Opinión

La mili que viene

El otro día, en una reunión social, un militar de alta graduación que me fue y al que fui presentado, se dio a conocer diciéndome: "Fulanito de Tal, almirante de la Armada" por lo que le agradecí la información y a punto estuve de corresponderle con un "Zutanito de Tal, marinero de segunda". Afortunadamente me abstuve y de ello no me arrepiento ni mucho, ni poco. No hay ninguna necesidad de hacer estas profesiones de fe.

Coincide el pequeño chascarrillo que les cuento con el momento en el que algunos países europeos, mejor dicho, los gobiernos de algunos países europeos y por extensión las sociedades sobre las que gobiernan, se están planteando la conveniencia, cuando no la necesidad, de reimplantar el servicio militar obligatorio. Esto y aquello, al ser recordarlos, me mueven a recordar otros asuntos y a reflexionar con ustedes en voz alta a este respecto. Es sabido que un ejército compuesto por jóvenes reclutados, se diría que por el procedimiento de la leva, al menos de una leva reducida a los de este o de aquel reemplazo, resulta oneroso a las arcas del Estado, pues levas hubo en la que solo uno de cada cinco jóvenes era reclutado. De ahí lo de llamar quinto al recluta y lo de la llamada a quintas. Tiempos hubo también en los que los niños con posibles, los hijos de papá, los privilegiados de la diosa Fortuna, pagaban la manutención de un soldado a cambio de su inasistencia a la guerra o al cuartel, según los casos y ocasiones. Soldados de cuota, eran llamados.

Confieso que nunca me gustó el servicio militar obligatorio pese a lo grato que mis superiores hicieron mi estancia a bordo permitiendo que continuase dando clases en el colegio marinense en las que las di durante aquellos años en los que fui padre por vez primera y pude continuar manteniendo a mi familia gracias a mi trabajo en un banco hoy desaparecido y ese colegio felizmente vivo. Se trató la mía de una mili más corta, debido a mi condición de marino civil, y en alguna medida algo útil. Navegaba en el puente del barco haciendo lo que sabía cuando me era solicitado. Fueron aquellos unos tiempos tan distintos de estos y tan diferentes que merecen ser recordados. En el Cuartel de Instrucción de Marinería de Ferrol éramos mil marineros distribuidos en diez brigadas de cien hombres cada una. No recuerdo si los analfabetos componían o no, ellos solos, una brigada. Recuerdo, eso sí, que en 1970 eran el 10% de nosotros y recibían enseñanzas de iniciación a la lectura. Nosotros, los marinos mercantes, sí componíamos una brigada de cien miembros. El resto de la tropa era un magma compuesto por médicos, abogados, electricistas, canteros, zapateros o lo que cada uno tuviese como profesión u oficio. Por eso nunca entendí la razón que no permitía que cada uno, además de recibir la instrucción militar precisa, no rindiese sus servicios profesionales a la sociedad durante su periodo de prestación militar. Hoy ya no hay analfabetos, a no ser que sean funcionales; España carece prácticamente de una flota mercante, y el servicio militar ha desaparecido, si lo consideramos entendido como entonces se entendía. Por otra parte, el debate de la conveniencia o no de reimplantar el servicio militar obligatorio todavía no ha sido iniciado en nuestros pagos.

Estoy convencido de que, el tal debate, ha de ser iniciado más tarde o más temprano, con independencia de que nos guste o no. El mundo (y a mí no me gusta nada que la cosa vaya por ahí) camina de nuevo hacia formas totalitarias de gobierno, la extrema derecha ocupa cada vez más espacio electoral en demasiados países europeos, al menos según yo lo veo y, por otro lado, el integrismo religioso avanza propiciando así el anterior y radicalizándose de año en año. ¿Quién se acuerda hoy de Oriana Fallaci y sus reiterados avisos a propósito de esto último? Existen cantidad de modelos al respecto de la mili. El suizo pudiera ser un ejemplo pues, pese a que a nadie le guste la guerra, excepción hecha de fanáticos incapaces de auparse en la sociedad civil, que ven en la lucha armada la posibilidad de medrar por méritos bélicos, conviene estar preparados por si algo se nos viene encima. Los españoles somos unos europeos privilegiados. Llevamos 80 años viviendo en paz, con independencia de que tipo de paz se haya tratado en algunos momentos de nuestra historia. Llevamos desde 1810, más de dos siglos, en el caso de la invasión de nuestro espacio territorial por los ejércitos franceses, o los británicos que vinieron a echarnos una mano, lo que pudiera significar que pudiéramos estar un tanto despistadillos al respecto y nos falte la cohesión social que otros países disfrutan.

La inseguridad ciudadana, la pérdida de privilegios sufrida por ese amortiguador de tensiones que es la clase media; la cada vez más intensa penetración de formas culturales y religiosas, de principios y de morales distantes de los nuestros; la implantación de hábitos que se contradicen y enfrentan con los propios, las crisis económicas y la desestabilización que suponen fueron, históricamente, y siguen siéndolo campos de cultivo de los regímenes totalitarios que basaron su propaganda a partir de la concatenación de estas realidades a las que habrá que sumar la de la atractiva lucha contra los plutócratas que si todavía no ha sido propuesta lo será en un futuro que no se ofrece lejano. Echen una mirada por Europa, incluso por EEUU y ya me dirán si exagero.

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