Opinión

Lecturas para regresar

Existen libros a los que uno necesariamente vuelve cada vez que intenta comprender algo. Al hacerlo, y no siempre de un modo consciente, debe reconocerle a Aristóteles la valoración que hizo de la Literatura cuando dejó escrito que esta, si ha de servir para algo, será para que el ser humano se reconozca a sí mismo en ella. Tanto es así, o tanto me parece a mí que así es, que cuando quiero o cuando necesito entender un comportamiento colectivo, no solo individual, recurro a uno de esos libros de los que, más arriba, al comienzo de este primer párrafo, afirmo que regreso siempre.

No pondré demasiados ejemplos, pues no hay que ofrecerse más petulante de lo que uno ya lo es, pero cuando necesito recordar cómo y por qué se produjo la crisis de los Balcanes o cómo es posible un personaje tan contradictorio y poliédrico como la actual presidente de Croacia suelo recurrir a la novela de Ivo Andric (1892/1975) titulada "Un puente sobre el Drina", publicada en 1945.

Si lo que quiero recordar es como se inició la Primera Guerra Mundial recurro a la relectura de Roger Matin du Gard (1881/1958) y más en concreto de su obra "Los Thibault" editada en 1922, y, por si no fuese suficiente y quisiese entender por qué el enjambre humano se determina en ocasiones tal y como lo hace, recupero de inmediato "La vida de las abejas" editada en 1901 bajo la firma de Maurice Maeterlink (1862/1949). Los tres fueron galardonados con el Premio Nobel de Literatura; los tres son, en mi entender, grandes escritores.

En medio de esta tan cervantina estación del estío, ando tan acalorado y sudoroso como para no querer entender lo que está pasando. No quiero entenderlo porque, lo que está pasando, no me gusta ni mucho, ni poco; no me gusta nada. Tan poco es lo que me gusta que consigue intranquilizarme cada vez que pienso en ello. El caso es que empiezo a oír consideraciones, leer comentarios o incluso a descubrir mis propios pensamientos al respecto que no me sustraigo a la tentación de volver a leer  a Martín du Gard.

Cuando lo leí por primera vez, solía preguntarme con cierta frecuencia si aquellos diálogos que describían no solo la sociedad de su tiempo, sus preocupaciones y anhelos, sus miedos y sus certezas, sino los movimientos colectivos que en tales ansias se incardinaban, me preguntaba, les decía, si aquellos diálogos volverían a ser posibles y si, algún día, yo los escucharía en boca de mis iguales. Pues bien, ahora tengo la respuesta. Los oigo mi alrededor como si fueran un rumor de lluvia.

En los últimos dos años he leído noticias que hablaban de movimientos de tropas en las fronteras de países significados, de misiles que sobrevolaron espacios aéreos, de bravatas de algunos líderes políticos determinantes en estos momentos del porvenir de la humanidad y ahora estamos asistiendo a la entronización política de líderes que propagan la xenofobia, por un lado, y de dirigentes políticos dispuestos a "no pasar ni una", por otra,  mientras predicadores de esta o de aquella fe se instalan en la guerra santa y sueltan todas las soflamas que le calientan el caletre amenazándonos con la llegada de una realidad  social y religiosa que no quisiéramos ver, bajo ningún concreto, implantada en nuestros lares.

Recomendaba Ignacio de Loyola que, en tiempos de tribulación, no se debe hacer mudanza. Se refería el muy guerrero jesuita a la mudanza de nuestras ideas que, de llegar el momento de tener que corregirlas, cuando no de enmendarlas, ese momento, deberá ser ajeno a cualquier tribulación; bien por el contrario, deberá manifestársenos sereno y reflexivo, sosegado y calmo, de manera que el cambio a efectuar sea consecuencia de una reflexión pausada, nunca producto de la exaltación o del pánico, del miedo o de la desafección al líder que nos abandonó o simplemente nos indujo a engaño.

En ocasiones pudiéramos tener la sospecha de estar siendo engañados o deliberadamente mantenidos al margen de lo que está realmente sucediendo e inducidos a reacciones que no debieran ser las nuestras. Los de cierta edad, no todos, claro, podremos recurrir a la lectura de novelas o de ensayos que nos muestren caminos ya recorridos en otros momentos de la Historia y aprender de ellos hasta llegar a tomar esas decisiones que se reclaman serenas. Los más jóvenes, no todos, claro, no recurrirán ya a la Literatura y deberán conformarse con las letras de algunas canciones que, pese a venir en inglés y a no ser entendidas por la mayoría de ellos, de poco les han de servir para siquiera atisbar la complejidad de la vida y del ser humano que la vive. 

La canción induce al oficio de sentir, la lectura al de pensar, el baile induce a algo todavía más primigenio y encierra el peligro de que acabes por bailar al son que te tocan. Es en esas en las que estamos y no en otras, mientras al parecer nos lo estamos pasando pipa. La nuestra es una sociedad que baila. Añadámosle a esto las redes, el Facebook por ejemplo, y sumémosle la cantidad ingente de guapos, maravillosos, excelentes, únicos y sensacionales que somos todos y lo mucho que tal convicción nos anestesia. Se comprenderá que algunos no seamos allá muy optimistas.

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