CON LOS PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA

Willy Brandt, arquetipo del ciudadano europeo

Bundeskanzler Willy Brandt (l.) wird von Richard Nixon, US-Präsident (r.), vor dem Weißen Haus mit militärischen Ehren empfangen. (hinten l. Helmut Schmidt, Bundesminister der Verteidigung)
photo_camera Willy Brandt, gran alcalde de Berlín y gran canciller de Alemania, con el norteamericano Richard Nixon.

Pensaba que, al integrarse en Europa, el europeísmo de los españoles crecería si mejoraba su calidad de vida 

Desde una semana antes de ir a verle a su despacho de Bonn, repasé la vida de este hombre, una de las vidas más limpias y brillantes de un líder europeo. Hablo de Willy Brandt. Comenzó peleándose con los nazis y combatiendo el nazismo sin concesiones; para salvar la vida tuvo que huir a Noruega y huyó a Noruega, donde trabajó como periodista. Y como periodista viajó a Barcelona para apoyar la causa republicana en la Guerra Civil Española, y desde Barcelona reprochó a los obispos su apoyo al franquismo. Combatió a Hitler y regresó a su país como vencedor del nazismo, recuperando la ciudadanía alemana de la que le habían despojado. 

Fue un gran alcalde de Berlín y un gran canciller de Alemania. Todos reconocimos en él al canciller de una Alemania nueva, de una Alemania que ya no inspiraba odio o miedo; si acaso envidia y admiración. Ahora, siete años después de haber abandonado sus responsabilidades de canciller, me recibe en su despacho de presidente del Partido Socialdemócrata (SPD) y como presidente de la Internacional Socialista. En el antedespacho me puse un poco nervioso cuando me dijeron que me grabarían la entrevista para la televisión pública alemana, porque estaba rodando un reportaje sobre "Un día en la vida de Willy Brandt", que se emitiría en horario de máxima audiencia. Pidieron mi consentimiento y consentí, no tenía alternativa.

El gran hombre me recibió con un apretón de manos. Comenzamos a hablar en francés y la cosa no fue mal, nos entendíamos sin problemas, y fue él quien dijo al traductor que no era necesario. A pesar de que las cámaras de televisión nos enfocaban, recuperé la serenidad. Brandt trasmitía eso, serenidad. Fue él quien comenzó preguntando; me preguntó por Felipe González; era lógico porque fue Felipe González quien me había conseguido la entrevista. “La probable victoria de los socialistas españoles, dijo, facilitará la integración española en la Comunidad Económica Europea, lo que significará un gran salto adelante en la modernización del país”. Willy Brand fue un gran europeo y sus políticas se movieron siempre dentro de las coordenadas del europeísmo. 

Años después, el canciller Helmut Kohl dijo aquello de que “no quiero una Europa alemana sino una Alemania europea.” Antes y  con parecidas palabras lo había dicho Brandt. Una de sus frases fue: “Intento ser un buen europeo, en cuanto asumo las responsabilidades de un alemán”.

- ¿Cuándo prendió en usted la idea de Europa?

- Fue en los años de alcalde de Berlín. Asistí con dolor a la construcción del muro que partía en dos, no solo mi ciudad, sino que partía todo el país y dividía también Europa en dos. Teníamos que trabajar sobre esa realidad, y nuestro desafío era movernos hacia la articulación de un gobierno común de Europa Occidental. Ya más tarde en la Cancillería, era evidente que teníamos que fomentar la apertura hacia los países del Este, facilitar las comunicaciones y los encuentros en una política de distensión que llamaron la Östpolitik.


Construcción de Europa


Se extendió en un discurso sobre la construcción de Europa Occidental, una construcción que ya estaba en marcha pero no podía hacerse como indicaban los americanos al final de la guerra cuando hablaban de los Estados Unidos de Europa. El error de los americanos era pensar que se podrían construir los Estados Unidos de Europa al igual que habían construido los Estados Unidos de América. No existen las mismas similitudes, nosotros trabajamos con realidades distintas, ya que Europa tiene como base unas naciones con historias de siglos que fueron forjando identidades culturales y sociales muy definidas que hay que respetar. Por encima hay que crear las estructuras de un gobierno europeo que no  mutile las culturas nacionales, y entre esas identidades culturales está la disparidad de lenguas.

Entramos en una fase de la conversación en la que él era quien preguntaba, quería saber  si en España existía una voluntad mayoritaria y un deseo claro se integrarse en Europa. Eso parecía evidente, pero no supe contestarle a ciertas preguntas que me hizo sobre el País Vasco y Cataluña. En aquel tiempo ETA mataba a destajo y el fallido golpe del 23-F estaba demasiado cerca. Brandt creía y me lo dijo que la entrada de España en la CEE disminuiría las tensiones nacionalistas y terminaría con los residuos franquistas. 

Pensaba que, al integrarse en Europa, el europeísmo de los españoles crecería si mejoraba su calidad de vida, y de eso, de que mejoraría el nivel económico, estaba totalmente seguro. Después de la charla llegué a la conclusión de que se sentía particularmente orgulloso de la Östpolitik, la apertura de caminos hacia el Este, y, a pesar del éxito de esa política me dijo con pena que durante su vida no vería la destrucción del muro de Berlín. Pero lo vio derrumbarse antes de morir, fue su gran alegría final. 

Entre los actos más emotivos que había vivido a lo largo de su apasionante vida, solía citar dos, a veces varios más. ¡Había tenido tantos! Recibir el Premio Nobel de la Paz fue uno de ellos, y el otro, de signo muy distinto, donde sintió el temblor del arrepentimiento, aunque él no tuviera nada de qué arrepentirse, fue la lectura en el Museo del Holocausto de Jerusalén, en el Yad Vashem, de varios versículos del salmo 103, conocido como el del arrepentimiento. Los leyó en alemán, en la traducción de Martín Lutero. 

Utilizaba una oración judía recitada en alemán para abrir caminos al entendimiento; sería demasiado pretencioso utilizar la palabra “reconciliación”. 

La tragedia era todavía demasiado reciente, una tragedia más allá de lo que podemos imaginar, el verdadero infierno sobre la tierra. 


Compasivo y clemente


En Yad Vashem, en medio de la violenta plasticidad que recuerda aquella tragedia, recitó el conocido salmo. Copio aquí los versículos para que ustedes puedan imaginar la emoción que pudo sentir Brandt  al leerlos en tan terrible escenario. Dice el salmo: “El Señor es compasivo y clemente, paciente y misericordioso. No está siempre pleiteando ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. Pues como se eleva el cielo sobre la tierra, así vence su misericordia a sus fieles. Como dista el oriente del ocaso así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre se enternece con sus hijos, así se enternece el Señor con sus fieles. Pues el conoce nuestra condición y se acuerda de que somos barro. El hombre dura lo que dura la hierba, florece como flor campestre, que el viento roza, y ya no existe. Pero la misericordia del señor con sus fieles dura desde siempre hasta siempre; su justicia pasa de hijos a nietos para los que guardan la alianza y recitan y cumplen sus mandatos”.

- Presidente Brandt ¿debió ser  un momento tremendo cuando recitó ese salmo?

- Fue de una terrible emoción. Yo sentía mi voz sonando sobre aquel silencio de muerte. Nunca asistí a un silencio tan cerrado; era algo parecido a la nada. Y sobre la nada mi voz recitando las palabras de un salmo.

Me invitó a un aperitivo, no recuerdo que tomamos, hago memoria y pienso que fue un vino blanco del Rhin, pero no sé, creo que lo acompañamos con nueces, pero tampoco sé si eran nueces, ¡hace demasiado tiempo! Y los matices de los hechos van prescribiendo en la memoria. De lo que estoy seguro es que al despedirnos me dijo: “Espero que gane Felipe González”. Lo que me empujo a preguntarle: “En que se parecen usted y Felipe”, “En que a los dos nos gusta contar chistes, respondió”.

A la salida paseé por las calles de Bonn pensando que acababa de charlar con un hombre excepcional.

Te puede interesar
Más en Sociedad