Opinión

Gato negro, gato blanco, pero "bo murador"

 

Llevamos años viendo como el mundo evoluciona y como el sistema de valores en el que mal que bien fuimos educados se ha ido transformando hasta ir dando en este tipo de convivencia tan de envidiar en muchos sentidos como digna de ser rechazada en tantos otros. No hay que sorprenderse. Siempre ha sido así. Y así seguirá siendo, a no ser que el planeta reviente de una vez que es lo que llevamos años provocando.

Nunca fui un alumno brillante. Las únicas matrículas de honor que tuve en el bachillerato fueron en Educación Física y llevaban implícitas las de Formación del Espíritu Nacional. Mis compañeros de estudios -a ellos me remito- saben a qué se debieron (yo también, claro) aunque no sea mentira que yo no fuese nada malo corriendo los cuatrocientos metros lisos, por ejemplo. Después, cuando me hice marino, no creo haber llegado al sobresaliente en ninguna asignatura, no lo recuerdo, y en la compostelana facultad de filosofía y letras alguno tuve, claro, pero en las asignaturas que, como los cuatrocientos metros lisos, se me daban bastante bien; quiero decir que si correr bien no es un mérito sino un don, sacar un sobresaliente en el estudio de una materia que amas es algo así como un regalo en vez de ser un mérito

Lo que quiero decir con esto, antes de ir a lo que pretendo hacer desde el principio, es que mi formación académica es bastante mediocre pese a que hoy pueda hacerla pasar por medianamente solvente, lo que no es exacto. No es que yo tenga una buena formación, ni mucho menos, sino que aquel bachillerato nos formaba humanísticamente de un modo que, transcurrido ya tanto tiempo desde entonces, se me ofrece encomiable y digno de emulación. Más ahora cuando lo que la sociedad reclama es únicamente mano de obra cualificada o técnicos en esto y en lo otro que produzcan y hagan ganar dinero como si solo viniésemos al mundo con tal objeto.

El caso es que debiéramos regresar a aquella enseñanza que te pertrechaba de armas de defensa, de instrumentos de comprensión de la realidad que te rodea, de alas que te permitían volar de vez en cuando, fuese a lomos de Pegaso o ras de agua siguiendo el vuelo de un martín pescador cuando ya quedan tan pocos.

En resumen, que una cosa lleva a otra. Hoy, por ejemplo, después de contemplar un telediario me dio en pensar que cualquiera diría que estuviésemos en guerra con nosotros mismos y que esto, es decir, que nuestra convivencia, empiece a parecerse de nuevo a la que padecieron Esparta y Atenas. 

Entonces de me vino a la cabeza el discurso fúnebre de Pericles, pronunciado allá por el lejano 431 a.C. y recogido, más que transcrito, por Tucídides algo más tarde; algo que no hace al caso de su contenido sino de su autoría y, como dicen que dicen los chinos: ¿gato blanco, gato negro? lo importante es que cace ratones, que sea un “bo murador” tal y como se decía en el gallego que yo oía (y escuchaba) de pequeño; quiero decir que lo que importa es el contenido.

Ese contenido, entiendo yo, ahora que tanta estupidez es de lectura obligatoria en los colegios, debería de figurar en los manuales de texto que deberían ser también recuperados para que nuestros muchachos aprendiesen las cosas que nosotros anhelábamos sin saber que las disfrutaríamos durante un tiempo que, bien que lo siento, he de confesar que hace no demasiados años que ha periclitado.

Si esto fuese así yo podría dialogar, con ese nieto mío del que les hablé hace una semana, acerca de lo que una buena traducción o, dicho de otro modo, lo que el cambio de una sola palabra, de una sola frase, pueda transformar la realidad alterándola de tal y a veces imperceptible modo que logre transformar incluso nuestros propios deseos.

Antonio Arbea, que es un catedrático chileno de más o menos mi edad, ejemplifica esto mismo en la introducción que hace a ese discurso fúnebre de Pericles al que vengo refiriéndome. Dice en ella que el hecho de sustituir la palabra griega oikeên por la también griega hékein significó que, de entender que la democracia es el ejercicio de gobierno comprometido en administrar en favor de la mayoría -y no de tan solo unos pocos- se pasase a admitir que esa administración estuviese en manos de la mayoría, en razón de su número y sin más compromiso ni fin concreto, lo que indudablemente no es ni mucho menos lo mismo, eso, implica un deterioro cierto de la razón primera al menos si yo lo entiendo bien y lo explico de un modo claro.

Si nuestros jóvenes en vez de tanta disquisición acerca de si deben ser formados en la religión y sus preceptos o entre una educación para el ejercicio cabal de su condición de ciudadanos, lo fuesen en un humanismo que los llevase a un humanitarismo responsable y consciente, acaso hoy dispondríamos de un cuerpo electoral capaz de emitir un voto igual de consciente y responsable que, llegado el caso, nos ayudase a salir del indudable bache en el que nuestra sociedad permanece hundida. ¿Se imaginan ustedes una administración pública que gobernase en beneficio de la mayoría, sin olvidar a esa minoría para la que parece estar únicamente gobernando? ¡Ah, si los jóvenes no cuestionasen la democracia sino tan solo las tergiversaciones que la asolan y degradan a la par que lo hacen con nuestra convivencia! Procuraré que mi nieto lea a Pericles.

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