Opinión

La fascinación por Valle-Inclán

Valle-Inclán, flor de literatura y espejo de caballeros galantes, a quien el hambre empujó hasta la genial venganza del esperpento”. Con estas palabras inicia CJC la evocación de la muerte (5-I-1936) de Valle-Inclán en el segundo tomo de sus memorias, Memorias, entendimientos y voluntades (1993). Para el Premio Nobel el artista nacido el 28 de octubre de 1866 en Vilanova de Arousa fue siempre un referente incuestionable de la tradición literaria en la que quería situarse. Quizás, al margen de los clásicos, Cervantes y Quevedo especialmente, Valle-Inclán fue el antecesor literario que mayor influencia ejerció, junto con Unamuno, Baroja y Ortega, en las diversas direcciones de su poliédrica obra.

En sus memorias Cela da testimonio en dos ocasiones del ligero parentesco que la familia de su padre tenía con la familia de Valle-Inclán. En la primera enterga de sus libros de memorias, La rosa (1959) –libro dedicado a su madre- Cela recupera el perfil de algunos de sus antepasados pintores, entre ellos Darío Cela que “fue pintor estimable que no quería enseñar a nadie sus pinturas. La diputación de Ourense le dio una beca para Roma, pero cuando le indicaron que debía corresponder con un cuadro, contestó que él no admitía condiciones, y no fue”. Darío Cela era tío de Ofelia, prima del escritor, “mujer simpática, decidida y algo curandera, profesora de piano y viuda del boticario don Farruquiño Valle-Inclán, hermano de don Ramón María, el marqués de Bradomín”. Cuarenta años después, en Memorias, entendimientos y voluntades –libro dedicado a Marina Castaño- Cela recuerda que a comienzos de los años treinta se presentó en casa de sus padres en Madrid, “Valle-Inclán, que era contrapariente nuestro, su hermano Farruquiño, el boticario de Carballino, estaba casado con una sobrina de mi padre, a pedir cinco duros prestados”. Valle-Inclán justificó su petición con un argumento propio de un gran caballero en derrota: “Tu sabes, Camilo, que mis criados apuntan mis deudas”.

En la oceánica obra de CJC la presencia de la personalidad y de la obra de Valle-Inclán es incesante. Durante los años 1934 (desde finales del verano), 35 y 36 (antes del inicio de la guerra civil), cuando sus tanteos poéticos tienen como guía a Lolita Franco (la futura esposa de Julián Marías), cuando las lecturas apasionadas de Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, García Lorca y –sobre todo- Pablo Neruda le convierten en aprendiz de escritor, en joven poeta cuya vocación creadora cristalizará en Pisando la dudosa luz del día. Poemas de una adolescencia cruel (escrito en el otoño de 1936 y editado con maravilloso gusto en 1945), cuando publica en el suplemento literario de El Argentino (La Plata) y está a punto de hacerlo en la revista que dirigía Pablo Neruda en Madrid, Caballo verde para la poesía (1935-36), precisamente entonces, escribe una serie de poemas –algunos inacabados y la mayoría inéditos- entre los cuales se documenta un soneto que perfila la figura del creador de los esperpentos, cuya fecha es difícil fijar con exactitud, pero que podría tener como argumento próximo el fallecimiento del autor de las Sonatas en los primeros días de 1936.

 Cela no publicó nunca este poema, ni siquiera en la Poesía Completa (Barcelona, 1996), prologada con certero tino y elegancia exquisita por José Ángel Valente. Tampoco me pareció oportuno publicarlo en el apéndice de mi edición de Pisando la dudosa luz del día (Ourense, 2008) porque resultaba poco afin a las composiciones de la espléndida opera prima poética de CJC. Su valor es puramente testimonial dado que el forzado artificio trunca la posible suficiencia estética del soneto. Damos su transcripción para mayor gloria de Valle-Inclán, de Camilo José Cela y de la cultura gallega.
 

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