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Tourem-Pitôes-cascadas y monasterio

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photo_camera Mosteiro de Santa María de Pitôes de Junias, que albergó una reducida comunidad de monjes benedictinos.

La provincia tiene una larga línea fronteriza con Portugal. En tiempos de la independencia, allá por el 1.138 con Afonso Henriques, autoproclamado rey, aparecieron en esta línea o raia seca porque ningún río la dividía a no ser pequeños tramillos de ríos menores, castillos, que con frecuencia pasaban de una a otra mano.

Pasados esos medievales años hallamos que a veces ni restos de estas fortalezas quedan. Y lo que antes de la apertura de fronteras parecía como hermético y de cierto misterio ahora ir a Portugal casi obligado y entre pueblos limítrofes, frecuente. Encontramos un atractivo, los portugueses siguen siendo esas gentes calmas y afables que uno se atopa que de tan educadas y poco dadas a lo ruidoso como el español exhibe, nos hacen pensar que tan vecinos como diferentes. Estamos en las tierras trasmontanas del gran Miguel Torga, que poético trazo de ellas en su libro "Portugal". 
Pasamos por Tourem; antes, la gente allende la raya le decía Turey, como a su casi vecina Santo André, Santander. Tenían lo que sus visitantes llamaban el Corte Inglés, una tienda almacén concurrida de compradores galáicos, de cierto éxito en su día, un horno comunal, algún buey de hasta 2.000 kilos, de esos que se pelean na chega dos bois de Montalegre, la capital municipal.

Tuvo Tourem castillo, en las estribaciones del Pisco. El de A Piconha, donde cada vecino obligado a prestación militar. Y allí, superando por la montaña entre o Pisco y Pena, sierras mixtas, se encuentra Pitôes das Junias, conocida por su monasterio, su cascada, su horno comunitario o su Don Pedro donde dicen que buenos chuletones de barrosiana carne se comen. Ando una vez más por allí con dos amigos, el uno surgido entre la ribera y el leonés páramo y el otro de la Vicus Spacorum como a Vigo se decía, allá cuando el salazón era enviado a Roma; el primero muy viajado y, por demás, con amplio bagaje, presto a explicar y que de tan precipitado más atención exige, y el otro, por docente, con esa sabiduría del trasmitir, con los que dejando auto en capilla, bajamos al recoleto monasterio de Santa María que fue cisterciense perteneciente a Oseira, cuando más fácil que fuese a Celanova. El monasterio tenía a su cuidado espiritual varias parroquias allende la frontera. Una reducida comunidad lo habitaba, y un fraile, dicen que Fray Gonzalo, iba a misar a la otra parte de la frontera, a la Cela; una vez, sorprendido por una nevada de aquellas, sucumbiría en los Picos de la Fontefría; tiene hoy cruz conmemorativa en la misma sierra; lo que si se duda es que la muerte le acaeciese allí, pero eso importa poco. El pequeño monasterio benedictino pasaría a depender de otro no vecina en Terras do Bouro, de la archidiócesis de Braga, cuando casi una ruina. Conserva iglesia en buen estado, un claustro desmochado sin tejado, como si trazado y comenzado a levantar, del que restan dos arcadas y, en lo que fue refectorio, una gran chimenea.

Más adelante, con nuestras fotos impresionamos el lugar donde las aguas se precipitan y cuando caudalosas forman vistosa cascada, que toda a tiro de piedra en breve periplo, que nosotros completamos en Pitôes tomando cafés en su plaza, y como te encuentras con la gente más impensada en el lugar más remoto, por montaraz, me llama un vecino y amigo de esos de siempre, Aser Sueiro, que viene con un par de ellos, pero que por saludado desde el volante y con la cegadora luz solar no reconozco a pesar de la familiaridad con la que me interpela. A la búsqueda de café, y fluctuando entre dos, en uno que parecionos más a cubierto de calores, más me lio que nos liamos, en interesante charleta con pastor curtido, más en parlamentos que en serranos aires, se supone, porque casi retirado y entregado a ocios y conversas dejado casi el cuidado de su ganado. En breve callejeo por adoquinadas rúas nos vimos comprando una bolla  en un tradicional horno de siglos, donde iban sacando los pesados panes cocidos por las potentes brasas de los carballos. Una panadería, más en la línea presente, en la cima de ésta que es freguesía o parroquia, expande sus panes incluso allende unas fronteras de las que casi ni casetas de control quedan cuando antaño esporádicamente se abrían por alguna festividad o por el estío.

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