RUTA DE VAL E MONTAÑA

Tocando el cielo entre glaciares y lagunas

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photo_camera La ruta discurre por dos lagunas de origen glaciar, la de Truchillas y Maliciosa, además de otras menores.

En esta sierra de la Cabrera Alta, con un crestón que hace límite entre Zamora y León, existen restos abundantes de la última glaciación, como esos bloques del Vizcodillo.

La longitud de las horas de día todavía permite desplazamientos largos en este agosto, aunque las horas de luz decrecen a pasos agigantados, así que pasada la del alba cuando como once en este canicular agosto nos pusimos en marcha para hallar refresco en las alturas de los 2.000 por la sierra de la Cabrera Alta, que la Baja forma parte del nudo de las Trevincas, superando los 2.100 metros en sus altos el de Peñas Negras y el Vizcodillo.

De esta marcha, que ofrece hermosos panoramas lo que menos anima es la distancia, 200 km. en carretera, pero con la ventaja de que hasta la Puebla de Sanabria, todo autovía y después carreteras provinciales de buen firme incluso hasta el estacionamiento de los coches en el alto de los Alamicos, escenario de alguna Vuelta a España.

En esta sierra de la Cabrera Alta, con un crestón que hace límite entre Zamora y León, podría considerarse como un derrame de las Trevincas, existen restos abundantes de la última glaciación como esos bloques del Vizcodillo, a modo de sillares gigantescos y dos lagunas de origen glaciar, la de Truchillas y la menor de Maliciosa, además de otras menores. 

Por aquí transitando con un numeroso grupo que llevábamos Celso Pumar y yo, y en otra media docena de ocasiones con varios amigos en reducido grupo, como Chano Santamaría, Pardavila, Carlos R.Pereira, Luis Míguez, Peribañez… 


PEÑAS NEGRAS Y VIZCODILLO


Hallámonos, pues, de tanto preparativo de salida,  untados de bálsamos si no de Fierabrás, como si, que la fiereza de los solares rayos que sobre la montaña abatíanse aconsejaban si no curar heridas si prevenir epidermales úlceras o quemaduras de la piel. Dejados los autos en el Alto del Alamico, a caballo de Zamora y León, ya pie a tierra, una tendida subida entre brezos de escaso tamaño, por el rigor y altura de la montaña, transitando por sendero de piedrecillas pleno dejando al frente alguna pétrea y picuda elevación, y a siniestra los valles de Truchas y como telón de fondo los aquíleos montes con su Aquiana, Morredero o Cabeza de la Yegua continuando por la menos afamada sierra del Teleno. El brezo, descolorido y mustio,  pasado su tiempo, y la genciana ya con su florido tallo a punto, con carpazos, juníperos, carqueixos y aun retamas que por la primavera abundan en floración blanca y amarilla, y no escasa la herbácea vegetación, siempre verde por esas alturas, cuando en las postrimerías estivales ya.

Ibamos, recio el paso, mas, pausado, vanguardia estirada y retaguardia a cubierto, formando más grupo. 

Salvando pequeños alombamientos del leonés costado, hacia el Val de La Braña, llegaríamos entre laxas de pasadas glaciaciones al pie de Peña Negra, a cuya cumbre, fácil acceso no exento de precauciones para salvar grandes bloques encajonados que si no vas atento amenazan con algún quebranto óseo. Más de 2.000 metros de esta altura que hace honor al nombre porque la negrura está como asentada en sus laderas.

Más adelante, con atención a donde se pisa, porque los rastreros juníperos a veces no dejan ver, nos hallamos al pie del Vizcodillo y su punto geodésico, altura que difiere por menos negrura, grandes sillares encajados donde debe extremarse la atención. Estamos a 2.121 m.

Cuando bajamos nos encontramos en una semiplanicie, Los Chanos, antes del descenso a la laguna, que pronto se ofrecía a  nuestra vista.

LAGUNA DE TRUCHILLAS

Como el trecho caminado de breves y duras subidas, la bajada poco tiempo entretenía y en poco más de quince minutos desde la máxima cumbre de la Cabrera nos hallarnos en el reborde de la misma laguna donde como atraída por el abismo lanzaríanse grande parte de los montañeros ladera abajo por donde les pareció, fuera de ruta, al encuentro de la laguna de Truchillas, entre grandes matas de arándanos, como poseídos, cual los trece de la fama en la búsqueda del tesoro del Inca. Se encontrarían no pocas dificultades derivadas de la frondosidad y densidad del retamal, apresurado el paso para refrescarse en las azules aguas de la laguna donde alguno pretendería bañarse in puribus (en cueros) como suele porque nunca porta bañador, mas disuadido por la presencia de otros bañistas. La otra mitad de montañeros llegaba minutos más tarde por el marcado sendero. 

Allí comidos casi  a la vera de la laguna, buscando la umbría de una roca, libando de la fuente de la Fermosina, que fama por allí, cuando tres optarían por la bajada a Truchillas, un pueblo que recobró vida a partir del montañismo; más adelante, la cabeza del concejo en Truchas, de más entidad. Bajada de casi 1.000 metros de desnivel y de mucha atención por donde discurre en sentido inverso la anual carrera de montaña a la laguna de Tuchillas y el Vizcodillo.


POR LOS CANCHALES GLACIARES


Seis por el retorno a las alturas por diferente camino que a la ida, lo que depararía técnica ascensión por entre glaciares bloques del flanco este de la Laguna, mientras los otros tres ya dichos prefirieron no enfrentarse a tan complicado y por demás esforzado retorno. Uno de los expedicionarios a preguntas del guía despacharíase que mal se hallaba y peor cuando comenzaban a despegarse las suelas de unos zapatones del rey que rabió, que siempre un riesgo cuando pasados decenios desde la compra, y por ello de atadura de suelas por sus cordones, de cuya situación culparía a los dioses del Olimpo o a algún semidiós o aún al de los cristianos y judíos, cuando la trepada fea se ponía. Como salvados trescientos metros en desnivel hallamos la luz en las alturas donde alivio para todos. Aun restaba un trecho al que cierta dificultades oponía la rastrera vegetación que de tan mullida hacía el caminar inestable cuando se nos mostraría la espléndida vista de la otra laguna, la Maliciosa, que de algo el nombre, pues se dice que las vacas  se precipitan desde estas alturas y perecen en sus aguas. A ninguna vimos, que, de todos modos no sería perceptible a tanta altura

De alivio, como hollando, más que senderos, a veces imperceptibles y mullidos juníperos, de tan rastreros que en la espesura devienen en casi espinosos. La media docena de caminantes, pasada una hora, conectaría con el sendero de ida que muy visible. De este modo pondríase término a una jornada de incidencias ciertas, mas sobradamente compensatorias por el ejercitamiento de las fuerzas del cuerpo y el enriquecimiento de las del espíritu, acrecentadas por encontrarnos en tan grata compañía y soleado día que todo lo enaltece.

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