Opinión

Esclavos de Trento

Estaba por continuar con la lectura de Flaubert y trasladarles a ustedes algunos de sus textos sobre el amor, el sexo y las mujeres. Pero decidí abstenerme. Mi intención era dejar patente la enorme distancia existente entre el ayer francés y el hoy en el que nos toca habitar, aquí, en esta reducida esquina antaño verde luminoso, revestida hoy de ese puñetero color verdinegro propio de las coníferas que lo recubren, casi por completo, cuando a ellas no se le suma el verdegris eucaliptal y sacrílego que importó de Australia aquel fraile y extraordinario cantante que nació en Tui, se llamó Rosendo y se apellidó Salvado. Dios lo tenga donde le convenga, al menos en razón de esa venenosa eucaliptosis en la que nos dejó sumidos; en los demás, fue un tipo extraordinario. Algún día les hablaré de él y de cómo arrastraba un piano al medio del desierto, se ponía a tocar, añadía su voz al prodigio de su música, y conseguía que acudiesen los aborígenes, en tropel, para sentarse a su alrededor y permanecer allí durante el tiempo que fuese con tal de que él fraile tudense no dejase de tocar. Esperen que paro pues si no me pierdo.

Yo quería hablarles de nuevo de Monsieur Flaubert y sus opiniones y dicterios sobre esto y lo otro; en resumen, sobre el arte del trompicallo, para decirlo pronto. Un arte cuya práctica, en mayor o menor medida, agita los corazones, desboca sus latidos y mueve a todo el mundo al perseguido solaz de estar en paz con uno mismo lográndolo en tiempos como estos en los que Ignacio de Loyola indicaba necesario no hacer mudanza alguna; es decir que vivimos tiempos chungos en los que ni la práctica del fornicio nos serena como sería de esperar... al menos si me guío por la opinión de tanta y variopinta gente pues yo, a la altura de mis años, ya voy notando las carencias. 

El caso es que, según los tiempos y la Historia, unas veces va y otras veces viene esto del Ars Amandi que tanto cantó Ovidio y al parecer practicó Catulo, en competencia con Ciceron, tan serio él, por los favores de Clodia, esposa un tanto mesalínica de Quinto Cecilio Metelo Celer. Flaubert iba directamente a putas. O tempora, o mores. ¿Les parece bonita conclusión y puedo continuar a lo que iba?

Mientras vivimos tiempos restrictivos en el uso del lenguaje y se nos imponen modos y maneras de utilización y coste, mientras eso sucede y sin que nos hayamos apercibido hasta que ha sido demasiado tarde, el mundo ha ido girando de forma que la tuerca de la Historia ha dado otra vuelta más y esta nos tiene más apretados. El jueves hablábamos aquí de que mientras que a cada catalán le corresponden noventa y tres euros más de los que ya le correspondían de los presupuestos generales del Estado, a cada gallego le corresponderán sesenta y siete menos de los que antaño disponía; o sea que cada catalán dispondrá de ciento sesenta euros más de lo que dispondrá cada gallego. ¡Y yo pretendiendo hablar de lo muy putero que nos salió Flaubert!

Pues por si eso no fuese suficiente leo, ahora, es decir, hizo una semana el viernes, una entrevista en la que el secretario general de Vox afirma, sin ambages de ningún tipo, que, en las próximas elecciones municipales, Vox (¿Vox populi? ¿Vox Dei?) dará un palo en Galicia. Pues qué bien. Era lo que nos hacía falta.

Señala, el señor secretario general, que para ello formarán "equipos de trabajo con garantías y que compartan los valores morales de Vox, porque somos un partido moralista y con el concepto muy claro de lo que queremos en la política". Pues qué bien, de nuevo. Como si los demás partidos careciesen de moral y ellos fuesen los únicos moralistas. Éramos pocos y la abuela hizo un guateque

Es cierto que los valores morales, tan cambiantes a lo largo de la Historia -no hay más que recordar los vigentes hace medio siglo parangonándolos con los actuales- no siempre coinciden con los políticos puesto que estos varían poco en el transcurso de los tiempos, si es que algo lo hacen. Los valores políticos son unos y los morales otros. La ética del poder no siempre y necesariamente ha de coincidir con la ética ciudadana, por muy deseable que resulte que lo haga.

Continúa el señor secretario general afirmado que "Vox se ha convertido en un sentimiento, ha conseguido recobrar el orgullo que ser español", como si ese sentimiento y ese orgullo no lo tengan los militantes y los simpatizantes, los votantes de las demás formaciones políticas. Pues qué bien, otra vez de nuevo, este señor lo borda. Ya hemos visto a donde nos trajo la apropiación franquista de los símbolos comunes, del himno y la bandera, de la bondad y de la maldad. Parece que volvamos a lo mismo y que sigamos siendo esclavos de Trento de modo que mientras el resto del mundo usa la razón, el pensamiento, nosotros persistimos en el sentir que lo disculpa todo porque se hace por amor a España, esa emoción, algo que los demás por definición no sienten. La diferenciación absoluta entre bondad absoluta y maldad absoluta: nosotros los buenos, vosotros los malos, es totalitarismo; se revista este de simbología comunista o lo haga de simbología fascista, es totalitarismo. Pues en esas andamos y no en otras. ¡Y yo queriendo hablar de Flaubert! Entreteniéndolos a ustedes con las aventuras de Fray Rosendo, los amores de Catulo y esta Galicia ya casi desnuda de caducifolias. 

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