Opinión

Cela tienta el cine

El año 1950 se abre con Camilo José Cela debutando como actor de cine. El 12 de enero en la Sala Coliseum de la Gran Vía madrileña se estrena El sótano, dirigida por el donostiarra Jaime de Mayora (1914), “con el nombre –así decía una gacetilla del diario Pueblo (13-I)- de CJC, el joven novelista y escritor, dedicado al cine como actor en este film”. Meses antes, el crítico cinematográfico, Alfonso Sánchez, le había entrevistado en la revista Primer Plano (15-V-1949). En esa desigual entrevista, Cela sostiene que “todo lo que significa acción me atrae”, señalando que el camino por el que llegó al cine fue casual: “La vieja amistad que me une con el director Jaime de Mayora, compañero mío en los años de la Facultad de Derecho”. A la pregunta de Sánchez sobre qué direcciones debe tomar el cine español, Cela contesta con una reflexión que de seguro era una idea motriz de su estética de entonces: “Sobre la línea de la vida misma, que es el estilo del realismo, e incluso del surrealismo más claro, y huyendo de los temas que carezcan de universalidad”.

Ahora bien, de las ilusiones y los preámbulos a los hechos del estreno iba a mediar un buen trecho. La revista Triunfo (25-I-1950) certificaba que “el estreno de El sótano no ha sido ciertamente un éxito”. Más bien fue un pateo, producto de la indignación del público que obligó a retirar la película del cartel de inmediato. Cela con su ademán de enfant terrible, frecuente en esos años, se encargó de convertir el fracaso en motivo de un excelente artículo que publicó en Arriba el 17 de enero: “Mi tercer pateo”.

“Yo hubiera querido ser ese señor de derechas a quien nunca jamás patearon. ¡Qué delicia ser un señor conspicuo, algo burro, serio y ordenancista!”. Así se inicia el artículo en el que Cela reconoce que no está hecho de esa apacible madera, y por ello le habían pateado tres veces. La primera fue en el teatro de Lara –comienzos de la primavera del 48- en la sesión inaugural de las Alforjas para la Poesía. En el artículo Cela cuenta que sacó del bolsillo unas cuartillas que empezaban diciendo: “Yo, señores, soy un pobre y pequeño cabrito aterido de frío que se rasca los pliegues del vientre con cierta lentitud e incluso parsimonia”. Al llegar a lo de parsimonia fue el “crujir de huesos y el rechinar de dientes”, el escándalo. Escándalo que debió ser mayúsculo, pues Eduardo Haro Tecglen, en su crónica (14-IV-1948) desde Madrid para el Diario de África de Tetuán constata con un pulso medio mojigato: “La boutade de la semana pasada correspondió a Camilo José Cela. Sus poemas surrealistas, subconscientes y un poco absurdos provocaron en el apacible público de la poesía una extraordinaria indignación. El respeto a la letra impresa y al pudor de nuestros lectores –por lo menos, al pudor público- nos impiden reproducir aquí algunas de las cosas que se decían en los poemas de Camilo”.

El segundo pateo fue en la plaza de toros de Cebreros (Ávila) el verano del 49. Acentuando su imagen de enfant terrible el joven Cela tomaba, en ocasiones, capa y muleta. Con humor astuto escribe en “Mi tercer pateo”: “mi toreo, si bien no muy lucido, se caracteriza por cierto espartanismo traducido al gallego para mi uso exclusivo”.

El tercer pateo lo recibió con motivo del estreno de El sótano, la película en la que Cela redactó los diálogos e interpretó el papel de Loves. Cela no opina del film, pero sí de Mayora, a quien califica de “director valiente, original y dueño de una técnica tan sabia como segura”, anticipándose a valoraciones actuales de la película, como la del profesor Paz Gago: “Tanto en lo formal como en el planteamiento estético y el trasfondo filosófico, El sótano constituye un filme tan audaz como original en un panorama dominado por la exaltación patriótica, folclórica y religiosa en el cine español”.

Sin embargo, las letras siempre salvaban las otras facetas del joven artista, que ese mismo año 1950 exponía cinco oleos en la sala “Lino Pérez” de La Coruña, reactivando su vocación pictórica, que ya había expresado en el otoño del 47 en la exposición de la madrileña sala Clan. César González Ruano atento a la exposición madrileña admitió “que Cela es mucho más pintor escribiendo que pintando”, e indicó que había que ver las tentativas pictóricas del novelista sin “otra pretensión que la de darle puñaladas al tedio y a lo gris de la vida” (Madrid, 5-XII-1947). En lo que atañe a las letras lo más destacado de 1950 son, además del crecimiento de la frecuencia de artículos en la prensa, las conferencias que impartió en el otoño, en el ciclo “El escritor visto por dentro”, organizado por el Ateneo de Madrid, que en esos años había perdido su nombre de siempre, por el de Liceo Científico. Allí leyó uno de sus más poderosos textos teóricos, “La galera de la literatura”.

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