LA SONRISA DE JUAN

n n nPasaban menos de 5 minutos de las 8 de la tarde del 14 de marzo de 2004.
Juan, como en cada cita electoral, ocupaba con estoicismo y ya cierto cansancio, su silla como interventor del Partido Socialista en una de las Mesas del Concello de Xinzo de Limia. Fuera, mi teléfono sonaba y al otro lado, una voz amiga me comunicaba los datos de las primeras israelitas, apuntando ya la clara victoria que llevaría a Zapatero a la Moncloa. Yo, como una niña que atesora un secreto al tiempo que intenta camuflar su satisfacción, me disponía a viajar a Ourense, donde la dirección del partido había instalado el cuartel general. Pero fue superior a mi. Entré en aquella sala de plenos y me acerqué a la oreja de un Juan nervioso y pesimista. 'Pon cara de póquer, pero que sepas que hemos ganado las elecciones', le dije. Su cara de aquel instante, su sonrisa inabarcable y sus lágrimas agridulces será la cara que permanecerá eternamente en mis recuerdos. Porque aquella era la cara del hombre bueno que fue. La cara del compañero leal y comprometido. Las lágrimas incontenidas del ciudadano libre que, como muchos otros, aquella tarde de sentimientos mezclados, no pudo evitar que se deslizaran.

Juan era intenso. A nadie dejaba indiferente. No era persona neutra ni contenida. Venció miles de obstáculos que la vida le puso por delante y los superó todos, incluido un trasplante de riñón. Fue feliz y vivió como quiso. Amó, viajó, bailó y rió. Su familia, sus amigos y sus compañeros hoy lo lloramos, pero lo lloraremos muchísimo más, echándolo de menos infinitamente. Porque Juan era esa sonrisa que les he descrito. La sonrisa de mi valiente amigo que descansará para siempre en la memoria y en el corazón de la gente.

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