Opinión

Cagado por la pierna abajo

En demasiadas oportunidades no siento eso que indica mi DNI y que en la sociedad en la que vivo se ofrece como muy, pero que muy necesario; es decir, no siento orgullo alguno por disfrutar de la nacionalidad que en tantas otras ocasiones sí disfruto. Pondré ejemplos de oportunidades de este y de aquel tipo.

No siento orgullo alguno cuando un juez, en uso de sus atribuciones, da un carpetazo y cierra la posibilidad de que sean exhumados los restos de cinco maestros y de dos desconocidos, que no debe de ser que pasasen por allí, yacentes los siete en la llamada "fosa de los maestros" sita en Cobertelada, en la provincia de Soria, asesinados que fueron los siete durante la Guerra Civil que asoló España y allí al parecer siguen.

Siento, en cambio, el orgullo de pertenecer a la especie humana y de ser miembro de una comunidad concreta cuando una jueza, alguien justo entre cientos, en uso de sus atribuciones, toma la decisión que permite reabrir el caso que el anterior juez había cerrado, de forma que se reabra la fosa, se busquen e identifiquen los restos de los que en ella yacen y, si aún viviesen, sean buscados los responsables civil y militar de la provincia en aquel momento.

Quizá sea necesario que, contra toda opinión en contra y pese a que mientras lo escribo una me vaya y otra me venga, "se reabran las viejas heridas" aunque solo sea a los pedagógicos efectos de que, los potenciales asesinos de mañana, sepan que sus actos podrán llenar de oprobio y de vergüenza a quienes continúen sus apellidos y, tal posibilidad, reduzca a cero sus posibles intenciones.

Siempre lo creí así y no veo porque he de dejarlo de hacer ahora. En 1974, cuando aquel régimen aún no había iniciado sus estertores, pero quizá sí vivía ya sus tiempos agónicos, Galaxia editó un libro, del que soy autor, titulado "Mementos de vivos". Se trataba, se trata de un libro que contiene una selección de cuentos y de narraciones que yo había venido escribiendo durante los años anteriores. En él figura un cuento que se titula "O Cagadiño" en el que entrecruzo algunas historias reales. Una es la de Rogelio Pérez, que era primo de Manuel Antonio y escribía bajo el seudónimo de Roxerius. A Roxerius, que fue inspector de enseñanza, lo llevaron varias veces para ser fusilado. En cada una de ellas, lo ponían contra el paredón, daban la orden de fuego y sí, disparaban, pero con balas de fogueo. 

Cuando me enteré pensé de inmediato que, de serme aplicada a mí tan terrible y continuada tortura, me hubiese cagado por la pierna abajo y, de ahí, el titulo del cuento que no tiene nada que ver con la reacción de quien sí fue torturado de ese modo. La historia con la que esta se cruza es la de un conocido personaje pontevedrés cuyo nombre es el mismo que el del personaje de este cuento, como lo es el la amante que tenía o la profesión en la que esta se ocupaba o lo es también el comportamiento de los perros que acompañaban al sujeto en sus amaneceres sangrientos.

Dudé mucho en hacerlo así. Su hijo era (no sé si aún es o si ya está muerto) una extraordinaria buena persona y un gran profesional, que nada tiene que ver con su padre, y al final me decidí como lo hice pensando en que otros sí podrían aprovechar lo que de moraleja pudiese tener el cuento. No pasó nada. La censura lo dejó pasar y no tuve que echar mano de las explicaciones que, en mi ingenuidad, creí tener debidamente preparadas.

Claudio, en latín, significa cojo, es decir el que abate, el que cae. Claudiar, en nuestra provincia ourensana, levar ás claudias, era conducir a alguien para ser paseado. Mi padre se salvó de ello, porque el suyo fue persona respetable y respetada por ejercer su profesión como lo hizo por lo que pudo ejercer presión para salvarlo. El pecado de mi padre era ser galleguista, ya ven qué cosa grave. Pero hubo otros, el abuelo de quien acaso sea mi más viejo amigo, que fue ejecutado por haber estado en condiciones de hacerlo y haber dado aviso y salvado, por lo tanto, a quienes pudieron escapar a tiempo. ¿Quiénes los asesinos?

Si es conveniente, justo y necesario que conozcamos los nombres de quienes han contribuido a hacer mejores las relaciones o las condiciones de vida entre los humanos, si su ejemplo es constructivo a fin de que sea imitado, el de aquellos que contribuyeron a mancillar todo mandato, todo mandamiento, divino o natural, deben ser igualmente conocidos a fin de que sea evitada en la más mínima medida la reproducción de sus execrables actos.

En Galicia padecimos los rigores de la retaguardia bélica. En otras partes de España, las retaguardias padecidas fueron del mismo signo, pero también del contrario, y en todas hubo asesinos, de forma que hoy, todavía, somos el segundo país del mundo, después de Camboya, en número de fosas comunes. Ni yo, ni nadie, puede sentirse orgulloso de su pertenencia a una colectividad humana capaz de negarse a si misma de tal modo, de afirmarse en sus errores, en sus horrores, de tal manera e incapaz de corregirla y ni mucho menos enmendarla. ¿Tanto miedo tenemos de nosotros mismos, tanto pánico despertamos unos a otros? La verdad es que sí, que así es o que así parece que esté siendo.

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