Opinión

La cohesión es cosa de símbolos

En ocasiones, al menos en ocasiones, es conveniente recordar la Historia incluso a riesgo de equivocarse en algo; pero hay que revindicar el derecho a hacerlo; el derecho a recordar y el derecho a equivocarse.

En 1642, Cromwell encabezó una revolución que acabó dotando a su país de una cámara llamada de los Comunes que equilibraba el poder detentado hasta entonces por la de los Lores. Su revolución se llevó por delante unas cuantas cabezas, no demasiadas, pero dejó preparado su país para afrontar el futuro.

Francia se retrasó un poco más y cuando la Revolución Francesa arrancó se llevó por delante muchísimas más cabezas de las que era de esperar, pero implantó los valores que la Ilustración dictaba y que la hicieron grande.

Rusia todavía se retraso más. En 1917 los había boyardos dueños y señores de trescientas cincuenta mil almas, estos de otros tantos cabezas de familia, pues mujeres, niños y ancianos no iban en tal cómputo. Tal retraso provocó una revolución, la de los soviets, que ríete tú de número de muertos de las otras dos. El retraso fue tal que se pasó de vueltas y hubo de dar m

Mientras todo eso había sucedido, en nuestro país, llegado 1936 existía un índice de analfabetismo que alcanzaba al 75% de la población. No hacía doscientos años que, en 1783, que se había abolido la deshonra legal del trabajo y todavía era considerado un acto revolucionario el hecho de que un noble invirtiese su dinero en negocios, pues se suponía que debía serle bastante con que sus tierras fuesen cultivadas. Tal era nuestro retraso. En esas circunstancias se empezó a proclamar la necesidad de llevar a cabo la que, desde un principio, se llamó la Revolución Pendiente.

Padecimos una brutal Guerra Civil. Tuvimos un Ejército Nacional y otro que al parecer debía de ser extranjero, al que se le llamó Republicano. La Iglesia mas integrista y el Ejército más retrogrado se unieron dando lugar a los que se llamó el nacional catolicismo y de tal unión se alumbró el país que ahora tenemos.

En estos días pasados, este nuestro país, se estremeció en repetidas ocasiones oyendo cantar “La Marsellesa” a miles y miles de ciudadanos franceses, a cientos de miles de ciudadanos franceses y aun de otros países en solidaridad con ellos. Mientras lo hacían, mientras la emoción los embargaba, no fueron pocos los españoles que se preguntaron el por qué aquí no somos capaces de hacer lo mismo. Quienes somos gallegos porque esa es nuestra forma de ser españoles y no lo seriamos si no nos dejasen ser lo que somos y como somos, también nos preguntamos por la razón que nos lleva a mal canturrear el himno gallego en las ocasiones señaladas.

Quizá la razón de que no seamos capaces de entonar el himno de España no estribe en que el tal himno no tiene letra. La razón es más profunda y entronca directamente con esa aversión hacia los colores de la bandera que, a estas alturas, siente la mayoría de la población, poco amiga de que le tomen el número cambiado y lo confundan con aquellos que durante decenios se hicieron depositarios de todos los símbolos que debieran ser comunes, que debieran ser patrimonio compartido y que esa derecha nacional católica usurpó y detentó y no durante demasiados años al resto de la ciudadanía dividida en buenos y malos españoles; los buenos, naturalmente, ellos.

Sin embargo no toda la culpa ha de atribuirse a la derechota. La izquierda también la tiene por haberse dejado arrebatar el disfrute de los símbolos. Todavía no hace mucho que a Pedro Sánchez, el líder del PSOE, se le cuestionó ampliamente el hecho de aparecer en un mitin respaldado por la bandera de todos. ¡Ay, ese empeño en hacer de España una nación, entendida bajo una unidad expresada de un modo difícil de entender y todavía más difícil de aceptar!

Está claro que los EEUU componen una nación de estados y también que para muchos es difícil de aceptar que España sea un estado de naciones en el que, para mayor dificultad, los símbolos que debieran hermanarlas han sido propiedad de los que para entendernos hemos llamado “los de siempre”.

El día en el que la izquierda, los vencidos en la guerra, digan que ya está bien y le nieguen a los que vencieron en ella el uso y disfrute de los símbolos comunes en exclusiva, ese día, será posible dotar de letra a un himno que no hable tanto de españoles como de ciudadanos, libres, respetuosos y diferentes entre ellos, pero unidos en un común proyecto y la cohesión social de la que ahora carecemos podrá empezar a surgir con la espontaneidad necesaria.

Ese día nos daremos cuenta de que los valores que predicó la Ilustración están todavía en vigor, son necesarios y resulta imprescindible su defensa cada vez que los ataquen. Libertad, igualdad y fraternidad, respeto mutuo, incluso más respeto mutuo que tolerancia, son logros a mantener cuya defensa y puesta en vigor ha costado tanto esfuerzo como para desistir en imponérselos a quienes todavía no los quieran hacer suyos pues es mucho esfuerzo el que se necesita, mucha voluntad la necesaria, hasta que una sociedad los asuma.

Por eso nosotros no debemos escatimar el nuestro, nuestro esfuerzo, en su protección y en su defensa. Que nadie intente rebajar los logros obtenidos. Para ello es evidente que necesitamos, los españoles, una cohesión que aún no tenemos. Una cohesión que se expresa en símbolos. Tenemos bandera. Hagámosla de todos. Tenemos música, empecemos a, poner la letra que nos una y haga que aquella sea de todos.

Y como hoy no toca quizá el domingo hablemos de Galicia.

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