Cartas al director

Una inviolabilidad que viola

“La señal infalible de un mal reinado es el exceso de elogios dirigidos al monarca” (Marqués de Vauvenargues, seudónimo del escritor francés del s.XVIII Luc de Clapiers). 

n  n  n En el Reino de la España actual ha habido, desde su restauración borbónica en 1978, un exceso de elogios hacia el monarca emérito, que le han valido tapar sus propias vergüenzas, así como desnudar las nuestras. Y en esta labor han puesto su empeño tanto los tribunales de justicia como las formaciones políticas PP, PSOE y Ciudadanos. Todos, al alimón, amparándose en el precepto constitucional de la inviolabilidad del rey.

Y ese mismo precepto es el que siempre me ha despertado muchas dudas de que todos los actos de la Corona gocen de la gracia exclusiva de la inviolabilidad. En el Art. 56.3 se dispone que la persona del rey es inviolable, y que sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el Art.64, careciendo de validez sin dicho refrendo. Los actos del rey se enumeran en el Art. 62. Es de entender que la inviolabilidad del rey ha de ceñirse a su cometido en esos actos, atribuidos por su condición de Jefe de Estado. El que tenga una amante, el que actúe de comisionista, no son actos del Art. 62, sino que son de naturaleza privada. Pero este carácter privado insulta a la ciudadanía, cuando ésta le paga su desbocado apetito sexual y el sobrecoste por las comisiones que cobra en sus intermediaciones en los contratos públicos con los estados llamados amigos.

Tales actos no pueden, a mi amateur entender, ampararse en la inviolabilidad. Asumiendo, dialécticamente, que estamos en un estado de derecho, en el que son los órganos jurisdiccionales los que han de dictaminar si dichos actos gozan de la inviolabilidad, no es de recibo que los representantes de nuestra soberanía, que reside en el pueblo y no en la Corona, se nieguen a debatir la veracidad de unos actos regios que salpican  al prestigio de la Nación. No queremos ser partícipes necesarios del desprestigio. Tenemos el derecho a conocer la verdad. Escudarse en que las revelaciones pueden afectar a la propia seguridad del Estado no hace más que alimentar la sospecha de que los hechos relatados por la amante y supuesta testaferro de negocios y dinero del emérito presenten indicios serios de delito punible.

Si es cierto aquello de que la verdad nos hará libres, privarnos de su conocimiento nos hace seguir siendo vasallos de una Corona, cuya inviolabilidad absoluta viola las elementales normas de conducta exigibles a/o por la ciudadanía. Inmerso estoy en la aventura bibliográfica sobre África, y, sinceramente, creo que pocas lecciones de democracia podemos ofrecerles a aquellos pueblos. Más de dos siglos después, volvemos a tirar de la carroza regia, al grito de ¡Vivan las cadenas! No olviden que si el tabaco es malo para la salud, el incienso es más tóxico.