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¿Van de la mano economía y federalismo?

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photo_camera La Casa Blanca, sede del Gobierno federal de EEUU.

En EE UU, los poderes conferidos al Gobierno federal son pocos y se asocian a retos económicos como el libre movimiento del comercio a través de las fronteras entre los Estados o a asuntos exteriores y militares. 

En el siglo V, San Patricio le explicaba a los irlandeses el misterio de la Santa Trinidad utilizando un trébol. Les mostraba sus tres hojas independientes (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que formaban un todo (un solo Dios). Ese mismo principio, el de varias unidades autónomas que, sin embargo, forman un todo entre sí, les ha servido a los teóricos federalistas para formular su modelo de Estado. Si, finalmente, triunfan tréboles en la partida por la reorganización territorial de España, ¿hacia quién miramos? Sin duda, el as de tréboles en el mundo es Estados Unidos.

Los padres de la Constitución norteamericana de 1787 rechazaron tanto el modelo de gobierno confederal, que se quedó obsoleto tras su lucha conjunta por la independencia contra la metrópolis londinense, como el unitario que imperaba en los modelos europeos con los que acababan de romper. En su lugar idearon un novedoso sistema: el federalismo.

En una confederación, los Estados miembros constituyen la unión. Los Estados siguen siendo soberanos y los habitantes pertenecen a ellos, no al gobierno nacional. Por otro lado, en un sistema unitario, el gobierno nacional es soberano, y los Estados, si es que existen, son meramente brazos administrativos del gobierno central. En el sistema federal norteamericano, el pueblo conserva su soberanía básica y delega ciertos poderes al Gobierno nacional, al tiempo que reserva otros poderes a los Estados. Sus habitantes son ciudadanos tanto a efectos del gobierno general como de sus respectivos Estados. La mayoría de las cuestiones de política interna quedaron para ser resueltas por los Estados conforme a sus propias historias, necesidades y culturas.

En contra de lo que parece, la historia norteamericana no está precisamente exenta de conflictos constitucionales y políticos acerca de la naturaleza del federalismo: el más importante, resuelto con la victoria del Norte en la Guerra Civil y la inclusión de varias enmiendas constitucionales que definieron la ciudadanía nacional, limitaron el poder de los Estados en las áreas de los derechos y las libertades civiles y, en general, establecieron la supremacía de la Constitución y las leyes nacionales sobre las de cada territorio.

Los ciudadanos estadounidenses tuvieron que replantearse su modelo a lo largo del siglo XX para superar su federalismo doble, un sistema en el que el Gobierno de Washington y los Estados tenían responsabilidades totalmente separadas, de manera que la política exterior y la defensa nacional incumbían solamente al Gobierno federal, mientras que las cuestiones de educación y derecho familiar eran exclusivamente responsabilidad de los Estados. Nació así lo que se denominó el federalismo cooperativo, un sistema en el que la Casa Blanca y los Estados pueden cooperar al objeto de abordar una amplia gama de problemas económicos y sociales, a menudo engrasados por subvenciones federales, una fórmula con la que Washington utiliza sus recursos financieros mayores y les da a los Estados dinero para que persigan metas mutuamente acordadas.

El modelo de federalismo cooperativo ha trascendido las fronteras estadounidenses y se emplea también, con sus matices particulares, en países muy desarrollados como Alemania, Suiza, Australia o Canadá. España, cuasifederal, está mordiéndose la cola y la UE -llamada a ser federal- anda en busca de los padres de la patria. Nadie murió por la bandera de Europa.

@J_L_Gomez

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