Opinión

La semana del Papa

Me refiero a la semana que el papa ha pasado entre Sri Lanka y Filipinas, y que hay que ver lo que ha dado de sí, no ha tenido desperdicio. Ya en el avión que lo llevó, Francisco dijo en relación con las viñetas de Charlie Hebdo sobre Mahoma: “Si alguien insulta a mi madre puede esperar que le dé un puñetazo, ¡es normal!”. Sin duda las palabras de Bergoglio tratan de expresar gráficamente la reacción humana del ofendido, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que justifique la violencia o que esa deba ser la reacción de un cristiano, según el Evangelio hay que poner la otra mejilla. El papa aquí no anduvo fino, porque lo preferente era condenar el asesinato indiscriminado de personas -incluyendo a un policía musulmán al que le pegaron un tiro en la cabeza– dada la desproporción entre la pretendida ofensa y la venganza de los yihadistas. 

En Manila, Francisco congregó a seis millones de católicos en una misa, ¡récord absoluto! Y entre tantos millones de personas, tantos obispos, autoridades y periodistas, surgió una niña que, dirigiéndose directamente a él, le preguntó por qué Dios consiente que los niños, que no tienen culpa de nada, sean abandonados, prostituidos y vejados, sin que nadie les ayude. Y el papa contestó: “Para esa pregunta no tengo respuesta”. Como me dijo el otro día, de forma muy gráfica, mi amigo Juan, también podría haber dicho: “Siguiente pregunta”. En cualquier caso, la pregunta de la niña es la esencia misma del misterio de la existencia, porque se podría reconvertir en “¿por qué existe el mal?”, “¿por qué existimos?”. Y esa pregunta a ella le surge sin duda del corazón, de su terrible sufrimiento como niña de la calle, de una madurez anticipada que le lleva a hacerse la pregunta esencial, para la que ni este papa, ni el gran teólogo Benedicto XVI, ni ningún pontífice en la historia ha tenido respuesta. Y así como ella ha llegado a la esencia, Francisco reconoce la incapacidad del ser humano para encontrar explicación a la existencia de un Dios bondadoso que “permite” la explotación de los niños o las cámaras de gas. 

No voy a ser yo quien le enmiende la plana al papa, si él dice que no hay respuesta es que no la hay, pero tal vez pudo explicar a la niña que el bien también existe y que por eso muchos niños son acogidos en instituciones de la Iglesia, en ONG, en familias dispuestas a abrir y compartir su hogar y, en fin, en el mismo abrazo que el papa le dio mientras ella lloraba. El mal existe, sin duda, pero el bien también, y que uno u otro prevalezca depende del uso de la libertad humana y por lo tanto somos las personas las responsables del mal. 

En fin, el viaje siguió, y Bergoglio tuvo que salir “disparado” del lugar donde hace unos años un tornado mato a miles de filipinos, porque un tifón se acercaba y según los pilotos del avión papal o despegaban inmediatamente o no salían hasta que pasase, ¡pobres filipinos, pasan de tornados a tifones sin solución de continuidad! 

Y ya por último, el papa, en el avión que lo traía de regreso a Roma, da la última sorpresa y dice: “Para ser buen católico no hay que tener hijos como conejos”. ¡Tela! tiene el comentario, ¡o su miga!, como quieran. Creo que a más de una familia se le quedarían los ojos haciendo chiribitas al escuchar esto, después de oír siempre que hay que tener todos los hijos que Dios nos mande. Tal vez la frase de Francisco tenga algo que ver con la impresión que le causó ver el terrible sufrimiento de tantos niños filipinos que nacen y después son abandonados. A lo mejor el papa ha querido decir ¡sean responsables y si no pueden cuidar a sus hijos no los tengan!, o tal vez quiso decir otra cosa, no lo sé. Seguro que el papa volvió cansado del viaje a Filipinas, pero los más agotados, sin duda, fueron los del Vaticano tratando de explicar ¡todo! lo que Bergoglio dijo. Tienen suerte algunos vaticanistas porque el papa habla suave y bajito, aunque, ¡gracias a Dios!, la gente oye y entiende perfectamente todo lo que dice sin que nadie se lo explique.

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