Opinión

El AVE, los políticos y el profesor de Física

Empezamos el año y tampoco veremos, a lo largo de él, como tampoco circula el AVE volando sobre nuestros valles, a través de los enormes viaductos, o se oculta, como un búho, o como un cuervo adiestrado por una bruja, en las entrañas de la tierra atravesando alegremente túneles largos como un fin de mes sin los euros mínimos y necesarios para la subsistencia.

Mientras tanto, los vecinos del sur de Galicia, ya han devuelto no sé cuántos miles de millones de euros que le habían prestado para que con ellos pudiesen restaurar su economía y en sus ciudades del norte, de O Porto para arriba, los escaparates de las tiendas y de los restaurantes, ofrecen empleo a quien lo necesite pues ellos sí necesitan mano de obra que atienda a la continua demanda de servicios.

Empezamos el año y ya estamos recibiendo avisos de que de nuevo está ahí la recesión. ¡Vaya por Dios! o ¡por Breogán! A elegir según gustos y tendencias. El caso es que, como sucede al final de "O divino sainete", cualquiera de los dos pudiera exclamar "Se iste é o mundo que eu fixen que o demo me leve! pero ya saben que Curros Enríquez le hizo una oda al progreso, alabó la llegada de una locomotora, fue masón y propuso para Cuba una solución parecida a la que disfrutan las naciones de la Commonwealth. ¿Se imaginan lo que sería hoy Cuba e incluso lo que seriamos nosotros y serían las naciones hermanas de Hispanoamérica de haberle hecho caso en sus demandas? En fin, sigamos. El caso es que no tendremos el AVE.

Mi difunto padre, fallecido hace ya algo más de medio siglo, se pasó veintiún años esperando que, a lo largo de cada uno de ellos, fuese inaugurada la actual estación de ferrocarril de Pontevedra. Se murió un mes antes de que tal esperanza se cumpliese. Cuando el magnífico evento tuvo lugar, el cadáver de mi padre llevaba un mes enterrado en Allariz. De momento llevo más de treinta años oyendo hablar del AVE y de su llegada a Galicia. Desde entonces, desde que llevo oyendo hablar de él, de su necesidad o conveniencia, desde su imposibilidad a una simple y escueta negativa a su construcción, puedo recordar a un ministro de transportes afirmando que no era conveniente que llegase pues, saliendo de Vigo, por ejemplo, sería tal la velocidad que adquiriría que no lograría parar en Ourense por lo que tendría que circular despacito y para eso ya nos era suficiente con los trenes de siempre. ¿Se lo imaginan saliendo de A Coruña y parando en Compostela? ¡Ay, qué caray!

Esta bendita grafomanía que padezco, desde no me acuerdo cuando, me ha llevado a escribir novelas históricas en las que aparecen personajes y paisajes nuestros. Lo hice llevado de un afán de conocimiento de la Historia de Galicia que no había sido satisfecho, ni en el Instituto del Posío ni en la Facultad compostelana correspondiente. Pues bien, con tal objeto, llevo escritas unas cuantas. Cada una de ellas, a partir del siglo XVI, hasta llegar a este y XXI y mal que bien, habla de nuestra realidad y de algún modo la describe. Excuso advertir que procuré documentarme debidamente y que, en cada uno de ellos, en cada uno de esos siglos, los gallegos hemos reclamado comunicación adecuada con la Meseta o con Madrid. Seguimos haciéndolo.

En estos treinta años transcurridos hemos oído de todo a todo tipo de políticos, incluso, como es el caso del partido presidido por Rivera, a aquellos que apenas tienen implantación en o conocimiento alguno de nuestra tierra. Es lógico que yo esté seguro de que el AVE no llegará en este año apenas comenzado y que mantenga serias dudas de que lo haga en el venidero y tan lejano

Decía Lichtenberg, de quien ya hablamos aquí el otro día, que los más encarnizados defensores de una ciencia que no pueden soportar la menor mirada de reojo sobre ella, son por lo general personas que no han llegado muy lejos en la misma y, en su fuero interno, son conscientes de esa deficiencia. Sucede así, sin duda, con los profesores que no dominan totalmente su asignatura y evitan darla por completo sin dar mayores explicaciones y, para ello, exigen al pie de la letra el resto a fin de que, hasta que haya sido memorizada por completo, se pueda dilatar, hasta eludirla, la explicación de la parte restante de la asignatura. ¿Un ejemplo? El del profesor de Física que para evitar llegar a la hidrodinámica exige las leyes de Newton o de Boyle-Mariotte o de Gay Lussac, y pobre del que no las recite como él las dictó en su momento.

Si les vale el ejemplo de los profesores, admitirán los lectores que, al mismo respecto, consideremos el de los políticos dada la demostrada mediocridad en la que se mueven, la mayoría de ellos; el desconocimiento del medio en el que han de manifestarse; su carencia de proyectos, cuando no de ideología, que los convierte en defensores acérrimos de una política impartida desde las altas esferas partidarias en las que tampoco se distinguen sus componentes por una clara línea argumental. 

El panorama es ciertamente desolador y no incita precisamente a la esperanza. El problema es que vivimos tiempos que conducen de forma directa a las figuras políticas autoritarias y fuertes llenas de soluciones fáciles para problemas complicados que, ya se ha visto en otras etapas de la reciente historia, acaban por conducir al desastre. Ojalá acabemos aplicando la razón y dejando a un lado los sentimientos.

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