Opinión

Lecciones de Stuart Mill

De vello gaiteiro. O eso o que nunca leí a Stuart Mill de un modo debidamente provechoso y ahora lo echo en falta. Si lo hubiese tenido más en cuenta a lo largo de mi vida otro gallo sería el que me habría cantado la alborada. Lo sé ahora, cuando ya empezó la anochecida.

Acaso sea por eso por lo que, llegado este tiempo de la espera, de la necesidad del viento y de la luz, lo pienso y lo releo y me atreva, ya y por fin, a expresarme como un viejo para dirigirme a un nieto que no es que me esté saliéndo díscolo -Breogán lo librara de no salirme así- sino que me sirve de disculpa para repasar en letra alta las reflexiones de John Stuart quien, harto de hacerlo, concluyó por advertirnos que el hábito del análisis tiende a acabar con los sentimientos.

Reconozco que esta advertencia me llega tarde y después, bastante después y acaso demasiado tarde, de haber seguido el camino contrario; es decir, el marcado por el hábito de dejar que los sentimientos encabezasen las decisiones de mi conducta de tal modo que anulasen la oportunidad de analizar debidamente el entorno que habitaba. Mea culpa. Ojalá mi nieto equilibre los dos hábitos y sea reflexivo pero también sentimental, al menos en la mejor acepción del término.

Advertía Stuart Mill, quizá demasiado reflexivamente, que el objetivo de los patriotas debiera ser el que marcase la debilitación, mejor dicho, la limitación del poder que los gobernantes ejercen sobre la ciudadanía. No es suficiente con que los tres poderes que definió Mostesquieu se controlen y limiten entre sí, sino que es necesario que la ciudadanía pueda limitar el poder que esos tres poderes ejercen sobre ella.

Según Stuart Mill le explicaría a alguno de los posibles nietos -que no sé si habrán sido, o no, el resultado de su matrimonio con Harriet Taylor (casó con ella después de veintiún años de noviazgo)- que esa limitación es posible si se llega a ella por dos caminos, a saber: el primero, mediante el reconocimiento de ciertas inmunidades conocidas como libertades políticas o derechos que, si no son debidamente respetadas por los políticos, implican un quebrantamiento de su deber y, llegado el caso, justifican la resistencia puntual de la ciudadanía, cuando no una rebelión general de ella. El segundo camino sería el del establecimiento de controles constitucionales mediante los cuales el consentimiento de la ciudadanía, o de una institución delegada que representase sus intereses, pasaba a ser, amén de necesaria, imprescindible para alguno de los más importantes actos del ejercicio del poder.

Cómo le explicaría yo esto a mi nieto (que es lo que estoy intentando hacer, discúlpenme que así lo haga… o que al menos lo pretenda) para conseguir hacerme entender no solo en mis intenciones sino incluso en el resultado de ellas. Pues acaso diciéndole: imagínate, nieto mío, que el Reino Unido de la Gran Bretaña (que no tiene constitución escrita, pero si hábitos y comportamientos constitucionales y democráticos) quiere hacer de mangas capirotes con los tratados suscritos en su momento con la Unión Europea... algo que no es nada difícil de imaginar, como bien sabemos, y convoca al efecto un referéndum, debidamente legal, en el que el pueblo británico exprese su opinión y resulte que esta está repartida del modo que tampoco es difícil de imaginar puesto que ya ha sido conocido; un modo que permite afrontar eso que conocemos como el brexit mediante el cual, a lo largo de un periodo de dos años, se acuerdan y pactan las condiciones de la separación de ese británico reino con el resto de la Unión Europea, al tiempo que también se establecen los vínculos que han de continuar relacionando ambas realidades políticas llevadas de la mano por sus gobernantes y por el ejercicio del poder que a estos le han deparado las urnas. ¿Sería pensable que el Reino Unido declarase proclamada la ruptura y la creación de una nueva realidad al margen de la acordada en su momento, haciéndolo después de un referéndum que incumpliese las normas pactadas, porque sus gobernantes se estuviesen excediendo en el ejercicio de su poder, sin esperar que el resto de la Unión europea respondiese de alguna manera equivalente?

¿Le negó alguien al Reino de la Gran Bretaña el derecho a decidir que lógicamente ostenta? ¿Cuestionó alguien el derecho que le asistió a convocar un referéndum o el escaso margen que este deparó al secesionismo británico? ¿Qué hubiera sucedido con el referéndum escocés si hubiera sido ganado por los secesionistas? Seguramente que lo mismo que está sucediendo con el brexit. Las cosas o se hacen bien o no se hacen. La fuerza llama la fuerza. En Canadá sus habitantes francófonos con el fin de poder ejercer su derecho a decidir que están mejor sin la compañía de los anglófonos son ambos, unos y otros quienes se manifiestan y quienes llegado el caso deberán pactar las condiciones de todo tipo que han de marcar esa emancipación. En una relación de cohabitación si uno de los cónyuges se va a Bruselas a por tabaco y no vuelve sabe que debe empezar de cero su nueva vida; si no, va al juzgado y de acuerdo con la ley pacta las condiciones de la separación, las condiciones del divorcio. ¿Y si no hay ley del divorcio? Pues entonces guerra abierta o lucha leal para que aflore una nueva ley que lo permita. Espero que mi nieto entienda lo que aquí dejo sugerido.

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