las atrocidades cometidas por los de su bando sino que tiene una extraordinaria capacidad para ni siquiera oír hablar de ellas". Qué actual suena esta reflexión acerca de las distorsiones en la percepción de la violencia en función de las afinidades políticas. Se la debemos a Georges Orwell el escritor inglés que pasó un tiempo decisivo de su vida en Barcelona, durante la Guerra Civil. Viene que ni pintada para situar el clima en el que se está desarrollando la polémica sobre si los actos de sabotaje y los disturbios promovidos en diversos lugares de Cataluña por los llamados Comités de Defensa de la República (CDR) pueden ser calificados de violencia terrorista o se quedan en simples actos vandálicos.

No es una cuestión baladí. Hemos escuchado a varios diputados secesionistas negar la existencia de violencia en los actos perpetrados por estos grupos señalando que desde el Gobierno (y en los escritos de algunos jueces), se pretende crear un relato capaz de inducir un marco mental que asocie el "procés" independentista con la violencia. En el tenso debate sostenido en la sesión de control al Gobierno entre el diputado Carles Campuzano (PdeCAT) y el ministro de Justicia, Rafael Catalá, al hilo de este asunto y mezclado con la interesada falsedad acerca de la existencia en España de presos políticos, el diputado secesionista llegó a decir que se había construido un relato sobre "violencia y terrorismo extremadamente peligroso". Incluso fue más lejos afirmando que "en Cataluña hay la percepción de que no se practica la justicia sino la venganza".

Hemos visto manifestaciones independentistas llevadas a cabo sin incidentes, es cierto, pero también hemos visto a través de la televisión las imágenes de cortes de carreteras, levantamiento de barreras de los peajes de algunas autopistas, intento de asalto a la Delegación del Gobierno en Barcelona, quema de contenedores y lanzamiento de objetos a los policías etc. Todo ello coordinado para provocar inseguridad y temor. Por no hablar de las coacciones a los tribunales o las amenazas directas a fiscales y jueces. Negar una realidad conocida nos devuelve a Orwell. También de él aprendimos que la libertad consiste en decirle a la gente lo que no quiere escuchar.

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