ECONOMÍA

Un país que no acaba de creer en sí mismo

Sin un modelo económico propio, difícilmente España logrará ser como Alemania o Francia. Ahora que se ven mejoras puede ser un buen momento para reflexionar sobre lo que hay que hacer a medio plazo.

 

P

atronal y sindicatos se han decidido a pactar un aumento de los salarios en un mínimo del 2%, con posibles alzas adicionales por productividad. Es un avance, sin duda, pero insuficiente, si se tiene en cuenta que la devaluación interna redujo el poder adquisitivo de los salarios un 8% e hizo caer el peso de las rentas salariales en el PIB al 47,3%, una cifra sin precedentes en dos décadas.

¿Por qué hay tanto miedo a las alegrías económicas en España cuando el PIB sigue creciendo? Algo va mal, parece evidente. O algo puede ir mal, por decirlo de manera más precisa. España no tiene claro todavía cuál es su modelo económico, tras la debacle del ladrillo, y sabe que el turismo y las exportaciones –sus palancas de crecimiento– tropiezan con amenazas como el alza del precio del petróleo, una política monetaria más restrictiva del Banco Central Europeo y el proteccionismo de Donald Trump, que amenaza al comercio mundial. No solo al bilateral con EEUU.

Un ejemplo. España no depende mucho de las exportaciones directas a EEUU; tampoco de las importaciones. Pero en cambio su economía puede resentirse de la guerra comercial, ya que sus dos grandes socios –Francia y Alemania– sí dependen de sus ventas a EE UU, un gran consumidor de los vehículos europeos.

En un contexto tan incierto en el exterior, donde la influencia española es mínima –todo está en manos de EE UU, China y en parte de Alemania y otras potencias–, sería importante recuperar el mercado interno, lo que exige mayores salarios, ya que el consumo depende de los sueldos de la gente. El problema es cómo mantenerlos, de ahí también la precariedad en la contratación, que no acaba de estabilizarse.

La flexibilidad laboral asociada a una alta productividad y a la competitividad -situación habitual en EEUU- poco o nada tiene que ver con la flexibilidad que se observa en España, hasta el punto de que los sectores más productivos y competitivos suelen ser los más receptivos al empleo estable, mientras que la precariedad es característica en todas aquellas ramas incapaces de generar valor añadido, como muchos servicios o sectores económicamente atrasados.

Si bien es cierto que hay muchos problemas de corto plazo -paro, pobreza, desigualdad, precariedad-,  que exigen soluciones inmediatas o sin excesivas demoras, no lo es menos que España tiene que plantearse un nuevo modelo económico a medio y largo plazo. Países como Finlandia, Corea del Sur o Costa Rica lo han hecho en peores condiciones de partida. La propia España, también, a raíz del plan de estabilización de 1959 o de los pactos de la Moncloa en la Transición. En todos los casos, dentro y fuera de España, fue siempre de la mano de una gran reforma educativa.

En la agenda política española no están este tipo de actuaciones, ya que el Gobierno parte de una mayoría precaria y no tiene intención de convocar elecciones de inmediato, pero lo cierto es que se está perdiendo el tiempo. España no solo precisa parches, sino grandes reformas económicas, que en buena lógica requieren consenso político y un nuevo pacto social.

El pacto social de la Transición exige una actualización, una revisión a fondo. Y medidas de acompañamiento, como una reforma fiscal. Audacias como un impuesto a la banca u otro tipo de reformas parciales suenan más a populismo que a una verdadera política económica como la que abanderó en su día Fuentes Quintana. 

@J_L_Gomez

Te puede interesar