Opinión

Comunicaciones con manivela

En la ourensana calle del Progreso en la que vivió mi abuela, esa abuela de la que hace ya demasiados meses de la que no les digo a ustedes nada, había un teléfono de aquellos que tenían una manivelita en el lado derecho de la rectangular caja de madera que contenía sus elementos más necesarios ya que el imprescindible, el auricular con micrófono incorporado, pendía de lado opuesto a este, del lado izquierdo.

Cuando tú querías establecer comunicación telefónica con alguien, en aquellos tiempos en los que una conferencia con Pontevedra podía tener tres horas de demora, descolgabas el auricular con la mano izquierda, te lo llevabas a la oreja del mismo lado mientras que, con la diestra mano, hacías girar la manivela a toda leche hasta que alguien respondía del otro lado de la línea: "Centralita, dígame: ¿qué número de abonado solicita?" Como eras pequeño y entonces nos conocíamos todos, no como ahora cuando casi ni nos reconocemos, podías responder: "Póngame con la casa de mi tío Victorino, por favor" y te ponían.

Si lo del auricular y lo de la manivela, junto con la conversación, lo hacías en Allariz y, al término de la conferencia te habías olvidado de algo, podías volver a marcar y cuando te respondiesen solicitar cortésmente: "Oe C..., que me dixo meu tío que lle levara non sei que, que non me lembro, que era? " e problema resolto. Eran tempos, claro, que nada tiñan que ver con estes.

Cuento esto para dejar claro que soy usuario de teléfono desde mi más lejana y tierna infancia siempre bajo el amparo de la misma compañía y pese a que esta haya  ido cambiando de denominación y trato, dispensado al cliente, desde aquella nunca olvidada CTNE, la Compañía Telefónica Nacional de España, hasta llegar a hoy, a esta sajonizada y estelar denominación de ahora. El otro día ese genio que firma Davila publicó una viñeta en la que a un paisano le ofrecían los servicios de la antigua FENOSA, conocida ahora como Naturgy y este respondía tan  tranquilo que no necesitaba yogures. Pues eso. Esta estrella que se mueve también les es la leche.

Llevo semanas padeciendo un servicio telefónico nefasto. Dispongo de fibra óptica, algo que no sé muy bien en qué consiste, aunque sí sé la factura que implica, y que religiosamente abono cada vez que me es presentada. Sé también que cada vez que pretendo ver una película, a los pocos minutos, a veces a los pocos segundos de haber iniciado la a contemplación de esa película o de una serie cualquiera, la pantalla se funde en negro y ahí me las den todas. Puede que a los pocos minutos regrese la imagen, puede que lo haga en segundos o puede tardar tanto que te aburras y te duermas.

Desde el servicio de averías me dicen que desconecte por unos minutos y que espere a ver qué pasa. Llevo semanas haciéndolo. Hoy llamé a ese 1002, que me indicaron en la tienda como último recurso y que indicase que quería formular una reclamación. Así lo hice y acabaron remitiéndome al servicio técnico en el que acordaron dejarme con la miel en la boca pero sin resolverme nada antes de remitirme de nuevo a un nuevo servicio de reclamaciones que respondía con un negro silencio antes de que, harto de esperar, acabase por cortar la comunicación e indignarme hasta donde ustedes podrán fácilmente deducir.

El tema es que seguiré pagando religiosamente por un servicio que no me está siendo prestado y aguantando un tratamiento reñido por completo con la normas de convivencia más distendidas y livianas, no digamos ya con las más estrictas y necesarias. Lo haré, claro está, durante un tiempo prudente; después buscaré una compañía del país, que parece ser que al menos aún lo es en parte (la compañía y el país, ambos a dos) y me iré, después de setenta años, con la música a otra parte.

Hace años, cuando empezaba lo del e-mail, esta misma compañía telefónica que se mueve tan estelarmente, hablo de Movistar, está bien claro, me tuvo mes y medio, sin servicio. Entonces escribía yo un articulo diario y en ese artículo, durante tanto tiempo como estuve privado del servicio por el que continué pagando religiosa y puntualmente, le recordé a mis lectores, día a día, el fraude al que me estaba sometiendo la compañía. La gente me felicitaba por la calle, con efusión no contenida, unos; alzando el dedo pulgar verticalmente otros; haciendo como que aplaudían otros. Somos muchos los pacientes. Así que haré lo mismo con ustedes si aquí también se me permite, de modo que empezaré diciendo que sigo pagando y padeciendo un servicio que no me es prestado.

Estamos en manos de gentes que no vemos, que te cortan la comunicación si no les interesa lo que dices, o si carecen de respuestas; que te tratan con desprecio y que educan a los empleados que regentan sus tiendas en todo lo que tenga que ver con la posibilidad de hacer dinero (ellos) pero no en atender debidamente cualquier cuestión que no tenga que ver con una venta inmediata. Empezamos a estar hartos de tener que dialogar con maquinitas que nos ordenan meter el dedo el 3, cambiarlo luego al 7 para que nos retengan con el auricular en la oreja hasta que nos desesperemos de modo que, tan pronto como formulamos la cuestión, después de tiempo, alguien con voz desgastada y distante nos mande a paseo sin que apenas nos demos cuenta de ello. Daría la impresión de que las compañías telefónicas estén pensadas únicamente para satisfacer a los miembros de sus consejos de administración y no para atender las necesidades de los usuarios que  mantienen a aquyellos en sus poltronas. El caso es que, a día de hoy, sigo viendo la pantalla en negro tan pronto como parpadeo.

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