Opinión

Ese puritanismo cabrón

Vivimos tiempos que pudieran empezar a parecernos de un puritanismo quizá algo exacerbado y, también quizá, a desear que ese puritanismo no sea debidos a un rescoldo inquisitorial de ningún tipo que haya vuelto a prender en nuestra alma colectiva.

Tanto es así, tanto puede ser así, que es prudente interrogarse sobre lo que pasaría si los jueces no hubiesen decido dar el paso que han dado pues, es muy posible que de no haberlo dado  muy poca gente se hubiera comportado con la contención que hasta ahora se está comportando y dejando demostrado que la contención social es cierta. Ojalá continúe así.

Empezábamos a considerarnos los europeos más corruptos y, al hacerlo, estábamos pasando por alto que son escasos los reinos europeos, si es que alguno hay, y sí  creo que lo hay, en los que algún miembro de su más alto estamento se hayan visto procesados y obligados a sentarse en el banquillo.

Estábamos pasando por alto que, siendo cierto que muy pocos gobiernos europeos y con ellos los partidos en los que estuvieren sustentados, hayan dado ejemplos tan claros y preclaros, tan sólidos y contundentes, de una corrupción generalizada como ha padecido el actual en el gobierno de España, no deja de ser igualmente cierto que todos esos casos están siendo, ignoro si muy debidamente, pero que sí están siendo juzgados y no en pocos casos condenados.

Es cierto que hemos padecido recortes en la sanidad y en la enseñanza y que ambos sistemas han mermado, sin duda que sustancialmente, la calidad de sus prestaciones; pero no es mentira que seguimos disfrutando de un sistema sanitario todavía envidiable en la mayoría de todos los países del mundo al tiempo que, nuestro sistema educativo, con independencia de la llamada movilidad exterior, alguna bondad debe tener cuando nuestros médicos y nuestros arquitectos, nuestros ingenieros y nuestros investigadores son recibidos en cualquier parte en razón de su preparación y de sus conocimientos.
Quizá tengamos que empezar a darle la razón al Felipe González que afirmó, en su día pues quizá hoy no pueda hacerlo con la dignidad de antaño, que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Sin embargo empezamos a vivir unos tiempos que se anuncian extremados y quizá de ahí ese fantasma puritano que recorre España y la recubre con su manto. ¿O era bajo una misma sábana como se anunciaban los fantasmas? En el Congreso de los Diputados el que podríamos conocer como el Dúo por Excelencia –nada que ver con el Aznar-Botella- canta a dos voces y son estas tan ventrílocuas que parecen una pero que suena lejana y ajena al hecho de que ya son como un partido más, igualito  a los que ellos mismos no hace demasiado tiempo tanto denostaban por estar haciendo lo mismo que  ahora hacen ellos. Pablo e Irene, quizá no como Imelda y Ferdinand Marcos, quizá sí como un anticipo de Rosario y Daniel Ortega, muestran su ortodoxia, la suya y no aplicable a otros y señalan los desvíos de quienes ya no piensan ni actúan como ellos

Mientras tanto, en el partido que alardeó en su día de cien años de honradez, las navajas bisbisean oraciones y responsos, de modo que todos andan con las espaldas pegadas a las paredes, no vaya a ser que aquellas  les encuentren los riñones ideológicos; al tiempo que Sultana Díaz, desde la cómoda distancia y en aras de la ortodoxia socialista, alienta a sus vasallos, dirige las intrigas y conspira de modo que nadie pueda decirle nunca, oh, tú también brutita mía; por su parte, es decir, por aquí, Abel sigue buscando a su Caín porque al parecer aquí todo se está volviendo del revés.
En estos nuestros pagos las Mareas traen de todo y lo dejan en la orilla de una mar que está siempre agitada. ¿Para esto el largo periplo beirista? ¿Para esto el zapateo de iracundia y taconazo? ¿Tantas siglas dejadas atrás, compañeros tantos, desbloqueos singulares, dedos en ristre airado, gritos y anatemas a destajo?

¡Y si eso fuera todo! Cuando estás en el gobierno eres el único que tiene un proyecto para España y, cuando pasas a la oposición sigues siendo el único que lo tenía. Esta cantinela surge de labios de unos y de otros, mientras se acusan y denuncian, mientras se señalan y disparan. ¡Dios, con lo que cobran, en cuarenta años no se les ha ocurrido otra argumentación, no han sido capaces de cambiar el discurso nunca! Unos y otros diciendo siempre lo mismo, acusándose de lo mismo, señalándose las mismas partes para acabar cuanto antes diciendo “y tu más! y poder llegar al periodo de vacación parlamentaria lo más rápido posible. Así nos va la cosa, la cosa pública y sin embargo… aún no debe estar todo perdido.

Lo malo es si la ciudadanía empieza a seguir la misma senda y señala con el dedo la debilidad ajena, la real y cierta, pero también la deseada y falsa como sucede ahora. No siempre el contrario se equivoca, nunca el propio y por decreto acierta; en ocasiones los nuestros desentonan y a veces aciertan los de enfrente.

No deben ser entendidas estas líneas como una aceptación de nuestra sociedad tal como está, dicho sea porque acaso pudiera parecerlo, pero si como una denuncia de cómo puede llegar a estar siendo como está siendo distribuida la crispación entre nosotros. Ese puritanismo cabrón y falso que estamos haciendo nuestro. El Congreso de los Diputados está más crispado de lo que jamás lo ha estado y cualquier día vuelan las obleas. Ya han sido ofrecidas. La sociedad catalana está crispada y la española empieza a no irle a la zaga. La vida se está poniendo demasiado cara, demasiado cara la luz, demasiado cara el agua, también el pan y en resumen la bolsa de la compra,  mientras los políticos siguen con la misma cantinela a la que tan fácilmente se han acostumbrado.

No se puede condenar a un constructor que erige un edificio de cuarenta plantas allí donde no está indicado. El constructor gana dinero con lo que hace y, cuanto más haga, más dinero gana. Hay que condenar la inexistencia de leyes que le impidan cometer atrocidades urbanísticas, hay que condenar a quien no legislan de modo que estas sean evitadas.

Los políticos hacen lo que hacen y se comportan como se comportan, porque las leyes lo permiten. Esas leyes fueron buenas y prudentes cuando los partidos eran débiles y prudentes. No lo son ahora cuando se han vueltos fuertes y desvergonzados. Hay que cambiar las leyes. Ya. Mientras tanto hay que confiar en los jueces; al final va a resultar que nuestra democracia está en su mano. Ojalá no lo esté tanto que acabe siendo suya en la misma medida en la que hoy lo es de y para los políticos. Estas y no otras son en las que estamos. Ojalá regrese la prudencia y este puritanismo, exacerbado y falso, hipócrita, empiece a ser fuego apagado y todos recojamos el dedo que tenemos acusadoramente siempre levantado.

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