Opinión

Los animo a los comentarios

Catón el Viejo nos dejó dicho que los sabios pueden aprender más de los locos que los locos de los sabios; a veces, uno lee cosas que en estos nuestros días empiezan a considerarse raras, ya saben, los clásicos latinos y por ahí atrás, cosa de locos que no impide aprender de los sabios... cual es el caso.

Los tiempos acabaron por darle la razón al ex ministro franquista José Solís Ruiz, que lo fue de la Secretaría General del Movimiento, que fue quien proclamó, en su momento y para la Historia, aquello de que "¡menos latín y más deporte!". Hoy ya apenas nadie vuelve a los clásicos en sus lecturas. Incluso puedo citarles el ejemplo de una de las mentes más valiosas de este pequeño, y verde, y melancólico país de atardeceres lánguidos y demorados que es el nuestro, actualmente entretenida en dar clases de gimnasia en un instituto vigués cuando lo suyo debiera ser no ya dar clases de latín y griego, como le correspondería, sino la de atender determinadas y más significativas instancias de nuestros institutos culturales.

Aunque ello implique otra pequeña digresión, por la que igualmente me disculpo, este debe ser otro récord que añadir a los del artículo del pasado jueves. El de los profesores que imparten enseñanzas para las que no están ni académica, ni física, ni mentalmente dotados. Ahora nos falta ver a algún psiquiatra de párroco de Santa Eufemia la Real del Norte, a algún párroco de “boy” en el ballet de Manolita Chen porque lo que es matemáticos, arquitectos o ingenieros de caminos sirviendo mojitos y cubatas de ron en las barras más acreditadas de nuestra ciudades ya estamos más que acostumbrados a verlos.

Aquí llegados debo reconocer que la afirmación de Catón el Viejo no es consecuencia de mis lecturas de los textos del citado. Ya saben mis amigos lo dado que soy a los atajos, así que sepan que la leí leyendo a Montaigne (Libro III, Cap. VIII, párrafo 3, casi al principio) cuando este reflexiona sobre "el arte de la discusión". Como pueden comprobar cito, con cierta meticulosidad, no vaya a ser que dados los tiempos que corren, tan escrupulositos en estas cosas como lasos en otras, venga alguien y me lo reproche.

El caso es si pueden o no pueden los sabios aprender cosas de los locos, dado que queda dado por hecho que los locos difícilmente aprenderán algo de los sabios. Hoy hacemos bastante más requerimiento y aceptación de la máxima de quien fue considerado como "La Sonrisa del Régimen" -hablo de Solís Ruíz, naturalmente- que de afirmaciones como la de Catón el Viejo. Por mi parte lamento no ser como mi señor de Montaigne que tanto se esforzó en volverse más agradable, en la medida en la que veía gente molesta; más firme en la medida en que la veía blanda, y más indulgente en la medida en la que la veía violenta… y más bueno en la medida en la que la veía malvada. No sé a ustedes pero a mí me sucede exactamente todo lo contrario; debe de ser cosa de la edad. Ya gruño como un anciano. Igual se debe a que lo soy, no sabría que decirles. Observo, desde hace tiempo, que las miradas que me dirigen las gentes, están llenas de conmiseración, las más de ellas. ¿Cómo quieren que me sienta?

Sigue diciendo Michel de Montaigne, lo hace en el capítulo que les cité algo más arriba de esta línea, que el ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es, en su entender, la discusión. No sé si estaré o no de acuerdo con él porque ya he visto demasiadas discusiones en esos que ahora llaman debates televisados y me apunte más fácilmente a la reflexión serena que pueda ser consecuencia de la lectura reposada de textos que puedan irritarme o incluso zaherirme. No sabría decirles

Quizá por eso y procurando no olvidar no quisiera dejar de medio lado la debida cortesía, me empeñe en provocar en algunos de mis más bien escasos lectores las reflexiones que reclamo para mí. Dirán que es una forma más, espero que legítima, de hacerme el loco. Y aun otra más, si me lo permiten, de hacérmelo, de hacerme el loco, confiando en la sabiduría de ustedes.

¡Ah, cómo me gustaría que ustedes leyesen a Montaigne! Yo empezaría con una cita, que ustedes enseguida buscarían a guisa de comprobación y luego continuarían leyendo para saber de dónde extraigo algunas reflexiones como las que aquí les voy dejando. Uno de los entretenimientos más gratos que tengo es el que consiste en leer las anotaciones al margen hechas en libros antiguos por los distintos propietarios que han tenido. Tal práctica me permite saber, o al menos me permite curiosear, en el pensamiento de gentes que vivieron en otros siglos y aprender cosas que se supone yacentes en el río de la Historia; lo que casi es tanto como decir en el río del Olvido.

Estos "Ensayos" de Michel de Montaigne fueron editados por Acantilado, en un libro comprado no hace mucho, en una traducción de Bayod Brau que les recomiendo. Pero no trae anotaciones al margen y la verdad es que yo hago muy pocas o ninguna, soy tan discreto como curioso. Quizá sea por eso por lo que los animo a los comentarios, a esa especie de acotaciones al margen, que tampoco nunca leeré, que tanto me ayudarían a entender el mundo en el que vivo porque, la verdad sea dicha, no entiendo casi nada de lo que me rodea. Quizá también por eso sea por lo gruña y rezongue tanto como suelo hacerlo. No me preocupa, mi padre diría que se trata de la condición del animal y, eso sí, a estas alturas ya empiezo a aceptarme como soy; que tengan ustedes buenos días.

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