Opinión

Salud, dinero y amor

Hay una vieja y popular canción cuya letra comienza así: "Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor y el que tenga estas tres cosas puede dar gracias a Dios". Pero igual que las monedas con su anverso y reverso son muchos los humanos que las circunstancias condicionaron sus formas de vivir, sin salud, dinero y amor.

Aquí, en A Coruña, conozco -no es la palabra adecuada, quizás mejor distingo- a cierta persona de marcada estatura, pelo blanco abundante, aspecto de intelectual, aparentemente de unos cincuenta años de edad, siempre con su gabardina mugienta lo mismo en el verano que en el invierno. Su caminar es lento, de mirada lánguida, ensimismado, frecuentemente con una bolsa de papel grande bajo el brazo.

Recuerdo que en una ocasión en la antesacristía de una céntrica parroquia coruñesa permanecía sentado en un banco con aspecto de fatiga por haber deambulado tal vez larga distancia como perdido, sin dirección determinada. Le di una moneda de cincuenta céntimos y, de forma extraña, con gesto de desprecio la rechazó y tiró al suelo. Comprendo que la cuantía de la limosna no era ninguna fortuna, pero cuando por prescipción facultativa hago largo paseo son muchos los pedigüeños que "adornan" las calles coruñesas.

Confieso que su fisonomía despertó mi curiosidad. ¿Cuál habrá sido la causa de llegar a esta situación este hombre con aspecto de "niño bien" venido a menos? Como antes decía, este enigmático señor suele sentarse en la antesacristía de una céntrica parroquia. Lugar, dicho sea de paso, que también frecuenta una distinguida señora tan solo para entrar en la parroquia y a la que trato desde hace tiempo.

Haciendo uso de mi amistad le pregunté si sabía algo del pasado de este hombre. Lo que ella sabía es que años atrás había opositado a Judicaturas sin éxito lo que le produjo un gran estado depresivo agravado por la separación de una novia que, en lugar de apoyarle, de decirle que son muchos los que no aprueban a la primera vez, que insistiera se separó sin que los psiquiatras consiguieran que se sobrepusiera a esta situación anímica. Y esto me recuerda, aunque la similitud no sea más que parecida, a José de Larra, que falleció con tan sólo 28 años de edad, entre otras circunstancias por su fracaso matrimonial con Josefa Wettore dejando atrás sus condiciones de poeta. Escribió obra dramática y la famosa novela histórica "El doncel don Enrique el doliente". Larra fue un espítitu crítico que se sentía atosigado por los convencionalismos sociales, el absolutismo y la censura. Su impotencia para conseguir la reforma de la sociedad a la que fustigaba le llevó a un gesto desesperado, el suicidio.

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