Opinión

Aquí, esas cosas, también pasan

Coño, cuanto y cómo echo de menos aquella aurea mediocritas, aquella dorada medianía, en la que tan a gusto nos movíamos los más de los habitantes de este yermo cultural en el que nos vamos transformando con una parsimonia que acongoja y acojona, es decir, que acongojona, sin que parezca tener remedio alguno!

Leo que, en la mayor potencia mundial, en el faro de todas las libertades, en la más vieja y se supone que más madura nación de estados, conocida que es como los Estados Unidos de América del Norte, enjaulan a los niños emigrantes como si fueran conejos o cobayas, reptiles peligrosos, bichos sin alma, o, en el mejor de los casos, pájaros cantores que a trumpicones, que es como estan gobernando allí, consideran de mal agüero. Leo la noticia y veo las fotos de los niños enjaulados, sus caras de terror y frustración, las manos crispadas y las bocas dibujando unas muecas que no me atrevo a describir. Algo tiene que estar pasando, alguien tiene que estar mintiendo. No puede ser cierto. Eso no puede estar pasando en la cuna de toda libertad; pero sí, parece que sí que está pasando.

Leo la entrevista que le hacen a un científico español residente en los USA, un hombre de ochenta y cuatro años, llamado Francisco J. Ayala, que al parecer puso su mano encima de la de una dama, la profesora Kathleen Treseder, a la que había promovido para la Academía de Ciencias, para guiarla con el ratón de forma que la flechita se moviese adecuadamente por la pantalla del ordenador a fin de que pudiese enviar el curriculum vitae pertinente de la mejor forma posible.

Este mismo y al parecer insaciable caballero, (un sátiro, a todas luces, un sátiro) siendo la Navidad de 2016, agarró por un brazo, si bien lo entiendo y durante una fiesta, no a la señora Treseder, sino a la profesora ayudante Jessica Pratt, para conducirla de tal guisa hasta un grupo en el que se decían cosas que pudieran ser de su interés. Lo curioso del caso es que en ese momento y hora, el ilustre a la vez que desaprensivo biólogo, estaba en San Diego, California, a ciento cincuenta kilómetros de distancia, participando en un curioso fenómeno de bilocación impropio de su ciencia y aún por estudiar debidamente.

Y, como no suele haber hay dos sin tres, Benedicte Shipley, una asistente del decano de la Universidad de California en Irvine, lo acusa de haberle depositado dos castos ósculos, dos, uno en cada mejilla, al llegar a su casa como invitado a una cena. Lo hizo en presencia de su marido y de su propia esposa y, aun por encima, les dijo a un alegre grupo de colegas femeninas que estaban todas muy guapas y elegantes y que era un placer estar acompañado por tan atractivas mujeres. ¡Qué descaro, qué tremendo atrevimiento, a quién se le ocurre barbaridad tamaña! 

El mundo les está muy mal, compañeiriños, muy mal. La última vez que estuve en Australia, allá por el ya lejano 2002, lo peor no fue que ardiese la bodega de equipajes del avión en que abandonaba Sidney, sino que todavía estuviese vigente una ley que penalizaba lo que se definía en ella como violación ocular. Ya me dirán ustedes. Menos mal que, según tengo entendido, esta ley ya ha sido derogada. Ignoro si lo que se temía era un atasco en los juzgados, una epidemia de castraciones químicas a petición no sé si de los afectados o afectadas, un desastre nacional en toda regla con un regreso a las practicas con los animales que, en el Códice Calixtino, se clasifican como propias de navarros, solo que en este caso con algunos marsupiales. comprendan y discúlpenme la franqueza aquellos que se sientan afectados.

Dirán los más sesudos de entre los lectores que eso no debe preocuparnos, que sucede demasiado lejos, que aquí eso no pasa. Se equivocan. Lamentablemente se equivocan. Todas estas cosas suceden aquí mismo, a nuestro lado, en la pantalla de nuestro televisor, en las páginas de nuestros periódicos, en nuestra cotidianeidad más evidente. Si los rapaces de Paicordeiro, si alguno queda y no emigraron todos, van tocados con visera de jugador de beisbol y visten pantalones caídos, como los de los convictos norteamericanos internados en presidios en los que no les permiten cinturones, y si en Vilagarcía hubo en tiempos un conjunto musical bautizado como "Os boys" podremos llegar a entender que estas historias de los niños enjaulados y separados de sus padres, de eminentes biólogos de ochenta y cuatro años reconvertidos en peligrosos delincuentes sexuales, o de docenas de actrices que no leyeron nunca los versos de Sor Juana Inés de la Cruz y por ello sucumbieron a los encantos de un ser producto, posiblemente, de un parto distócico, de un mal nacido, para abreviar...que esto se acaba: podremos entender que estas historias nos afectan de inmediato y que en un país católico, apostólico y romano como el nuestro, las prácticas y los credos calvinistas, no debieran tener idéntico recorrido so pena de convertirnos en algo que no somos ni debiéramos volvernos. Sin embargo no nos enteramos. Prueba de ello es que la intrépida influencer Cristina Pedroche nos informó en un twit que habrá un "Fin de semana de relax, amor, buena comida y sobre todo tranquilidad. La semana que viene vuelvo a Londres que me apetecen buenas croquetas jaja" QED (quod erat demonstradum, claro, no lo otro). El mundo es un pañuelo.

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