Ribeiro, imágenes con historia

El primer vuelo en O Ribeiro

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photo_camera El aviador Piñeiro, sentado en el centro, en segunda fila, aparece en la foto con sus mecánico (2, 3 y 4).

Fue el campo de San Cristóbal, en las orillas del Avia, donde se instaló un provisional aeródromo

Fue en 1912 cuando José María Piñeiro González, tras vender la fábrica de gaseosas que tenía en Sanxenxo, se traslada a la escuela de Aviadores que el célebre Blériot tenía en Pau. Allí, tras meses de intensos entrenamientos, el Aero Club de Francia le entrega su carné de piloto de aviación y asesorado por Blériot, compra su propio aeroplano que por ferrocarril traslada a España.


Con su permiso en toda regla comienza su etapa de tripulante profesional y sus exhibiciones en Ferrol, Burgos y Buenos Aires llenaban las páginas de los periódicos, donde bautizaron a Piñeiro como El hombre-pájaro gallego. Eran los tiempos heroicos de la aviación y aquellos sencillos monoplanos que se lanzaban a la conquista del espacio eran seguidos por un maravillado público que reclamaba su presencia en los festejos de las más importantes capitales. La Ribadavia de 1913 conocía los loopings, montañas rusas, vuelos rasantes, picados y saltos de la muerte, especialidades todas del aviador Piñeiro, por lo que la comisión de fiestas del san Pedro de ese año intentó contratarlo, sin éxito, debido a la apretada agenda del piloto. La fecha se pospuso para más tarde y Piñeiro se comprometió para hacer una demostración el próximo verano. 


El día elegido fue el 13 de julio y la expectación en O Ribeiro impresionante. Ribadavia iba a ser la primera villa donde se celebrara un festival de esta índole y hasta aquí se desplazaron coches de línea que, procedentes de Vigo, Orense, La Coruña, Carballino, A Cañiza y otras poblaciones, traían riadas de gente ansiosas de aplaudir y admirar a aquel intrépido paisano. Fue el campo de San Cristobal, en las orillas del Avia, donde se instaló un provisional aeródromo para facilitar las maniobras de despegue y aterrizaje de la aeronave, que dos días antes había llegado a la estación de Ribadavia. También se colocaron en dicho recinto, al que se accedía por un módico precio, palcos y sillas para observar más cómodamente el espectáculo.


Aquella tarde de julio las prominencias de Beade, A Veiga, A Costeira, Cenlle y Castrelo estaban repletas de curiosos. Las azoteas de las viviendas de la Villa fueron las atalayas de los más prudentes y algunos recelosos de aquellos pájaros de metal pasaron la jornada “entre visillos”.El despegue fue en medio de una estruendosa ovación que no cesó hasta que el aparato se elevó por los aires entre el entusiasmo de todos. Llegó a Sampaio, voló reiteradamente sobre la capital del Ribeiro, se dirigió a Leiro pasando sobre Beade, Esposende, San Andrés y de nuevo en Sampaio, se orienta hacia el campo de aterrizaje donde al rozar la cola del avión con una parra, cae a tierra destrozándose completamente. 


El tremendo impacto hacía presagiar lo peor y un grito de angustia salió de la concurrencia, pero fue el propio Piñeiro quien saliendo entre los despojos, se mostró al público sin ningún rasguño, lo que tranquilizó y devolvió la alegría a los presentes. Como curiosidad, M. Meruéndano testigo de excepción del suceso, narra en sus Efemérides Locales que el secretario del ayuntamiento, el juez municipal y el médico de Beade rehusaron el palco de autoridades, prefiriendo cobijarse bajo una sombreada parra, más segura en caso de un eventual accidente. Fue la parra en la que se “engarelló” la cola del avión…


Milagrosamente no hubo ningún damnificado, salvo las uvas que en pleno verano “ya lucía pintor”. Los restos del fuselaje fueron recogidos por los asistentes que, a modo de reliquia, guardaron orgullosos sabiéndose testigos de un acontecimiento histórico. Aquella jornada la recordaron toda la vida y el día de autos quedó grabado en la memoria colectiva. Era el trece de julio de 1913.

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