Opinión

La victoria del perdedor

Arcadio Macías el personaje sobre el que Carlos G. Reigosa construye la novela es una paradoja al igual que el titulo: "La victoria del perdedor". Se trata de una novela feroz con un personaje tierno y soñador al que las circunstancias de la vida convierten en vengador implacable. Con una prosa muy precisa Reigosa pone  a Arcadio Macías en una disyuntiva en la que lo más lógico y humano era matar porque  las víctimas, fueron víctimas por haber sido victimarios. Nada más empezar la novela encontramos al personaje en los montes que arrancando de Monforte de Lemos, se extienden por la provincia de Lugo. Sobre ese escenario Reigosa va colocando ayuntamientos y aldeas con nombres imaginarios, pero que son más gallegos que los reales, se llaman Valterra, Regueirón, Abeledo o Sabugal; el despliegue de montes los bautizó como Trasierra. En el año 1949, diez años después de la guerra civil, todavía quedaban por esos paisajes algunos guerrilleros soñadores,  pero sin esperanza. Se habían convencido que su lucha era inútil y sopesando alternativas veían que el único sendero posible para salvar la vida era la huida, marchar a otro país en busca de refugio, soñaban con ir a Francia.

En esa zona galaica estaban siendo diezmados, en los últimos meses había eliminado a once, de la Agrupación Mancomún de Galicia quedaban vivos siete guerrilleros. Las brigadillas contraterroristas actuaban con una eficacia pavorosa contra los resistentes, sus enlaces de apoyo los habían trufado de espías que conocían todos sus movimientos. En una emboscada cayeron seis, de los siete. Quedó solamente Arcadio Macías, ¿Por qué quedó solo Arcadio Macías? Por albur, porque Carlos G. Reigosa lo necesitaba para construir un gran personaje, y con la cooperación del destino convirtió a Arcadio Macías en un vengador sustancial. Claro que el destino también lo tejió el novelista y lo condujo a un final tan terrible como increíble, vemos en Arcadio el arquetipo del vengador. He leído muy pocas novelas donde la venganza se haya servido con una lógica tan clara, tan eficaz y tan brutal. Y todo esto sin aspavientos retóricos.


En esos montes, con la angustia de los fusiles de los guardiaciviles pegados a la espalda, Arcadio repasaba su vida recordando sus días felices. Lo que más le gustaba era evocar los primeros días en Barcelona, adonde había llegado desde su Galicia natal, y le deslumbró el discurso anarquista de todos iguales, sin jefes, donde reinaría la solidaridad y la bondad. Había sido su sueño desde que tenía uso de razón.  No dudó en apuntarse a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y ya en la guerra, participó con los anarquistas  en las milicias que tomaron y colectivizaron el Este de Aragón. Acudió con su admirado Durruti al frente de Madrid, lloró su muerte y después ingresó en la división que mandaba el comunista Lister, un furibundo antianarquista en el descarnado paisaje de la guerra.  Para sintonizar con el ambiente se afilió al partido comunista, pero conservando un alma libertaria. Tuvo una nueva ilusión cuando los aliados empezaron a perder la guerra, creía como todos, que la victoria de los aliados supondría la caída del franquismo. No fue así. Cuando regresó de Francia para apuntarse a los guerrilleros que combatían en Galicia pensaba que en la punta de su fusil estaba la liberación.

Todas las ilusiones se convirtieron en desilusiones y derrotas. Ahora solo le quedaba la huida o la muerte. Una muchacha, Amalia, de mirar dulce, le libró de la muerte y le dio cobijo en casa de sus padres.  Se enamoran, pero mientras se enamoraban fue conociendo la vida en aquellos pueblos donde unos pocos falangistas represaliaban a su antojo a todos los sospechosos de carecer de fervor patriótico, entre los torturados figuró el padre de Amalia. La prosa de Raigosa se fortalece y brilla para contarnos como elimina uno a uno a todos los represores. Cada uno cae de forma diferente en el engranaje de matar que iba diseñando y ejecutando Arcadio Macías.

El solo se había convertido en una perfecta naranja mecánica. Había perdido la guerra y había fracasado en todas las apuestas, menos en esta, la eliminar a todos los victoriosos mal nacidos que vivían aterrizando Volterra y los pueblos de el entorno. Comprendió que este combate era útil y tenía sentido, aunque no cambiara la historia.

Estaba tan encelado en la tarea de la venganza que sentía el imperativo de completarla, y solo la completaría acabando con el gran traidor que no era otro que un canónigo de Santiago. Allí fue pensando que volvería para coger a Amelia y llevarla a un país del mundo en donde pudieran ser felices. Soñaba. No les voy a contar el grandioso final, solo les diré que se trata de una sinfonía tenebrosa. Desgarradamente perfecta. Un final terrible y llameante.

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