TRIBUNALES

Verfondern: "Si me pasa algo, los vecinos son los culpables"

La Guardia Civil se ganó la confianza del principal inculpado y confesó: "Con la escopeta hice bum, bum"

A Martin Albert Verfondern las cosas importantes de la vida le gustaba documentarlas por escrito y, a veces, hasta con imágenes. Tanto si tenía que reclamar al alcalde de Petín el asfaltado de un camino como otras inquietudes menos prosaicas. Sentía miedo y dejó escrito un final trágico para su aventura hippie en Santoalla.

El equipo de la Guardia Civil que investigó su muerte violenta el 19 de enero de 2010 dejó claro este martes, en la segunda sesión del juicio con jurado popular que se sigue contra los hermanos Juan Carlos y Julio Rodríguez González por asesinato y encubrimiento, respectivamente, que Martin estaba "muy preocupado" por el cariz que en los últimos años había tomado su relación con la otra familia que habitaba la aldea de montaña. Había pedido presupuesto para contratar un seguro de vida en una agencia de A Rúa y escribió cartas, que la viuda entregó a los investigadores. La más explícita, dirigida al juez, hasta señalaba con el dedo: "Si me llega a pasar algo, los culpables son lo vecinos".

Por esta razón, cuando apareció en As Tozas de Azoreira (A Veiga) su Chevrolet Blazer calcinado -el 17 de junio de 2014- y tres días más tarde, a 95 metros, los huesos desperdigados del cadáver, los principales sospechosos fueron sus vecinos.

Aunque Verfondern figuró como desaparecido durante cuatro años y medio, fue a partir de ese momento cuando se abordó el caso como un homicidio. El lugar -en una zona de nulo tránsito y difícil acceso, "casi perfecta"- y el hallazgo en sí -el vehículo, las pertenencias (ordenador) y el cuerpo habían sido calcinados- no dejaban dudas.


Los sospechosos


A partir de ese instante, los únicos vecinos del Holandés se convirtieron en los principales sospechosos: la relación entre las dos familias era mala y una sentencia reciente obligaba a compartir los beneficios de los montes comunales. Aunque en el pueblo vivían Jovita y Manuel "el Gafas", los padres de los acusados, quedaron descartados. Lo mismo ocurrió con el único hijo que vivía con ellos en la aldea, Juan Carlos. Los primeros porque eran ya ancianos y presentaban problemas de movilidad y el segundo, por su discapacidad del 65%. En el perfil criminal, tal como confesó el capitán que dirigió la investigación, encajaba más Julio, quien les había reconocido que había ido a Santoalla con su tractor el día en que se vio por última vez a la víctima, y uno de sus otros hermanos. "Por la corpulencia de Martin pensamos en dos o más personas", apuntó.

La Guardia Civil visitó a diario la aldea, entrevistó a cerca de 300 personas del concello petinés, colocó micrófonos en el coche de Julio Rodríguez, intervino seis teléfonos y, en una última fase (noviembre de 2014), se ganó la confianza del hermano más ingenuo del clan. Juan Carlos les mostró la escopeta que tenía en su casa y hasta quiso acompañar a los agentes, animado por su madre, hasta cerca del paraje en el que apareció el todoterreno. La "excursión" de 10 kilómetros y 45 minutos de conversación dio mucho juego: alguna que otra bravuconada -"tengo 500 balas escondidas en el monte"-; dio pistas del móvil -"este Holandés quiere meterse con nosotros en los pinos y así tocamos a menos"-; del lugar donde lo mataron -"allí abajo"- hasta que finalmente, en el camino de regreso, llegó la confesión en primera persona. "Venía como un tolo, pero con la escopeta hice bum. bum, bum ; me escapé, me escondí y que me busquen", aseguró uno de los agentes, recordando las palabras de Juan Carlos en el coche. Posteriormente, confirmaría esta misma versión ante el juzgado en dos ocasiones, si bien acabó por desdecirse.

 Juan Carlos Rodríguez, según expuso un experto en el análisis del comportamiento delictivo, entiende perfectamente lo que ocurre a su alrededor pese a sus discapacidad. El agente, especializado en Psicología, aseguró que su retraso cognitivo está influenciado por el entorno. "Es un retraso muy común en las zonas rurales por falta de estimulación", explicó. 


La ley deja  impune el encubrimiento


El fiscal Miguel Ruiz sostiene que Juan Carlos pegó un tiro a Verfondern cuando se disponía a entrar en el pueblo y su hermano, posteriormente, le ayudó a ocultar el cadáver. Su participación como encubridor le eximiría de la pena de prisión y hasta de la responsabilidad civil. No obstante, también plantea una segunda opción, según la cual Julio tomó parte activa en la muerte.

Será al final de semana, probablemente el jueves, cuando desvele  su planteamiento final, aunque, por el momento,  nada apunta hacia un plan conjunto entre los hermanos para darle muerte al Holandés.  


"Santoalla es el lugar de nuestro sueño y allí estoy feliz", dice la viuda


María Hillegonda Pool "Margot", sigue viviendo en Santoalla a sus 64 años, ahora como única vecina desde que Jovita y Manuel murieron y su hijo Juan Carlos está en prisión provisional. Allí está enterrado Martin y allí piensa quedarse. La razón, se la dijo al fiscal en un español con acento extranjero:

"No tengo miedo, es el sitio donde hemos hecho nuestro sueño y allí estoy feliz".
Durante su declaración, en la que el principal inculpado se encogió hasta casi quedar como un ovillo, explicó que quiere justicia: a Juan Carlos en la cárcel porque le tiene "un poquito de miedo". Pero no le importaría que Julio pudiera volver a pisar la aldea (ahora lo tiene prohibido). Y hasta se mostró partidaria de rebajar la indemnización por daños morales a consecuencia de la muerte de su marido. El fiscal pedía 200.000 euros, pero le pareció bien dejar la deuda en 50.000.

La viuda explicó que cuando llegaron en 1997 a Santoalla, "un lugar muy hermoso para vivir y hacer algo en la naturaleza", fueron muy bien recibidos. Los vecinos los invitaban a comer y les ayudaron a gestionar la compra de una casa en ruinas para salir de la tienda de campaña. La buena sintonía hasta quedó reflejada en el documental "A aldea".

Pero no tardaron en chocar dos idiosincrasias: el activismo del Holandés, con ganas de hacer, y el conservadurismo del Gafas y los suyos. La relación se enfrió porque no entendían su forma de vida, dijo Margot, máxime cuando comenzaron a llegar voluntarios acogidos a un programa internacional para trabajar en la aldea a cambio de manutención.

Aun con todo, cuando su marido desapareció, pensó en un accidente. Nunca en un asesinato y en sus vecinos. 

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